Un amor que no puede ser “encarcelado”
Andrea, María y Sabela tienen algo en común además del encierro. Una sentida nostalgia las embarga a puertas de celebrarse el Día de las Madres. Son internas del penal de mujeres en Arequipa, ya sea como madres o hijas, anhelan expiar pronto sus culpas para abrazar a quienes más quieren. Muchas llegan a ser encarceladas por delitos como tráfico ilícito de drogas, robo agravado, parricidio u homicidio calificado. Pero hoy es un día diferente, además del homenaje a las mamitas, nadie sabe lo que está por suceder.
Texto: Danny La Torre.
Son las diez con un minuto de un sofocante miércoles cuatro de mayo. El patio del pabellón “B” del penal de mujeres luce algo más colorido. Los muros pintados de verde y algunos globos hacen un ligero cambio en la sombría rutina. Desde temprano, más de 150 internas se iban agrupando para recibir la misa dirigida por el capellán Juan Carlos Armejo, quien, desde hace mucho, visita los penales de Arequipa para dar consuelo a los condenados. En medio de cantos y rezos, además del Padre Nuestro, lucían ansiosas por recibir algunas gotas de agua bendita que, para muchos, es un símbolo de perdón. Al paso de los años, los términos religión y familia son la única esperanza de los desesperados.
Pronto finaliza la sagrada eucaristía y es turno de la ceremonia central. Todas se llevan la mano al pecho, mientras que algunas otras deben usar la mano izquierda para cubrirse del sol. De pronto, se ven entonando las sagradas notas del Himno Nacional del Perú con un incierto anhelo.
“¡Somos libres! ¡Seámoslo siempre! Y antes niegue sus luces el sol, Que faltemos al voto solemne Que la patria al eterno elevó”.
Retumbaba en el patio del pabellón mientras todos los presentes cantaban con notoria solemnidad. Finalizada la melodía, se oye un eufórico aplauso, como si de una promesa se tratara. Acto seguido, la subdirectora de Tratamiento Penitenciario, Juana Chávez Ochoa, recitó a las internas una frase de la piadosa Madre Teresa de Calcuta.
- Tu fuerza y tu convicción no tienen edad. Tu espíritu es el plumero de cualquier tela de araña. Detrás de cada línea de llegada, hay una de partida (…) Cuando no puedas trotar, camina. Cuando no puedas caminar, usa el bastón. ¡Pero nunca te detengas! ¡Feliz día a todas las mamitas!
Nuevamente se oyen los aplausos y comienza el agasajo. El profesor de danza, quien también fungió de moderador, anuncia diversos números de actuación, danzas y poesía preparado por las propias internas (más del 50% participaron). En el primer número actuaron siete. Al ritmo de “El Polvorete”, una interna con disfraz de gallo fue la atracción central y el motivo de notorias carcajadas. Las risas son el remedio inmediato para su asiduo encierro.
Para sorpresa de muchas, la psicóloga del penal, Mónica Pasara, está a punto de premiar a la interna con mejor comportamiento.
- ¡Que levanten la mano las que están en el área de trabajo!, Es una señorita con treinta y tantos años. Es una señorita educada colaboradora, dijo previamente al anuncio de la sorpresa.
El 15 de marzo del año 2020, tras la llegada de la Covid-19 al Perú, el entonces presidente Martín Vizcarra decretó el estado de emergencia nacional, algunos días después se hizo de conocimiento público la suspensión de visitas a 68 penales del país. Para los internos, la medida fue agravar su ya pesada soledad. Transcurrieron poco más de dos años y en las instalaciones del penal se ve la figura cansada de dos adultos mayores. Sin esperar, Sabela pudo abrazar nuevamente a sus progenitores. Lágrimas brotaban de tres personas que tiempo atrás, se podían ver bajo la a veces poco valorada libertad.
Sabela, quien lleva presa por más de dos años y medio, agradeció el gesto con voz temblorosa. Quiso compartir a sus compañeras un mensaje de consuelo y aliento. “Que nadie nos robe la alegría”, señaló dirigiéndose a las internas de los cuatro pabellones. Las lágrimas de una madre son lo más sagrado que puede existir y en aquella mañana, la madre de Sabela derramó más de una al ver y abrazar a la mujer que alguna vez fue niña y cargó entre sus brazos.
A mitad de su condena por el delito de peculado doloso, dice añorar su libertad y a los suyos. En todo el tiempo que lleva presa, relata haber conocido a muchas mujeres que en medio de la adversidad tratan de ser fuertes. Aprovecha nuestra visita para contarnos que todo ser humano tiene el derecho para enmendar sus errores y su voluntad para hacerlo. “Todos merecemos una segunda oportunidad”, recita una célebre frase.
Algunos minutos antes, Sabela no dejó de sonreír mientras bailaba una popular “Morenada”, que en mayo del 2021 fue declarada como Patrimonio Cultural de la Nación por el Ministerio de Cultura en la región de Puno. Bailar frente a sus padres por el Día de la Madre, le permitió revivir la alegría.
En medio de la algarabía y porras del pabellón “A”, abandonamos el patio hasta llegar al “pabellón de madres” habitado por ocho internas, dos de ellas conviven con sus hijos menores de tres años. Allí conocimos a María y Andrea. La primera ingresó al recinto presidiario a inicios del 2020 y la segunda a inicios del 2021. María es peruana y Andrea es una extranjera proveniente de un país donde la palabra “oportunidad” es solo un recuerdo.
La historia de María nace en la necesidad. Es madre de cuatro hijos, tres de ellos viven con otros familiares. Su infancia la vivió en un albergue debido a que su progenitora también estuvo recluida en un penal. Nos relata que, durante esa etapa, siempre careció de una buena educación, alimentación y vestimenta. Al ser madre por primera vez, tuvo miedo de que sus hijos tengan que pasar por lo mismo y cayó en el tráfico ilícito de drogas.
- Me siento mal por pasarla encerrada lejos de mi madre y sin mis tres hijos, dice con la voz temblorosa y a punto de llorar.
Cuando ingresó al penal estaba embarazada de su cuarto hijo. Para cubrir sus necesidades, trabaja elaborando tejidos que comercializa al interior del penal y fuera del mismo a través del programa “cárceles productivas”. Antes, estuvo estudiando en el Centro de Educación Básica Alternativa (CEBA) del penal, donde orgullosa de sí misma, dijo haber logrado un segundo puesto en el ranking de aprendizajes. Sin embargo, debido a su hijo, abandonó los estudios cuando cursaba el nivel secundario.
- Trabajo en mis tejidos y me trasnocho, una madre por darles de comer a sus hijos hasta deja de comer, quiero darle lo mejor a mi hijo. Actualmente vivo de mis trabajos y del apoyo de mi mamá.
Su mayor temor es perder a su hijo. El Código de Ejecución Penal establece que la edad de permanencia de un menor en convivencia con su madre al interior del recinto penitenciario es hasta los 3 años. Tras esto, se evaluará si el menor queda al cuidado de un familiar o es derivado a un albergue.
En cambio, Andrea tiene una historia muy diferente. Llegó al Perú hace poco más de dos años buscando nuevas oportunidades. Tiene una hija de cuatro años que vive en Venezuela junto a su abuela. Cuando llegó al país incurrió en el delito de trata de personas. Al igual que su esposo, permanece recluida en el penal de Arequipa. Ocupa su tiempo en cosmetología y limpieza para el sustento de su hijo.
El estar ocupada también le sirve, quizá, para olvidar la tortuosa lejanía de aquellos a quienes más echa de menos. A sus 21 años, dice estar arrepentida de lo que ha cometido. Reflexiona junto a nosotros y mientras se sabe presa, valora aquellos momentos que tenía en libertad. “Quiero salir de este infierno con mi hijo”, dijo la extranjera.
De acuerdo al buscador más usado en el mundo, la distancia que la separa de su madre es de más de mil 970 kilómetros y aunque solo se ha logrado comunicar con ella tres veces por teléfono, se siente más cercana a ella. Durante el tiempo que lleva presa, ha reflexionado sobre el amor de madre y confiesa estar arrepentida de haber juzgado en algún momento a su progenitora.
- Me preocupa mis hijos y me preocupa mi mama, ella cometió muchos errores conmigo y siempre la juzgue, pero ahora que estoy en esta posición, presa, las vueltas que da la vida, tanto que hable de mi mamá y mira donde estoy.
Mientras conversamos, ha derramado más de una lágrima. Su voz se quiebra mientras sostiene a su única fortaleza en prisión. Su hijo ha cumplido un año y teme que se lo quiten cuando sople las tres velitas. No tiene familiares en el país más que a su esposo (recluido en el penal de varones), de quien permanece aún enamorada. Se comunican por teléfono y cartas. Así logró saber que él permanece enfermo de un riñón, pero que aún así, labora en repostería. Es hora de retirarnos. Pero antes, deja un mensaje a su madre y ansía que llegue hasta Venezuela.
- Mamá quisiera decirte que te amo, que me perdones por todas las veces que te juzgué, critique o hable y solo te pido que me perdones y me des fuerza, sé que no es fácil salir adelante, que yo estoy aquí, pero pido que me perdones de corazón.
El penal deja muchas historias en su interior. Muchos han aprendido que “la libertad no tiene precio”. Andrea y María lo saben bien y quieren dejar el mismo mensaje a la sociedad. Por lo pronto, dejan atrás los pesares del encierro y celebran, aún en prisión, el Día de la Madre.