Tan cerca y (a la vez) tan lejos del poder
Por: Ricardo Montero Reyes
La coyuntura que atravesamos exige la necesidad de plantearnos una explicación (o muchas) de por qué la realidad del Perú es tan heterogénea, tan profundamente desigual. El frenazo del crecimiento económico por efectos de la pandemia ha multiplicado las carencias sociales y nos ha colocado ante la evidencia de que somos una sociedad poco justa e intolerante.
El crecimiento económico del que gozamos desde inicio de siglo no se ha transformado en prosperidad para todos. En esta realidad han perdido más los que se encuentran en las provincias más distantes de los centros donde operan los poderes económico, político, social o cultural. Estos compatriotas están envueltos por la pobreza y la desigualdad. Por tanto, tienen menores posibilidades de desarrollo.
De acuerdo con la historia universal de la humanidad, la provincia se concibió como el espacio geográfico lejano del poder político, económico y social. Por ejemplo, el Imperio romano catalogaba como provincia a todo territorio que conquistaba fuera de la península itálica. Ese espacio era administrado por un gobernador nombrado por el emperador y quedaba sujeto a las leyes romanas. Como estaba alejado del centro del poder, sus habitantes eran considerados subalternos y dependientes porque no tenían los derechos que sí poseían los ciudadanos que moraban cerca de los territorios donde operaba el centro del poder. La respuesta a esa circunstancia fue el paulatino e incesante levantamiento de muros cimentados en la desconfianza mutua.
Los peruanos hemos repetido este comportamiento, incluso en esta época. Hemos propiciado las condiciones históricas, políticas y sociales para la creación de espacios, alejados de los lugares donde operan los poderes, donde viven peruanos envueltos en la pobreza e imposibilitados de acceder a una ciudadanía plena. A la par, hemos acrecentado la desconfianza. Así, ha sido muy difícil generar espacios donde predomine el diálogo.
Esta es una de las tantas teorías que nos podría ayudar a entender por qué nuestro país es como una nación socialmente enfrentada e ideológicamente inmadura, en la que no existe una propuesta común mínima para encaminarnos hacia el bienestar nacional. Bien lo ha dicho Max Hernández, secretario técnico del Acuerdo Nacional y vicepresidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional, el Perú intenta ingresar a la era posmoderna siendo un país con rasgos de modernidad. En pocas palabras, formamos parte de un país con elementos posmodernos solo en ciertos bolsones urbanos.
Hasta ahora hemos fallado en el propósito de impulsarnos homogéneamente. Esto ha sucedido porque no hemos entendido en toda su extensión la necesidad de construir una nación más generosa y menos desigual. Lo más grave es que esto sucede en la mayoría de las veces porque la centralización del poder ha creado otro problema: la perennización de la corrupción.