Necesitamos una nueva élite
Por: Juan Carlos Rodríguez Farfán
“Que se vayan todos” es una consigna en la coyuntura política actual. Pero más allá de la utilización que algunos pretenden hacer de ella, intentaremos analizarla. “Que se vayan todos” es una expresión evidente de decepción. Tanto el presidente Pedro Castillo como el Congreso a quienes está dirigida, han hecho lo necesario para merecerla. Sus acciones plagadas de incoherencias, inconsecuencias, ineptitudes y corrupción han generado esta situación de profundo desencanto que no debe alegrarnos. Si antes del triunfo del profesor Castillo las instituciones democráticas eran frágiles, ahora nos confrontamos a un verdadero descalabro: nadie cree en nada. Y esto es peligroso para una nación democrática, pues constituye el terreno propicio para cualquier aventura dictatorial o extremista. En tales circunstancias cabe preguntarse si merecemos los actuales gobernantes. ¿El descrédito de los políticos no estará de la mano con el deterioro moral generalizado de la sociedad? ¿Los ex ministros prófugos, los congresistas travestidos en vulgares lobistas, los presidentes implicados en chanchullos acaso no nos representan de alguna manera? ¿Puede existir tanta distancia entre el gobernante y el gobernado? La promesa de cambio no ha sido satisfecha. La expectativa ha sido traicionada. ¿Pero podía ser de otra manera? ¿Acaso era suficiente proclamar las gastadas buenas intenciones para producir una transformación? ¿Acaso vale más un profesor rural que un egresado de Harvard? ¿O viceversa? El título (étnico o académico) no define nada. Convenzámonos de una vez, los rótulos, son solo eso, rótulos. Doctor, magister, emprendedor o campesino son rótulos que no garantizan idoneidad ni honradez. La defección de presidentes de la república, de ministros de estado, de gobernadores, de congresistas, de alcaldes con manifiesta raigambre andina, pone en evidencia de que no es suficiente ser andino para ser correcto. Y cuidado, no estamos haciendo nuestra la tesis racista sobre la incapacidad del andino para gobernar. Para gobernar un distrito, una ciudad o un país, se requiere, sobretodo poseer aptitudes de piloto. Un piloto, que a pesar de cualquier tipo de perturbación atmosférica, garantice a tripulantes y pasajeros llegar a su destino en el tiempo programado. Pero antes de despegar, el piloto debe tener un plan de vuelo y los conocimientos necesarios en la gestión de una nave tan potente como frágil. El piloto no se improvisa en el aire. “Que se vayan todos” es igualmente una confesión de fracaso. Hemos fracasado como sociedad en la designación correcta de nuestros representantes. Y si se van todos, que se vayan igualmente los ciudadanos que los eligieron. Emitir un voto es un asunto delicado. No es tan sencillo como escoger entre un sombrero o un gorro, entre un lápiz y un lapicero, entre un pico y una pala. Emitir un voto es una apuesta al futuro, la de nuestros hijos, la del planeta. Emitir un voto es como pintar un autorretrato. El presidente de la república, el congresista, el alcalde son una emanación de nosotros mismos. Necesitamos hoy más que nunca generar una nueva élite, conformada por líderes con competencias de piloto. Poco importa el color de la piel ni el rótulo. El autoproclamado profesional de la política debe ser cosa del pasado, igualmente el alucinado mitómano que un día por haber conducido un carrito a pedal se cree con capacidad de maniobrar un Boeing 747, del mismo modo el tecnócrata capo en cifras pero nulo en poesía. La política, es decir el manejo de la vida de millones de ciudadanos, es demasiado seria como para dejarla en manos de quienes poco saben de tormentas y altitudes. Si no se opera un cambio sustantivo en la esencia misma de la tripulación, entonces seguiremos lamentando catástrofes.