Un monólogo desasosegado
Por: Orlando Mazeyra Guillén
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Ella intenta huir de la ciudad cuando en realidad sólo huye de sí misma
HUIR DE AREQUIPA…
Sí, ya lo sé: la última vez que nos vimos estabas en otra. Quizá ya no lo recuerdes porque ha pasado mucho tiempo. Después de firmarme tu libro me contaste que tú también viniste a vivir a Lima, por primera vez, cuando tenías 23 años. La misma edad que tengo yo. Querías estudiar Literatura… igual que yo. Son coincidencias y nada más, lo sé. Tú y yo somos tan distintos. Además, también quiero estudiar Psicología. Quiero entenderme y, de pasadita, entender a los demás. Entender por qué nadie me entiende (¿por qué nadie me quiere?). Por otro lado, yo quizás no me crea que pueda ser (o llegar a ser algún día) escritora, tú sí escribes. Para bien o para mal enfrentas el reto, yo no puedo. Todavía no. Cuando escribía acerca de Sebastián me salía mejor, porque era una verdad, mi verdad, todo fluía. Era casi como respirar, ¿me entiendes o estoy hablando piedras? Cuando quiero escribir sobre otras cosas pierdo los papeles, me amargo el día. Después de terminar con Sebastián he estado con un pintor. Teníamos una relación abierta: sin preguntas, sin controles. Libertad plena. Nos encontrábamos y algo surgía. Y surgió siempre de forma espontánea hasta que él se fue a Sao Paulo. Lo mismo me ocurría con un chico de acá de Lima que está en el Centro Preuniversitario conmigo. Es un compañero de clases. Eran relaciones libres, pero lo cierto es que, en el fondo, no los quería mucho. Si te soy sincera: no los quería nada. A nadie amé como a Sebastián. Sólo eran amores contingentes o algo parecido. Tú decías -y eres muy cerrado en eso- que un amor auténtico no podía ser así. Te equivocas. Yo he tenido en dos ocasiones ese tipo de relaciones. Y con Sebastián lo intenté, pero no se pudo… por mi culpa más que todo. Y sí, pues, yo no me creo que pueda ser escritora. Siempre vuelvo a lo mismo: Sebastián. Tengo miedo. Otro problemón: soy muy exigente conmigo misma y, cuando siento que algo no me sale, que me pasa a diario lamentablemente, concluyo que es una pérdida de tiempo. Ya no quiero perder el tiempo. A veces pienso, ¿qué hacer en Lima? ¿Qué carrera elegir? ¿Psicología, Literatura o Filosofía? Las tres carreras a la vez… y entonces ¿en qué quedamos? El que mucho abarca, poco aprieta. Y, por favor, no me metas floro. Y si no ha sido floro entonces no te ofendas. Hoy hace mucho frío en Lima y por fin está nublado. Yo ansiaba mucho vivir en Lima. No en primavera, sino en invierno. Así: crudo, crudísimo como la última vez que vine a dar mi examen el año pasado. El frío, la neblina, así me gusta vivir. No con el calor agobiante de siempre y en una ciudad tan chiquita, donde prácticamente todos se conocen. Todo está gris, hasta los edificios y, pues, combina con mi espíritu. Con mi propia grisura. Así de gris me dejó Sebastián.
Conversar contigo es doloroso. No quiero seguir haciéndolo. Ya sé que no te lo propones, sin embargo me haces recordar cosas de Sebastián. No que tú te parezcas a él. No, claro que no. No te quiero dar alas y terminar con malos entendidos. Es delicado. Un asunto delicado como mi propia historia familiar. Y me he aprovechado de momentos de debilidad de la gente que más quiero y que más me quiere. En instantes de dolor como que he los he “entrevistado”, entre comillas, o les he sacado cosas fuertes… como lo logra hacer un psicoanalista. Mi abuelo abandonó a mi abuela, y por necesidad mi padre tuvo que irse a vivir con mi tía en una hacienda de Majes, trabajando como adulto desde los diez años. Tuvo que portarse como una persona que no pudo transitar por la infancia. Yo siento que algo parecido me ha pasado. He crecido, obvio. He vivido cosas y he aprendido, pero estoy asqueada de nuestro estilo de vida pueblerino. La gente es tan conservadora que jamás he sentido que encontré una amiga, ni siquiera una sola amiga que entienda mi forma de ser. ¿Me entiendes? Creo que en Lima todo va a ser distinto. Ya no más cuidar mi vida privada, evitar hablar de lo que en verdad hago, es decir, ser enteramente libre. La verdad, antes de venir a Lima se lo conté a un par de amigas que creí (tonta de mí para variar) buenas confidentes. Al final esas innombrables se lo contaron a todo el mundo haciéndome quedar como una puta o algo así. Mi promoción se enteró de mis relaciones abiertas y nunca han podido asimilar mi conducta. En cambio, Sebastián sí me comprendía: «Ah ya, tú eres existencialista», me decía. «Entonces crees que es posible el amor contingente, pero lo pones en práctica a escondidas porque tienes miedo… miedo a que la gente te rechace. Pues cágate en la gente», me animó. Y así empezó todo, más o menos. Yo creí que era distinto. Con Sebastián todo cambió y hablábamos de todo y de las cosas que hablo contigo, por eso me duele. Detesto recordarlo: su voz ronca, sus arrebatos de locura… llamarlo a medianoche y que me conteste y de inmediato quedar para ir a estar solos. Juntos. Libres. De las bromas que le hacía. «Como tenemos una relación abierta, pues creo que estoy embarazada de otro chico», le decía. Él perdía los papeles y luego yo lo calmaba explicándole que sólo era un chiste. O cuando le decía que tenía una enfermedad venérea, o no sé, te pueden parecer cosas infantiles o estúpidas. Eran nuestros juegos. O eran mis juegos. Seguramente los vas a minimizar. Como me minimizaste cuando nos conocimos. Porque me hiciste sentir poco menos que un estropajo. Nadie le va a quitar el valor que tuvo y que sigue teniendo. Por ejemplo, tú no sabes apreciar el arte abstracto, porque eres muy convencional. Yo no. Porque yo misma soy arte abstracto. Una vez Sebastián me preguntó: «Farideh, ¿por qué me tratas de cambiar? Así soy, así me conociste y así seré siempre. No me cambies». Hasta sus amigas me lo decían en plan choque: «No trates de cambiar a Sebastián porque no lo vas a lograr, lo conocemos mejor que tú». Y eso quería decirte también a ti que eres tan terco. Por favor, no me trates de cambiar: yo soy así. Abstracta. Cuando te pones a juzgar mi forma de entender la vida me estresas, me malogras el día. ¿Por qué no comenzar a valorar a las personas como son? No necesito que me digas qué cosas me hacen falta (o qué me sobra). Te pones en un plan de Dios, de un ser omnipotente y perfecto que puede criticar a cuanto ser tiene bajo su lupa. ¡No! ¡Eres un pesado! ¡Una mierda! Cuando tengas algo constructivo o bueno para compartir, entonces hazlo. Te hablo de un buen poemario o una película, eso sería genial. Te hablo de mi vida y de Lima que también son geniales. Y no te rías. Tú sabes que Lima es otra cosa. Igual que yo. Distinta. ¿Sabes qué significa Farideh? Única, incomparable… por eso no soy para ti. Yo quiero la Liga de Campeones… y tú, la Copa Perú.