Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia: una triste realidad
Por: Cecilia Bákula – El Montonero
Son muy pocos los museos bajo la administración estatal que están pasando por una buena época de vida. La mayoría de ellos sufren de una especie de abandono paternal, y de manera especial el tan mentado Museo Nacional de Pachacamac (MUNA) y el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, ubicado en el hermoso distrito de Pueblo Libre. Desde su fundación primigenia, en la historia republicana, este museo ha sido un lugar emblemático de la cultura nacional, un repositorio importantísimo y un espacio de encuentro, para propios y ajenos, con las riquísimas tradiciones de arte, arqueología e identidad del Perú.
Su historia se inicia el 16 de marzo de 1822 y, como leemos en la página oficial de ese Museo, don José de San Martín “se propuso alentar una política de identidad nacional con el propósito de consolidar las bases de la naciente república…”. Esas palabras de corte institucional y que refieren la importancia, necesidad y justificación de su existencia, son hoy en día un baldón a la propia entidad que las difunde pues, cerrado como está hoy en día, ese espacio está lejos de poder honrar los objetivos de su existencia. Y sin duda, también está lejos de cumplir lo que se señala como la visión y misión de esa entidad.
Llama la atención la precaria continuidad de sus propios objetivos y metas pues en mayo de 2016, quizá en un intento serio por potenciar ese espacio y darle el auténtico sentido que debe tener, se indicó que se estaba trabajando en una nueva propuesta museográfica con miras al bicentenario. Se habló de una millonaria y siempre necesaria inversión, para un museo de esa singularidad y relevancia, para renovar espacios, crear nuevos y modernos depósitos en un área cercana a los 7,000 metros cuadrados. Todo ello era indispensable, urgente y de la mayor necesidad para convertir ese espacio en “el museo” de la ciudad, del país, en donde todos nos veríamos reflejados; y en donde quienes querían acercarse a una visión de conjunto de nuestra larga y milenaria historia, encontrarán sustento y respuestas. Se invirtió en estudios y asesorías, pero fue poco lo que se pudo ejecutar hasta el 2019, cuando en mayo de ese año el colapso del techo de una zona obligó al cierre total del Museo.
Ahí empezó la agonía, pues ha entrado en un abandono total; salvo que estando equivocada, pueda abrir ahora sus puertas y mostrar las novedades y condiciones que empezaron a trabajarse en el 2016. Resulta difícil comprender que esa millonaria inversión señalada ese año, no haya podido atender las necesidades que obligaron un “cierre temporal” tres años después. Son ya muchos años de espera y mucho dinero asignado.
Lo cierto es que para el bicentenario teníamos en Pachacamac un elefante blanco caro, lejano y casi vacío: el Museo Nacional del Perú y el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú. En esta sesión, es decir en la llamada “Quinta de los Libertadores” se habilitó un pequeñísimo espacio so pretexto del bicentenario, con una muy pobre exposición y un mensaje museográfico que, a mi criterio, dejaba mucho que desear para una fecha tan importante.
El inmenso MUNA, que cuenta con Decreto Supremo propio, el Nº018-2020-MC es hoy, al igual que el de Pueblo libre, una entidad vacía, sin vida, sin gente, sin propuesta, sin puertas abiertas, sin mensaje y sin cumplir aquello que se ha ofrecido tanto y que este país necesita.
La buena existencia del MUNA no es óbice, obstáculo ni dificultad para que el hermoso espacio de Pueblo Libre se abra a un público cercano a sus instalaciones; es un museo que por décadas ha atendido a miles de niños, estudiantes y visitantes. La riqueza cultural del Perú, la inmensidad de colecciones con que cuenta el Estado, permiten más de un museo importante; pero la importancia de sus colecciones debe estar hermanada a la calidad de la museografía, del discurso expositivo y de la eficiencia en la administración.
Hoy el Perú necesita reafirmar su identidad, su valor histórico y cultural. Por eso requerimos con urgencia encontrarnos y reflejarnos en los elementos comunes de nuestra existencia; pero carecemos de esos espacios, de responsabilidad exclusiva del Estado, para cumplir tan hermosa función. Incluyo en este rubro al Museo de la Inquisición, bajo administración del Congreso de la República, cerrado con una temporalidad que parece una eternidad.
Felizmente hay otros espacios, también de administración estatal, que van dando la batalla por ser esos lugares de encuentro, admiración y aprendizaje; como es el caso del Museo de Sitio de Pachacamac, en donde el santuario se comprende y se visualiza en toda su grandeza y significado. En Lima, museos de distinta administración son luz en estos tiempos de oscuridad cultural. Me refiero, entre otros, al Museo Larco, al Museo Amano, al Museo de Arte Italiano, al Museo Nacional de la Cultura Peruana, al Museo de los Minerales y al Museo del Banco Central de Reserva del Perú.Pocas veces el sector cultura ha estado tan desatendido, tan al margen de la realidad que se vive y del potencial de su campo de acción.
Pasó ya el año del bicentenario de la proclamación de la independencia, y no es un secreto fue una fecha triste, opaca y desaprovechada, a nivel nacional, como un momento de reflexión y encuentro. Lo que aparentemente se desea es motivar precisamente un desencuentro, sin afirmar la riqueza y solidez de las raíces que nos son comunes. Pero tenemos por delante la posibilidad de enmendar, en parte, los olvidos y las ausencias voluntarias o circunstanciales. En el 2024 debemos celebrar con orgullo y pundonor el bicentenario de las gloriosas campañas de Junín y Ayacucho, ya que en el Perú, con fuerzas de ejércitos de países vecinos y cientos de peruanos, se derramó sangre para pagar el costo de la independencia. Y en nuestro territorio, se enarboló, y para siempre, la bandera de la libertad.