Democracia: el milagro del equilibrio
Por: Jorge Morelli – El Montonero

En una callecita de Chorrillos, sobre una esquina, se yergue un homenaje a la democracia. Es un modesto juego mecánico, un péndulo en el que una barca de pasajeros parte a ras del suelo y se va elevando poco a poco balanceándose de un lado al otro, cada vez más alto. Hasta que alcanza ese punto en el que, completamente inmóvil, la barca se mantiene en perfecto equilibrio en el aire, con los pasajeros asombrados de hallarse de cabeza.

Ese momento mágico, el instante del milagro del equilibrio, siempre breve, siempre amenazado, es la imagen misma de la democracia.

A la democracia la amenaza el peligro de deslizarse imperceptiblemente hacia la demagogia. Del otro lado, le acecha el riesgo de recaer violentamente en el autoritarismo. Esto lo sabía bien Aristóteles, que llamó demagogia a la degeneración de la democracia y tiranía a lo que nosotros llamamos dictadura. Prefirió en La Política lo que llamó el “gobierno mixto”, una forma de democracia con una garantía incorporada de equilibrio. Este, y no la democracia ateniense como tal, fue el modelo que inspiró, 20 siglos después, a los llamados “padres fundadores” de Estados Unidos de América.

Esa garantía de equilibrio estuvo inicialmente representada por el debate imperecedero entre John Adams, el austero abogado y granjero admirador de las instituciones políticas británicas, y su rival, Thomas Jefferson, el entusiasta de la Revolución Francesa. Jefferson fue el redactor de la Declaración de la Independencia, según la cual “todos los hombres son creados iguales”; y dueño, al mismo tiempo, de una plantación con 600 esclavos en Virginia. El equilibrio entre ambos quedó plasmado en la Constitución americana en el principio de los “checks and balances”, el equilibrio entre los tres poderes del Estado. Misteriosamente, ambos contendores –se enfrentaron a lo largo de medio siglo– murieron uno en Massachusetts y el otro en Virginia el mismo día del mismo año, un 4 de julio de 1826, en el 50° aniversario de la Independencia de Estados Unidos.

Nunca bastó la sola separación de poderes para garantizar el equilibrio de la democracia. Es el balance entre los poderes su garantía, en el que cada uno dispone de las atribuciones sobre los otros dos para restaurar una y otra vez, milimétricamente, el balance que prolonga ese momento mágico que es el milagro de una democracia en equilibrio.

El equilibrio nace de la combinación correcta de dos principios: el de la representación popular y el de la gobernabilidad democrática. Un sinnúmero de combinaciones son teóricamente posibles entre ambos, pero solo algunos en el centro de la curva son realmente viables.

La falla en nuestra democracia de baja gobernabilidad es que se ve impedida porque, en nuestro ordenamiento constitucional sin equilibrio de poderes, cuando el Congreso prevalece sobre el Ejecutivo lleva a la democracia hacia la demagogia. Y alternativamente, cuando el Ejecutivo se impone sobre el Congreso instala la dictadura.

Peor aún, en las últimas décadas una solución fallida ha judicializado la política, al hacer del Poder Judicial un mal árbitro del conflicto entre los poderes políticos. Y sin saberlo, sin sospecharlo siquiera, en pleno siglo XXI hemos reinventado en el Perú el absolutismo contra el que nació la democracia moderna.

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