Quien de “niños” se rodea…
Por: Juan Sheput – El Montonero

Hay veces en que las palabras sobran. Ya deben saber ustedes como se completa la frase del título. “Quien de niños se rodea…” no suele tener un final feliz. Y a la luz de los hechos, todo indica que el presidente Castillo no será la excepción.

A lo largo de mi vida política he visto variadas denominaciones para definir a los grupos que toman una determinada posición en el Congreso o en la vida pública, la que alberga el debate de las ideas. Desde “chapulines” hasta “violeteros” pasando por los “jóvenes turcos” o los “escuderos”, todos eran grupos con políticos con temperamento e ideas que se la jugaban por el debate y la declaración firme en defensa de lo que consideraban su verdad. Caricaturizados unos, admirados otros, lo cierto es que la política veía en estas expresiones de lealtad una forma de animar la polémica y los enfrentamientos.

Pero todo cambia. En estos días se denomina “los niños” a quienes a cambio de prebendas, posiblemente corruptas, adoptan un grado de sumisión con quien se las provee. Devalúan la política al asumir la defensa de un presidente cuestionado, traicionando a su propio electorado que votó no para verlos oficialistas, sino todo lo contrario, de oposición.

Siendo así, “los niños” se han convertido en el símbolo perfecto de la devaluación grotesca de la política. Es el grupo de personas que defiende al presidente, unidos en el temor de perder su libertad. Contaminan la institución parlamentaria rompiendo el orden lógico del enfrentamiento entre oficialismo y oposición. Son el puñado de gentes que tienen un comportamiento lamentable y que practica el blindaje al presidente para evitar hundirse con él. Es, hasta ahora, lo más triste que en materia parlamentaria le viene ocurriendo al país el mismo año en que conmemora su Bicentenario.

Esta situación debería servir para que en el Parlamento se adopte una posición más firme en cuanto a la salida del poder de Pedro Castillo y Dina Boluarte. Entender que un gobierno no puede sostenerse políticamente al margen de lo político. Pero así como se exige la salida de la dupla Castillo-Boluarte, el resto del Congreso debe ser consciente de su inviabilidad, de su absoluta falta de sostenibilidad y no aferrarse al cargo. En un ejercicio de realismo que los enaltezca y dignifique, deberían emprender el camino del recorte de su mandato para aliviar el drama que viene sufriendo el país.

En un célebre diálogo, al borde de su ejecución, se dice que Lavrenti Beria dejó de llorar. Sorprendidos sus verdugos le preguntaron por qué. Contestó que lloraba porque se autoengañaba, porque tenía esperanza en la piedad de Nikita Kruschev; pero ya no. Aceptar su destino histórico, con realismo, le aportó la valentía que necesitaba para enfrentar el momento final.

Igual el Congreso debe entender que una situación así es insostenible, intolerable. Debe aceptar con dignidad el papel histórico que le tocó desempeñar.

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