PEDRO XIMÉNEZ ABRIL: LA HISTORIA FAMILIAR DE UN MÚSICO AREQUIPEÑO
Por: Hélard Fuentes Pastor

Admiraban su talento, pero nadie imaginó que sería uno de los músicos más importantes de su tiempo. Entonces, solo era un hombre garbo que despertaba cada mañana y cumplía con sus labores en calidad de organista y violinista de la catedral. Pedro se dedicó a los menesteres musicales, respondió a sus deberes cívicos–religiosos, y asumió con notable responsabilidad la paternidad que sobrevino con su matrimonio en 1819. Juana Casimira Cáceres compartía sus aficiones y los valores familiares que permitieron establecer una sólida unión hasta la muerte del artista, el 12 de junio de 1856.

Durante los años en que comenzó a construir su vida familiar con el nacimiento de dos de sus hijos, la Constitución de 1823 creó los famosos colegios electorales de parroquia que rigieron los procesos para determinar a las autoridades políticas. Aquellos funcionaron en dos instancias. El primero para elegir a los electores de parroquia y el segundo para que aquellos elijan a los candidatos del ámbito provincial. Precisamente, en 1826 y 1827, Pedro Ximénez Abril, integró el colegio provincial y de la parroquia La Merced, respectivamente (Revista del AGN, 1972). Lo que revela que el músico arequipeño no solo gozaba del derecho al sufragio, también se desenvolvió en la élite social y política de la época, pues dichos personajes confirieron poder a los diputados Luna Pizarro, Cuadros, Gómez Sánchez y de suplente, Llosa.

Sus primeros retoños fueron bautizados con el nombre de María Josefa Marcelina, un 18 de junio de 1822, y Mariano, el 16 de noviembre de 1824. Ambos registrados por el teniente de cura-rector, José González del Valle, en calidad de hijos legítimos. María tuvo de padrinos a Francisco de Paula Bernedo y María Nicolasa Prado, mientras que Mariano a Mariano Ponce de León y Petronila Canseco, familias con las cuales tanto Pedro como Juana de Dios (sic) compartían parentesco espiritual.

Luego, nació una niña bautizada el 30 de diciembre de 1826, llamada: Juana Manuela Jacoba Leonor, y que apadrinaron Joaquín Ruperto y Juana Rafaela Tirado y Abril. Le siguió Manuela Aniceta, el 18 de abril de 1829, siendo ahijada de José Ballivian y Agustina Quesada. Finalmente, en la Ciudad Blanca de Arequipa, Juana Rosa Ramona Delfina, recibiendo óleo y crisma el 31 de abril de 1831, teniendo de padrinos a Justo Aparicio y Josefa Salazar.

Esta primera etapa para la familia fue bastante fructífera. Pedro ya era un hombre consolidado en el medio como maestro de capilla de la catedral. Dirigía el coro religioso de la ciudad, colocó estructura musical a la famosa «Marcha Patriótica» de Mariano Melgar y enseñó, aunque brevemente, en el Colegio de la Independencia Americana. Además, gozaba de una estabilidad económica que le permitió comprar una casa pequeña en la calle de La Merced, donde vivieron hasta su traslado a Chuquisaca, un departamento de Bolivia.

Antes de su viaje debió testimoniar uno de los momentos más críticos de la «I», cuyo director, Francisco de Paula González Vigil, profirió graves acusaciones contra el gobierno de Agustín Gamarra, quién no escatimó en vender las tiendas que tenía la institución en la calle Bolívar, quitándole rentas para su mantenimiento. Lo que devino en una crisis y el cierre del colegio en 1832. Naturalmente, el músico quedó desempleado y mientras Francisco de Paula se opuso a los planes de Santa Cruz con relación a la Confederación Perú-Boliviana; Ximénez Abril se mostró próximo a esa unificación política. Pronto, junto a su esposa y sus pequeños hijos, se trasladó a la localidad de Sucre, capital de Chuquisaca.

Aquí la familia recibió el nacimiento de otros hijos bautizados en la catedral metropolitana de la capital boliviana: Enriqueta Joaquina Anastasia, el 3 de mayo 1834; Juan José Ricardo, el 8 de febrero de 1836; José Manuel Benigno, el 4 de junio de 1838 (sus padrinos Juan Esteban Lizárraga y María Mercedes Casaso); Pedro José Patricio, el 18 de marzo de 1840; y Pedro Gerbasio, el 20 de junio de 1846 (sus padrinos Nicolás Dorado y su esposa María Cabero).

Durante esos años, Pedro trabajó en el colegio Junín y de Educandas de Sucre. Asimismo, se hizo maestro de capilla en la catedral y con aquellos ingresos logró adquirir una casa donde se estableció con su numerosa familia hasta sus últimos días, en que la muerte lo sorprendió de forma repentina a la edad de 70 años, según leemos en su partida (Defunciones de la Parroquia de Santo Domingo, Chuquisaca, 1734-1762, Foja 264). Inmediatamente, su viuda tuvo que seguir un proceso judicial para cobrar una deuda que tenía Saturnino Madeiros con el finado, por una suma aproximada de 3000 pesos y un saldo de 260 por intereses. En dicho acto se advierte como tutora de cinco hijos menores: Benigno, Enriqueta, Juana, Pedro y Ricardo, y en representación de los mayores: Mariano, Josefa, Manuela y Delfina (Gaceta Jurídica de Bolivia, 1858). Lo cual, naturalmente, no es preciso a pesar del carácter legal, pues las reformas en materia familiar eran bastante cambiantes y dispersas en los países latinoamericanos.

Uno de los hijos, José Ricardo, se hizo abogado según la matrícula estadística de 1871. Otro, por esos años, falleció y creemos que se trata del único que siguió su carrera musical, también llamado Pedro que, basándonos en la partida de defunción, murió a los 30 años aprox., el 2 de septiembre de 1873, siendo enterrado en el Cementerio General de Sucre, ubicado en la provincia de Samuel Oropeza del departamento de Chuquisaca, incluso se menciona que celebraron oficios cantados durante el entierro, al día siguiente, en la Iglesia de Santo Domingo.

Por su parte, Mariano falleció el 24 de mayo de 1882, y en ese mismo cementerio, fue enterrada algunos años después, su hermana Delfina, que perdió la vida por una afección al corazón, el 11 de octubre de 1898. Al año siguiente, se prolongó el luto en la familia con la muerte de Aniceta, un 2 de noviembre de 1899, a los 70 años como su padre, diagnosticada con mal de hígado.

DATO

Chuquisaca fue el hogar de aquella familia, y, por supuesto, donde sus hijos echaron raíces, por ejemplo, Juana M. Jacoba se casó el 28 de octubre de 1861 con Pascual Barrero. Aquí, Pedro terminó de cultivar su talento para la composición musical y sus descendientes recibieron la admiración del pueblo peruano cuando en 1872, José Bernardo Suárez, se refirió a él como gran personaje, vulgarmente conocido: «Pedro Tirado», que dejó a la posteridad grandes sinfonías y conciertos de violín, misas y otras piezas. El texto de Suárez fue transcrito en los estudios críticos de 1895 del polémico jesuita Ricardo Ccapa, lo que demuestra su importancia a nivel nacional e internacional.

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