POETAS AREQUIPEÑOS DE LOS AÑOS 80 (II)
Por: Alberto Osorio

(Continuamos con el importante recuento generacional de los poetas de los años 80 arequipeños que inició la semana pasada el doctor Juan Alberto Osorio)

Misael Ramos, (1956), fue integrante de la revista “Ómnibus”, en cuyo primer número aparecen poemas suyos. Un año antes, había publicado en “Margen”. Ramos es otro de los poetas que no ha publicado hasta hoy libro alguno, lo que no desmerece la calidad de su poesía. En 1992, en la plaqueta “La casa del fin”, aparece un poema narrativo en el que un sujeto discurre por un mundo interior, en medio de ciertos extravíos y nebulosidades. Tiene una reiteración temática un tanto difusa de sus poemas, en los que a menudo, entre título y texto, se advierte una ruptura semántica o tal vez una isotopía más tenue, casi lúdica, un tanto arbitraria, establecida entre ellos. Versos que discurren entre lo épico y lo lírico, optan por una estructura por momentos decididamente narrativa, con pasos de la luz a la oscuridad, en oposiciones fugaces y de varia referencia.

José Gabriel Valdivia, (1958) publicó poemas desde 1980, en “Polen de Letras”, “La Gran Flauta”, “Harawi” (Lima) y “Veintiuno”. Ha publicado los siguientes libros: “Grafía” (1984), “Transfiguraciones o versolínea” (1985), “Flor de cactus y otras espinas” (1989), “Postales peruvianas” (1994) y “Funesta Trova” (2003), libro en el que reúne los tres primeros, con las modificaciones del caso. Desde su inicio la poesía de Valdivia es también abundante, en los tiempos de “Polen de letras”; pero es la más cuidada, la más trabajada del grupo. Hay en todo esto, además, una morigeración de los entusiasmos. La suya es una poesía poblada de apetencias personales, angustias, aspiraciones, expresadas con cautela, con cierto aire testimonial. Una poesía que en su elaboración utiliza elementos diversos, algunas que quiebran las pertinencias establecidas, a niveles sintáctico y semántico, como el paso de una voz a otra, que puede o no guardar relación con la anterior. Se trabaja también a nivel de sugerencias, evitar la calificación, la designación directa. Aunque, en otros momentos, es una poesía sentenciosa y designativa, en estos casos la brevedad se impone. El poema “Barro y Cenizas” parece una retrospección, una búsqueda de identidad; el asomo de ruinas, que «son el fin pero al propio tiempo el inicio”.

Alonso Ruiz Rosas, (1959), es el más joven de los integrantes de la revista “Ómnibus”, en cuyos quince números aparecen poemas suyos, entre 1977 y 1984. Además, claro está, en otras revistas, como “Margen”, la “Casa de Rolo” y “Macho cabrío”, en el período anotado, y en la plaqueta “Poesía reunida” (1983). Ha publicado los libros “Caja Negra” (1986), “Sacrificio” (1989), “Museo” (1999) y “La enfermedad de Venus” (2000). Sus primeros poemas son desenfadados, decididamente prosaicos, con bastante proximidad a la poesía peruana del 70. Con posterioridad aquieta algunas cosas, como la coherencia semántica, pero conserva la actitud lúdica, burlona y coloquial. Por momentos, en su poesía asoman preocupaciones temáticas referidas a la soledad y al rechazo. Una poesía moderna, nada retórica, más bien sencilla. Versos que se contraen, meditados, y reclaman incluso cambios formales, como el retorno a ciertas formalizaciones clásicas, sin abandonar la recurrencia narrativa.

Nilton del Carpió, (1959), publicó abundantes poemas en “Polen de Letras”, en todos sus números, entre 1980 y 1981, y en “La gran flauta”, el año siguiente. En 1984, publica su libro “Yaravíes para una sirena”, en Lima, y desde entonces hay una ruptura con el grupo de Arequipa, y las noticias de su producción poética escasean. Se revela como poeta proficuo que asume una variada temática, pero preferentemente la injusticia social, el hambre, el amor, la solidaridad, tomadas con una fuerte carga emotiva. En su libro, su poesía se torna más coloquial, aparece Lima como espacio. Yaravíes sin duda, alude a esa forma expresiva, sentimental y mestiza, y más allá quechua, incorporada a la lírica culta. Y sirena puede ser la simbolización de la mujer. Estos términos aluden a Arequipa y Lima. El poeta en Lima genera el acto de exilio, de búsqueda, de andanza y hasta de extravío, en una gran ciudad, fea y gris. Es decir, aparecen en los poemas elementos gramaticales que codifican el contexto, estableciendo un andamiaje espacio- temporal.

Dino Jurado, (1958), integrante de la revista “Ómnibus”, en la que publica de 1980 a 1984. Otros textos suyos aparecen en otras revistas, como “Macho Cabrío”, “Polen de letras”. También publicó en esa plaqueta de propósito antológico, “Poesía reunida”, en 1983. En suma, su actividad poética parece circunscrita a los primeros años de la década del 80, en los que publica con cierta regularidad. Poesía coloquial, con versos ásperos por momentos, por el deseo de objetivar, en los que a veces pareciera postularse la supresión del título e incorporarlo al texto. La forma irónica de tratar algunos temas termina dotándole de un estilo personal.

Luzgardo Medina, (1959) se inició publicando poemas en esa revista de extraño título “¿Y…”, en 1979, luego lo hizo en los nueve números de “Eclosión”, entre 1980 y 1983, y continuó en otras revistas. Ha publicado los siguientes libros: “La boda del dios harapiento” (1981), “Cuervos en Sodoma y Gomorra” (1983), “Señales de humo” (1988), “Contra los malos presagios” (1993), “Avatar” (1994), “Ad Libitum” (1994). Se trata de una poesía confesional en gran medida. En ella, encontramos con frecuencia, un sujeto enunciador que controla, que rige los predios de la coherencia, pese a algunas incursiones de tipo vanguardista. En otros momentos, esta poesía se focaliza en un universo familiar, casi infantil, con asomo de matices naturalistas, y en esa línea, una ubicación, anclada en el pasado, prevalece; es decir, un mundo evocado. Y ese mundo evocado no cobra concreción en la realidad, sino en la que el deseo elabora, cosa igual ocurre con los sucesos ubicados en el futuro. En suma, los anhelos del pasado y la alusión mítica, confluyen. Entonces, la imaginación puede servir tanto para aproximarse a la realidad como para alejarse de ella. Su temática es variada, una de ellas penetra con decisión en indagaciones metafísicas, se remonta en lo mítico y en las filosofías orientales, animado de un misticismo y de una visión histórica de diversas épocas, hasta la actual. Así ocurre en “Golondrina,” (1998). Luzgardo Medina es el poeta que hizo la presentación más orgánica de su obra, facilitando una visión de conjunto.

Odi Gonzales, (1962), es, entre todos los poetas consignados en la generación del 80, el único que no nació en Arequipa, y el único que proviene del área de ingenierías. Surgió en la revista “Eclosión”, y publicó en sus nueve números, entre 1980 y 1983, y en otras revistas, como “Lecturas del pulpo” y “Harawi”, de Lima. Ha publicado los libros “Juego de niños” (1988) y “Valle Sagrado” (1993) . El primero, falsamente, podría hacernos pensar en una poesía para niños. Hay un sujeto instado en un presente de urgencias perentorias, poblado de dudas, rechazos, afirmaciones, y, sobre todo, de recuerdos de infancia. Estamos ante una confrontación explícita entre dos universos: infancia y adultez, entre un pueblo pequeño y la ciudad grande, entre inocencia y amor, en tonos confesionales, por instantes dramáticos. Las informaciones sitúan los espacios, en este caso, Calca y Arequipa. “Valle Sagrado” es un libro experimental, en el discurso y en el tema. Acentúa lo confesional y la narratividad. Ingenuo y socarrón en la religiosidad católica popular. Desfilan personajes en cuyas voces pueblan discursos de giros populares. Lo importante es la perspectiva que se asume, en estas historias de vivos y muertos, de espacios precisos, en el paso de lo real a lo escatológico, como expresión de una cultura mestiza, con el añadido de un aliento bucólico.

Rolando Luque, (1961), se inicia en la revista “¿Y…”, en 1979 y en “Eclosión” (1980). Ha publicado en “Harawi” de Lima, entre otras revistas. No tiene libro alguno, sólo la plaqueta “Los años de la brisa”, en la serie Escritos, en 1989. La poesía de Luque, por momentos, preocupada por asuntos existenciales, a partir de lo personal y de circunstancias concretas. Una poesía conversacional de discurso sencillo que a veces deja la sensación de soledad, como si después de una euforia colectiva, de las expansiones, quedara la fugacidad de las cosas. Algunos actos verbales están dirigidos a personas concretas, con nombres verdaderos, de poetas amigos que cumplen la función de interlocutores, y a quienes dirige estos monólogos conversacionales, como Odi (Gonzales) y Luzgardo (Medina), presentes y ausentes, a la vez. El poema “Oveja negra en ciudad blanca” alude a un poeta y a la ciudad. Presenta a un sujeto que ocupa una posición marginal, una actitud corrosiva, que evidencia el deterioro de la ciudad. Sujeto que emprende un periplo, casi siempre nocturno, cual pequeño Odiseo. Ironiza la sublimación de la ciudad; alterna con seres como Quintino, habitantes de la noche, en una oposición día/noche.

Adolfo Salinas, (1961), que junto en Rolando Luque y Odi Gonzales serían los más jóvenes de esta generación. Adolfo Salinas no figura en ninguna de las antologías sobre esta poesía, a excepción de la realizada por Tito Cáceres, que lo menciona y dedica breves líneas. Este tratamiento contrasta con su infatigable labor de poeta. Efusivo y ceremonioso, entrega con frecuencia sus libros, días antes de su presentación. Y sus libros son varios, como corresponde al poeta que más ha publicado de la generación del 80. Sus libros son: “La Lógica del absurdo” (1991), “Habla el silencio” (1997), “Acuarela de mi tierra” (2001), “Canción del Colibrí” (2002), “Cantar de los Cantares” (2003), “Lágrimas del sillar” (2003). Es, entonces, un poeta abundante y de variado registro: la contemplación bucólica, los niños, la solidaridad humana, la existencia, entre asuntos que preocupan al poeta y arrancan de él sentidos versos.

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