Presencialidad educativa ya
Por: Rubén Quiroz Ávila – Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, profesor universitario
Muchos docentes han experimentado con las clases virtuales una sensación casi esotérica. A veces los alumnos eran solo voces y rostros difuminados, en el mejor de los casos. Otras veces, a pesar de que su nombre o un sobrenombre aparecía en la conexión, el supuesto estudiante jamás se pronunció. Una sensación fantasmagórica recorría Zoom o Meet.
Hay profesores que han tenido que hacer de caza fantasmas e intentar adivinar quién estaba detrás de uno de los cuadritos virtuales que aparecían en la pantalla. Por supuesto, hay innumerables casos en los que la cámara prendida ha servido para ingresar repentinamente en las formas de convivencia de muchas personas, a veces con altos grados de incomodidad e ingrata sorpresa.
Pero luego de los tanteos iniciales en que las organizaciones educativas a punta de ensayo y error iban encontrando caminos para volver eficiente el aprendizaje usando el ecosistema tecnológico, también más que la optimización de la enseñanza-aprendizaje, se han dado muchas simulaciones. Es decir, por un lado, un tipo de enseñanza que replicaba con torpeza lo presencial y, por el otro, una población estudiantil que no conectaba con las torpes tácticas de una pedagogía virtual insuficiente. Entonces, parecía un gran simulacro que ha ido mostrando todas sus costuras en el regreso paulatino e insuficiente a la presencialidad. Durante estos más de dos años, más que haber aprendido se ha desaprendido.
Toda formación experimental en laboratorios que no se ha hecho costará al talento humano muchos años de actualización y, lamentablemente, tiene ya un impacto negativo en los que han carecido del complejo aprendizaje presencial. Todos perdemos. Lo virtual ha sido incompleto para cerrar las brechas mínimas que se requieren para afinar las competencias y habilidades. Se nota en las carreras profesionales que requieren de constantes prácticas en espacios de experimentación y que no han hecho ello más que de manera teórica. Entonces, hay un riesgo latente en aquellos programas que están ligados a la intervención directa, tanto en salud como en ingeniería, por las obvias razones de la naturaleza de sus profesiones. Los que han estudiado sin las horas de práctica necesarias requieren validar sus aprendizajes e incorporar rápidamente esas destrezas que no han sido optimizadas. Se tiene que reducir las contingencias que surgirán en segmentos de profesionales que actuarán ya mismo en la sociedad. Si nuestra educación en general tenía marcadas deficiencias siendo presencial, imagínense cómo estará ahora que tanto tiempo ha sido exclusivamente virtual.
Claro, la vinculación social y las posibilidades de enriquecimiento emocional que da lo presencial también ha sido una pérdida que, incomprensiblemente, se mantiene. Ya es un acto desalmado mantener la educación virtual en el pregrado o dejarla a la calculada discrecionalidad de la institución.