Solo sé que nada sé
Por: Rubén Quiroz Ávila – Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, profesor universitario

No se puede saber todo. Aunque siempre hay que mantener el ritmo de aprender, debemos asumir que no es factible conocerlo todo. Más bien, hay que estar dudando razonablemente. Dudas metódicas y de prevención contra ideas autoritarias. Dudas necesarias que son remedio ante cualquier tentación déspota.

Esos ciudadanos insistentes que siempre van cuestionando las fronteras y las razones de todo conocimiento tienen una actitud filosófica. Por ello, ‘solo sé que nada sé’ no es un lema habitual, sino un modo de vida. Inquietante, seguro; a veces con más perplejidades que certezas. Es que no hay nada más terrible en un ser humano que presumir que lo sabe todo, que ya tiene todas las respuestas, casi como una infalible deidad. Cuando el sujeto que asume que solo él tiene la verdad, comienza la tiranía. Nuestra historia está llena, trágicamente, de esos casos. De seres supuestamente escogidos por algún dios, predestinados por la historia o designados por las circunstancias, se han creído poseedores de verdades absolutas e irrefutables. Fundan religiones, sectas, partidos, interpretaciones únicas y, la mayoría de veces, recurren a la violencia para justificar su versión del mundo.

Sabemos que la dañina ilusión de saberlo y controlarlo todo es un rasgo sumamente alarmante para el bien común. La historia de la humanidad abunda en esos casos. Por ello, tener una actitud vigilante contra todo dispositivo y maquinaria ideológica que intente controlar nuestras vidas es indispensable. Para que estas posiciones radicales triunfen, además de implantar miedos y temores, requieren que las personas no vean justamente un peligro inminente en su crecimiento y consolidación. Recelar siempre de esas estrategias totalizantes y absolutas es inexcusable. Sea de derechas o izquierdas, el pensamiento radical, que no acepta cuestionamientos, implica una amenaza permanente para la sana y equilibrada convivencia.

Por eso, una actitud filosófica ante las cosas puede ayudarnos con la indispensable cautela ante posiciones hegemónicas. No creamos todo lo que nos dicen con sospechosa alegría ni lo que nos prometen con calculada abundancia, más cuando las circunstancias hacen que algunos se comporten repentinamente afectuosos y preocupados por nosotros. No olvidemos que hay un filósofo en cada uno de nosotros. Uno inquieto, cuestionador, con muchas y curativas dudas. No debemos temer las preguntas precisas y propicias ante todo, más ante la avalancha de falsedades, de difundida pseudociencia, de mentiras instaladas que se hacen pasar por verdades provechosas.

Cuando vamos avanzando en experiencias, en lecciones dadas por la vida, también aceptemos que solo sabemos que nada sabemos y que siempre hay mucho que aprender. Aceptar con humildad nuestros márgenes de ignorancia, nuestro universo de desconocimiento, nos aventura a seguir conociendo. Y es maravilloso.

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