La negada opción del descarte
Por: Cecilia Bákula – El Montonero

Empiezo señalando que el descarte es una opción que debería ser una “no opción”, o una opción negada como tal, en tanto los electores deberíamos tener tan clara las propuestas de los candidatos y la certeza de su honorabilidad y honestidad respecto a su propia vida y compromiso con lo que enarbolan como ofrecimientos y propuestas. Quisiéramos acercarnos a los locales de votación, no solo con gozo ciudadano, sino con entusiasmo y esperanza. Percibo que la realidad es muy distinta y la gran mayoría lo hace o por cumplir con un deber, lo que ya es meritorio; o por evitar una multa lo que, en estos tiempos de crisis económica, no deja de ser necesario tomarse en cuenta.

Me percato, también, de que hay un gran desconocimiento y confusión entre los electores respecto a las acciones que tenemos por delante y a los votos que debemos emitir. Poco se ha informado que elegiremos, por lo menos en Lima, a la autoridad regional, al alcalde metropolitano y al alcalde distrital, y ello significa que debemos “marcar” tres casilleros. Y en tanto ha habido una abundancia de candidatos, partidos, agrupaciones, idas y venidas, tachas y denuncias, lo que conocemos como ciudadanos, por informados que podamos estar, es poco nítido, por no decir muchas veces carente de claridad.

Si a ello agregamos que el tan mentado “debate” fue todo menos un debate de propuestas, y más bien una mala exposición de pocas ideas de muchos, de elocuencia de pocos y de intentos sofocados de ocultar denuncias de varios, quedaron opacadas las propuestas coherentes. Es indigno, para la alcaldía de Lima, la capital de la República, que osen presentarse, que pretendan gobernarla quienes tienen un prontuario, un historial o una foja de vida que escandaliza por la gravedad o es ridícula por la pequeñez.

No se trata de que se busque a un académico de polendas, de lo que se trata es que llegue al sillón del burgomaestre capitalino quien es capaz de conducir los destinos de nuestra ciudad con probidad demostrada a lo largo de su vida, con capacidad, con diligencia, prontitud, imaginación, sencillez y humildad. Que no necesite el reconocimiento y el aplauso porque sabe que es el servicio el mejor galardón. Son pocos, muy pocos los que puedes mostrar esa limpieza de corazón. O están tan escondidos que cuesta descubrirlos.

Es casi obsceno que pretendan el sillón municipal quienes no tienen un historial limpio. Igualmente resulota chocante que varios cuyas propuestas podrían ser similares, por lo menos en términos generales, no hayan logrado ponerse de acuerdo y unirse para ser una opción fuerte y coherente. Son ocho candidatos que disputan la alcaldía de Lima, y de varios de ellos se escucha poco y se conoce menos. En total, son doce partidos o agrupaciones políticas las que participan en este proceso electoral, y ello hace que el voto se pulverice y fragmente. Y queda demostrado, como fue en las elecciones generales de 2021, que los partidos políticos atraviesan por una crisis severísima de institucionalidad, de esencia, de identidad.

Vemos, además, una rotación alta de personas que intentan retornar a los cargos municipales, y para ello se enrolan en partidos o agrupaciones diferentes en cada proceso electoral. Eso nos hace pensar que no hay coherencia alguna en el compromiso con las propuestas; o lo que podría ser peor (y creo que es la realidad), que se carece de esa identidad y de esas propuestas que marcan y diferencian a una organización política.

Hace pocos días hemos visto la abrumadora victoria de Giorgia Meloni en Italia. No solo es la primera mujer que llega a asumir la importantísima responsabilidad de ser presidenta de su país sino que, a sus 46 años, logró encabezar la unión de partidos de derecha. Y gracias a esa convocatoria e inteligencia política, se han hecho de una victoria y de una muy sólida representación en el parlamento nacional. Al margen de la coincidencia o no con sus propuestas, deseo resaltar la importancia de la unidad de agrupaciones que, pudiendo tener entre sí ciertas diferencias y hasta discrepancias, logran deponer los personalismos para ofrecer al país y a sus electores, la imagen y la construcción de una realidad de unidad y de madurez política que trasciende el “yo individual” y se rinde al “yo colectivo” indispensable. Ese ejemplo se debe tener en cuenta indispensablemente, máxime en una situación de crisis generalizada como la que enfrenta y vive nuestro país.

Lo vimos y vivimos ya en el 2021. Poco importa si las elecciones fueron limpias o amañadas; ya a estas alturas hemos perdido confianza en esas autoridades. Y a pesar de eso, nos arriesgamos a seguir divididos, a favorecer el individualismo que, sin duda, sigue siendo la peor opción, ya que nos obliga, en muchos casos, a votar por descarte y no por selección. No por convicción sino por dar mi voto al menos malo, no por suscribir la opción de mis preferencias porque no la encuentro. No me identifico con ninguna, no admiro a ninguno, no me siento representada plenamente en ninguno y no deseo que ningún malandrín, ningún incapaz ni truhán siga envileciendo la política, haciendo de ese servicio a los demás una acción de servicio a sí mismo. Eso, a la vez, denigra mi derecho a ser representada por los mejores y no por quienes carecen de valores, capacidades y voluntades para regir los destinos de nadie, casi ni siquiera los suyos, y pretenden hacerse cargo de los nuestros.

Cierto es que siempre hay, entre las opciones políticas, una menos mala, y deseo que se elija esa. Por eso menciono la opción de tener una elección por descarte, lo que no es ni será nunca el ideal pues no es la decisión del compromiso, sino de la negación a las otras posibilidades para que los peores, que los hay, no opaquen ni enturbien más nuestra difícil existencia.

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