Una historia que sabe a decepción y despedida
CONVERTIRTE EN VILLANO
Un reencuentro sirve para pensar en las formas de envejecer.
Por Orlando Mazeyra Guillén
—¿Y pediste que te devolvieran el billete de tu AFP? —te pregunta Eusebio después de saludarte. No se veían desde el verano del año 2020.
—Claro que sí, no hagas preguntas idiotas, Eusebio. ¿O crees que me sobran las fichas?
—Pero, acuérdate de una cosa, tienes que guardar pan para mayo, brother —te aconseja inesperadamente—. Piensa en tu vejez.
—Hermano, hay formas horribles de envejecer. Creo que es mejor plantar pico antes de llegar a cierta edad…
—¡Ah! —exclama apresurado—. Te refieres a Varguitas. Ya olvídalo, quédate nomás con sus mejores novelas y asunto cerrado.
—¿Te gustaría tener esa vejez?
—Mira, Philip Roth fue sabio, ¡recontra capo! y a él tampoco le dieron el Nobel. Supo el momento exacto en el que tenía que colgar con chimpunes. Vargas Llosa, en cambio, no se quiere retirar y hace rato está dando pena en la cancha… ¡Deambula, pues! Es como si pusieras a Cubillas y a Cachito Ramírez a jugar el Mundial de Catar.
—El pata se hace odiar cada vez que abre la boca: insulta, desprecia, se comporta como un termocéfalo.
—No lo odio —te aclara Eusebio—. Odio lo que dice… y, sobre todo, cómo lo dice.
Conversan, por supuesto, acerca de las “desafortunadas” declaraciones de Mario Vargas: no es importante tener libertad, sino saber votar. También, el año pasado, tiró algunas perlitas acerca de la participación del Perú como país invitado de honor a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara: «No habrá escritores de verdad», afirmó sin dudarlo el premio Nobel que hace rato hiede a naftalina.
Lanzó estas declaraciones a las que —es triste pero necesario recordarlo— ya tiene a todos acostumbrados, justamente luego de la Bienal de Novela que lleva su nombre; esa maquinaria descomunal para fabricar aquello que él dice —o decía— rechazar: el intelectual condicionado. Aquel que, como Vargas Llosa, repite hasta el cansancio los lugares comunes del ultraliberalismo, la gran panacea del progreso universal, ¿no es cierto?
Alguna vez, hace mucho tiempo, él fue un escritor de verdad. Hoy, en cambio, ya no se atrevería a firmar su mejor discurso, el más brillante de los que escribió y, acaso, de los que escribirá: «La literatura es fuego». ¿Por qué, entonces, te sigue doliendo aceptar que este otrora gran novelista se haya transformado en un cascarrabias virulento que lanza pachotadas a diestra y siniestra?
Octavio Paz dejó dicho que el encanto no se rompe de golpe, sino poco a poco: «Nos cuesta trabajo aceptar que el amigo nos traiciona, que la mujer querida nos engaña, que la idea libertaria es la máscara del tirano. Lo que se llama “caer en la cuenta” es un proceso lento y sinuoso porque nosotros mismos somos cómplices de nuestros errores y engaños». Es preciso acotar que a ti, quizá cegado por tu pertinaz fanatismo literario, te costó un Perú aceptar que los supuestos paladines de la libertad son en realidad los cortesanos de la derecha más nauseabunda y tiránica.
—Dice esas tonterías para defender a sus sobones —afirma Eusebio—. ¡Cuánta falta hace el profe Oswaldo! Ya hubiese puesto a todos en su sitio.
—Reynoso nunca se dejó aplastar por la mafia. Willy, estas argollitas están en todos lados: en la literatura, en la política y hasta en el fútbol…
—Vargas Llosa es un clasista insoportable —sentencia él—. Pero antes, al menos, escribía tan bien. Te repito: no lo odio, odio lo que dice.
—Parece un personaje de Onetti.
—¿Cuál de todos?
—Bob. Según Vargas Llosa, la ruina y decadencia de Bob personifica la de todos los hombres en el universo de Onetti, que, pasada la juventud, comienzan a transformarse en parodias de sí mismos, seres sin alma, cínicos, corrompidos, pierden hasta su propio nombre… como el marqués… ¿Se sigue llamando Mario o ahora le dicen Roberto?
—Cuando ha intentado escribir novelas optimistas, como “El héroe discreto”, que van de la mano con su posición política, ha terminado por las patas de los caballos.
—Eusebio, creo que Vargas Llosa ya podría, sin necesidad de taparse la nariz, sentarse a tomar un café con Bola de Oro…
—Sí, ahora está más cerca de Fermín Zavala que de su hijo Santiago, es la purita verdad. Pero no te olvides de que para tomarte un cafecito con él tienes que pagar veinte mil euros… es la colaboración. ¿Qué carolinas son sus tonos, no?
—Alista tus ahorros.
—Mejor paso nomás, manito. En esa plata puede terminar en un paraíso fiscal, ¡cuidadito, hermanito! No vayas a gastar lo de tu AFP en un tono con Varguitas.
—No me alcanza ni para un tono con Bryce…
Se echan a reír. Pero resuena aquella frase tristísima: “muere siendo un héroe o vive lo suficiente como para convertirte en un villano”.
—Saca un par de chelitas por los buenos tiempos —te dice Eusebio—. Por el arpista don Anselmo y su Casa Verde.
—Y dos más por el Vargas Llosa que jamás volverá: ¡Adiós, Varguitas, adiós!