Donde se pone el dedo, salta la pus
Por: Cecilia Bákula – El Montonero
Ya en 1888, don Manuel González Prada, a quien reconocemos como un lúcido intérprete de la realidad político y social de su tiempo, supo –cual audaz y valiente visionario– elevar su voz de protesta y crítica aguda y mordaz. En su momento lo hizo ante la incapacidad que él percibía en las autoridades del país para dar una respuesta que sacara a nuestra patria de la severa postración que había significado la oprobiosa derrota sufrida en la Guerra del Pacífico: la pérdida de vidas humanas, la debacle económica, la deshonrosa presencia de tropas chilenas en Lima, en grandes extensiones de territorio, y la desesperanza que él percibía ante la podredumbre que encontraba en la clase política de entonces. En esas circunstancias, en la obra titulada “Propaganda i ataque” señaló: “En resumen, hoy el Perú es organismo enfermo: donde se aplica el dedo brota pus”.
Podríamos señalar que su crítica se sustentaba, principalmente en las circunstancias posteriores a la guerra, que habían dejado un país en ruinas y sin que ello pudiera nunca justificar un mal gobierno. Sus palabras taladran hoy nuestros oídos pues pareciera que él se eleva con la misma fuerza y reciedumbre para pronunciarlas con firmeza y repetirnos una y otra vez que, hoy en el Perú, en el 2022, nuestro país es un organismo enfermo: “…donde se aplica el dedo brota pus”.
Y, si fuéramos médicos, cirujanos especialistas ante un cuerpo así de deteriorado, y así en tal estado de descomposición, tendríamos que enfrentar su estado terminal y la necesidad de intentar acciones radicales: la extirpación de los miembros comprometidos y la esperanza de que las células nuevas actúen ante la aplicación de procedimientos radicales, de los que ahora se llaman de “última generación”. Y aceptaríamos las consecuencias de intentar la salud futura aún a un alto costo: tiempo, recuperación, terapia, rehabilitación y, por supuesto, pérdida de partes y, quizá, extremidades.
Hoy nos enfrentamos a un Estado altamente corrompido por la falta de valores; por el enquistamiento de mafias que han ido llegando y llegando a las más altas esferas del poder, cual aves de rapiña para robar y robar a los más pobres y enriquecerse a costa del progreso de la gran mayoría, robando futuro, robando salud, robando educación, robando, robando, robando.
Esta situación, que ahora vemos en un espectro de malicia y abuso como antes no habíamos querido conocer, no es nueva sino que es más “destapada”. Se ha abierto la puerta a un universo pestilente de personas que han hecho de la mentira, de la incapacidad y del uso de su sitial de supuesto servicio una situación tan servil y perniciosa para todos que no merecen respeto ni pueden ostentar la dignidad que significa el honor de representar y servir a la nación. Más allá del robo material, del enriquecimiento ilícito, se viene destruyendo con gran impunidad la ya precaria institucionalidad de nuestro país y se afecta el futuro de la gobernabilidad.
Los infelices y pequeños individuos que ahora, arropados por su propio miedo, se sienten transitoriamente fuertes, pasarán a la historia por sus tropelías y roberías, por su incapacidad de gestión y de acción, por su mitomanía, victimización como pauta de conducta, no se llevarán a la tumba ni un sol; pero sí vienen arrastrando al pueblo, que no los merece, a años de atraso, de frustración, de carencias y de abandono. Y ello, lo permite no solo su atrevida incapacidad, sino también la lenidad del Congreso, en el que casi un 25% de sus integrantes se han dejado comprar; es decir, se han vendido a la más baja causa y por el más barato precio. Aún hay parlamentarios probos, pero no se ve en todos una acción radical ni una conducta que convenza a los electores. En estos 14 o 15 meses de gestión hemos escuchado y leído no pocas frases grandilocuentes como “no vamos a permitir…”, “no toleraremos…”; pero del dicho a la acción, pareciera que hay un trecho en exceso amplio.
Todo ello va ofuscando a la población que, ante la manera como cada uno vive las consecuencias de esta crisis, va encontrando culpables y se empiezan a exacerbar los ánimos. Cada vez más, la violencia se hace palpable, la ofuscación, la desesperanza es ya una manera de sentir y aparecen voces apocalípticas a las que es fácil prestar oídos.
Si bien es cierto que la expresión de González Prada es trágicamente actual, ello no debe llevarnos a creer que la violencia y la destrucción de todo el “sistema” es la solución. Veamos y tomemos el peso real de lo actuado, en el marco de la ley, por la señora Fiscal de la Nación que, haciendo uso de las atribuciones que le da la Ley, ha asumido con el coraje y la valentía –que sin duda le ha faltado al Congreso, a ese Poder Legislativo que ni legisla ni fiscaliza suficientemente, porque en muchos casos está ocupado en ser servil– una denuncia constitucional que debiera hacer temblar a quienes integran el Poder Ejecutivo y obliga al Congreso a tomar acción inmediata.
En nuestra historia reciente no habíamos visto la necesidad de una denuncia que señalara que la mafia se había instalado en el poder. Son tiempos difíciles estos. Sin embargo, el Perú cuenta con ciudadanos corajudos y aguerridos que no quieren que se les robe el derecho al futuro. Y son ellos la reserva moral que darán la talla para restañar las heridas y para erradicar la pus, aunque parezca que nos ha invadido por todas partes. Será el mismo González Prada el que pueda inspirarnos, y para ello es necesario invitar a la lectura del Discurso en el Politeama.
Resiste un poco más, querido Perú. El nuevo amanecer está por llegar.