¿Quién pone a los Estados Americanos contra los propios Estados Americanos?
Por: Cecilia Bákula – El Montonero
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El miércoles último, 19 de octubre, el presidente Pedro Castillo hizo saber que daría un mensaje a la Nación. Apareció tenso, con el rostro desencajado, que se le contraía constantemente mientras daba lectura a un texto que, aparentemente, no había sido redactado por él ni mucho menos ensayado con anticipación. Leía con dificultad una pantalla que tenía delante, y su rostro iba dando muestras de constante tensión, ansiedad y, por qué no decirlo, de desasosiego.
Los miembros de su gabinete aparecían como telón de fondo. Y todos, en especial los que estaban ubicados en primera fila, tenían expresión de “pocos amigos”; ninguno de ellos tenía un rasgo que pudiera asociarse a la tranquilidad, ni siquiera a la solidaridad ni a la convicción. Estaban ahí porque se les había convocado, pero los gestos y la conducta corporal era muy peculiar en cada uno.
Luego de una larga retahíla de penas, cual inventario doloroso de lo que sufre como víctima en un país que no lo entiende y de una sociedad que no lo valora, haciendo de la victimización ya acostumbrada un ejercicio vergonzoso en quien se cree líder y no tiene más que exhibir que esa autopercepción de ser damnificado injustamente, pasó a echar mano a su última y deshonrosa carta. Un último supuesto salvavidas que es como si en pleno naufragio le hubieran tirado al mar y se estuviera aferrando a un flotador agujereado. Es decir que además de no saber nadar y tratar de hacerlo en un mar tempestuoso, el flotador con el que cuenta es el que menos puede serle de utilidad. Dicho de otra manera, quien le ha aconsejado ese salvavidas, le ha puesto, de alguna manera, una piedra de molino atada al pie.
Vale recordar que la tan mentada Carta Democrática de la OEA, a la que se ha convocado, como si se tuviera ahora derecho para hacerlo, fue suscrita en Lima el 11 de septiembre de 2001, con ocasión de celebrarse en nuestra ciudad el 8º periodo Extraordinario de Sesiones. Buscaba ser un documento orientador para aquellos Estados que, en momentos de grave convulsión política, veían peligrar la permanencia y estabilidad del sistema democrático existente. Claro está y es evidente que esa situación no es la que, gracias a Dios, está viviendo el país, por lo menos, por el momento. Otra realidad sería la que podríamos vivir si quien hoy invoca la aplicación de ese documento (mal asesorado, por cierto), asumiera con hidalguía, valentía y transparencia las consecuencias de sus propios actos y buscara menos recovecos a la aplicación de la justicia, menos interpretaciones antojadizas y comprendiera que una “denuncia fiscal”, como la que lo implica, no se había dado en nuestra historia reciente.
Ante ello, intentar comprar voluntades y desdeñar testigos, menospreciar a autoridades, jueces, minimizar expedientes, expresarse con altanería, amenazar a la prensa y a muchos ciudadanos, ofuscarse, pretender vivir en casi un aislamiento de protección policial y a veces militar, negar la realidad y buscar el respaldo de la OEA que hace pocos días fue claramente rechazada en nuestro país, son conductas que obedecen a una desesperación evidente. Solo quien se sabe acorralado por la verdad que no se puede ocultar ni a gritos ni con acciones extremas como lo fue, el llevar al patio de Palacio a un gran número de reservistas que lejos de apoyar a Castillo, buscaban una respuesta a su propia situación de desatención. Quizá le convenga recordar lo que se lee en el Evangelio de San Juan: “Solo la verdad os hará libres” ya que ahora, pobre de él, vive en el infierno de la construcción de su propia falsedad y, tarde o temprano, la mentira que como dice el dicho tiene patas cortas, se abre camino y cuando eso suceda, la realidad será muy dura para todos quienes ahora, igualmente altaneros y seguros de su pedestal de barro, serán conducidos hacia su propio triste final.
No es posible cerrar los ojos a la debacle económica, a la carestía, la falta de fertilizantes y la tristeza en el agro, el aumento del desempleo y el alza del empleo informal, el desabastecimiento en los mercados, el abandono del campo, el deterioro del sector salud, la fragilidad de nuestra economía a los ojos del mundo, la inseguridad ciudadana, la desesperanza y el triste desempeño del Congreso en donde importante número de parlamentarios van apareciendo como topos, vendidos por un triste, pequeño y sucio plato de lentejas, abandonando a quienes fueron sus electores y traicionando moral y éticamente las obligaciones que les compete ejercer.
¿Será ganancia ese respaldo para quien ejerce tan pírricamente el poder? Tarde o temprano, todos los implicados terminarán o en la cárcel o abandonados, vilipendiados, rechazados; ya lo van sufriendo con la delación de antiguos “amigos y colaboradores” que han optado por acercarse a la justicia para aminorar las consecuencias de ser parte de una gavilla de criminales. Esta última es una frase muy dura sin embargo así suena a diario y duele y los ciudadanos que queremos que este país, grande en su pasado y en su derecho a un potente futuro, rechazamos que esa gente la que haga del latrocinio el ejercicio del poder porque lejos de ser solo una forma de enriquecimiento personal, es el camino seguro para el mayor empobrecimiento de la Nación y de las grandes mayorías, de la pérdida del sentido de la existencia del país que todos, sin duda todos, añoramos.
Y, en esa realidad evidente y con ese conjunto de personas al mando, ¿puede la OEA creer que el problema es la intención de quebrar la democracia por parte de los entes que tratan de mantenerla, aún con la dificultad de luchar diaria y heroicamente contra todo? ¿No será que es el implicado que se niega a asumir ahora su situación, el que viene dando todos los pasos, como manotones de ahogado, para quebrar la democracia y el orden, sabiendo que el flotador que tiene, es el que menos le sirve? Si se trata de “asomar y figurar”, no dudo que la OEA elaborará sendos y enjundiosos documentos que costarán a nuestro alicaído presupuesto un alto costo. Pero cuán eficiente es eso, realmente, para tranquilizar a un país que no resiste más, la mentira como forma de gobierno, el robo como una manera de acción, la prepotencia como un lenguaje para comunicarse, la desesperanza como el amanecer de cada día, la pobreza y la tristeza como respuesta a los ofrecimientos de un gobierno que no tiene en su vocabulario palabras tan simples como servir, transparencia, eficiencia, libertad y honestidad.