JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
Por: Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa

Con la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo, que celebramos este domingo, culmina el año litúrgico 2022. A primera vista podría llamar la atención que el evangelio de la misa de esta fiesta, conocida también como “Cristo Rey”, no está referido a alguno de los momentos de -digámoslo humanamente así- éxito de Jesús, como cuando entró en Jerusalén aclamado por la multitud o cuando se presentó resucitado a sus apóstoles. Por el contrario, el evangelio de esta fiesta nos presenta a Jesús agonizando mientras que, con la complacencia del pueblo que había exigido que sea crucificado, «los magistrados le hacían muecas diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo si es el Mesías de Dios”» y también los soldados burlándose de Él le decían: «Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Incluso uno de los dos malhechores que estaba crucificado a su lado le dice: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros» (Lc 23,35-39). Es el momento culminante de la vida de Jesús. Está padeciendo un indecible dolor físico y moral y todos lo instan a que se salve a sí mismo; porque, según su lógica, ¿de qué sirve un mesías, un supuesto salvador, si ni siquiera puede salvarse a sí mismo?

Como dijo el Papa Francisco hace unos años: «tientan a Jesús para que renuncie a reinar a la manera de Dios y lo haga según la lógica del mundo: baje de la cruz y derrote a los enemigos» (Homilía, 20.XI.2016). En otras palabras, pretenden que Jesús piense sólo en sí mismo, demuestre su poder y se imponga sobre los demás. ¡Todo lo contrario al amor! Como dijo también el Papa: «prevalezca el yo con su fuerza, con su gloria, con su éxito». Jesús no cae en la tentación. Aun más, ni siquiera les responde. Calla y se sigue ofreciendo al Padre por nuestra salvación, como cordero llevado al matadero, sin resistirse al mal (Is 53,7). Hasta que otro de los malhechores que estaba crucificado junto a Él se da cuenta de que la vida de Jesús no termina en la muerte, y le pide: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». A este sí le responde: «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,42-43). Jesús le promete el paraíso al delincuente arrepentido…y es así que, una vez resucitado, no vuelve al cielo solo sino llevando consigo a un pecador.

Este es el modo en que Dios, y Jesús es Dios, manifiesta su poder: perdonando nuestros pecados y transformando con su amor el mal que hay en nosotros. Jesucristo crucificado es la muestra de que no ha venido al mundo para garantizarnos un bienestar meramente terrenal ni una vida sin problemas, como muchos quisieran. Sufriendo y muriendo en la cruz, no nos ha ofrecido quitarnos el sufrimiento, la enfermedad ni la muerte física. Nos ofrece algo mucho mejor y más grande: hacernos partícipes de su resurrección en la medida en que nosotros, como ese delincuente que la tradición popular católica ha llamado “el buen ladrón”, reconozcamos nuestros pecados y nos acojamos a su misericordia que va más allá de la muerte y es capaz de llevarnos con Él al cielo por toda la eternidad. Ése sí que es el “Rey del universo”: el único que tiene poder para hacer partícipes de su vida divina y salvar de la muerte eterna a aquellos que confían en Él y se dejan transformar por su amor.

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