La confrontación como forma de gobierno
Por: Cecilia Bákula – El Montonero
No bien terminó la presencia de los integrantes de la Comisión de Alto Nivel que envió la OEA al Perú, el país empezó a vivir una nueva etapa de confrontación e innecesaria actitud de falta de voluntad de entendimiento entre el Ejecutivo y los sectores del país que no le siguen el juego. Amplios sectores que, de muchas maneras, se sienten enervados por la inacción efectiva de quien ejerce la más alta dignidad y autoridad del Estado, para conducir las riendas de un país que, a todas luces, va siendo llevado hacia el desbarrancamiento, social, económico, político e internacional. Salvo la OEA y sus adláteres, nadie puede negar la realidad que nuestro querido Perú vive. Y esa verdad, la deben haber comprobado y escuchado, no obstante la tal mentada Comisión, prefirió recibir y prestar atención a muchos del grupo del amiguismo estatal, por encima de los auténticos voceros de las circunstancias reales.
Nada especialmente objetivo ni cierto, ni positivo, ni de ayuda a la situación actual puede esperarse de una Comisión, por más de alto nivel que sean sus integrantes, que de alguna manera ha adelantado ya opinión. Y que ante la incapacidad para ver lo que es una realidad y para escuchar lo que es un clamor a gritos, creen que el problema que vivimos está en las razones por las que Castillo se victimiza. Nada más alejado de la realidad. Los peruanos nos sabemos mestizos y a él no se le repudia y rechaza ni por su origen (muchos son dignos provincianos) ni por el color de su tez (los peruanos somos de raza mestiza) ni por su oficio pues nada más noble que el ser maestro, si es que fuera un digno docente. Se le rechaza por la incapacidad para gobernar, por arrastrar al país a la pendiente, por enfrentar de manera peligrosa y ofensiva a todos los ciudadanos. Y principalmente porque su conducta ética y moral, tal como lo demuestran las contundentes acusaciones y procesos que tiene, no nos permiten ver en él a quien puede tener el honor y menos la capacidad, de conducir hacia un buen futuro a nuestro país. Puedo entender que requiere asesores para saber qué y cómo actuar en temas de gobierno pero ni siquiera acierta en la elección de esas personas que pudieran orientarlo. En la vida, nada hay peor que los “ayayeros” y su entorno está repleto de esos que, además, lucran con su escaso y equivocado aporte, si es que algo aportan.
Esa incapacidad, busca ser envuelta en discursos con poca coherencia, en los que se ufana en echar la culpa de todos los males nacionales a “otros”, de enrostrar a “otros” el mal uso de las arcas fiscales, la nefasta conducción del país en todos los temas posibles, especialmente los vinculados a la agricultura que nos asegura un años 2023 con mayor hambre, en salud que es un sector incapaz de atender las demandas de los peruanos, en educación que aleja cada vez más a nuestros jóvenes, de la posibilidad de ser competitivos en el medio local y mucho menos, poder insertarse en el mundo laboral exigente del futuro y así, podríamos enumerar la nefasta acción en cada una de las carteras ministeriales.
Decir estas verdades no es un “ataque” a la persona; es una expresión de dolor por el país, por su futuro, por su gente. Un país rico, milenario, poderoso, con recursos naturales extraordinarios, está siendo asaltado y malamente conducido.
Ante esa realidad y para que la opinión general no vea esa inacción, ese descalabro, una forma de actuar constante de este gobierno viene siendo el escudarse o, mejor dicho, esconderse en el ataque y la voluntad de enfrentar a los peruanos. Qué lejos vemos aquellos años en donde se iban superando las diferencias y los peruanos mirábamos con esperanza el futuro, veíamos un mañana posible y mejor, escuchábamos noticias de inversión, infraestructura, mejoras, crecimiento, trabajo y, sobre todo, acción positiva, certeras decisiones y voluntad de unir, no de distanciar, de encontrar el punto de encuentro y no el ángulo de violencia de la separación y el distanciamiento.
El innecesario desgaste político que implica el enfrentamiento que constantemente busca el Ejecutivo con el Legislativo, solo logra exacerbar la situación actual. Haber llevado al Congreso a tener en sus filas a parlamentarios vendidos por un plato de lentejas que humilla y degrada la labor parlamentaria, solo con el fin de poder seguir enfrentando, es no solo suicida, sino una conducta traicionera hacia el propio país.
Una forma de confrontación, nada sutil y bastante agresiva ha sido la insistencia del ex premier de pretender se desestime una opinión dada por el Tribunal Constitucional respecto a su deseo de que se derogue una norma, porque no es buena ni se ajusta a sus deseos. Se confronta a la población cuando se dan discursos de clarísima violencia promoviendo juicios entre grupos sociales y, se confronta y enfrenta a los peruanos, reiterando el nombramiento de autoridades que ya han demostrado estar muy lejos de tener las condiciones mínimas para asumir las responsabilidades que se les asigna, que han exhibido incompetencia, que han sido por ello censurados y rechazados, no por razones de “clase, origen o color”, sino por su falta de condiciones para el cargo o por tener procesos administrativos, denuncias o acusaciones pendientes que, por un mínimo de pundonor, les debería impedir asumir nuevas responsabilidades. Quizá una lectura desde otro ángulo podría ser que, al irse cerrando el círculo del propio cabecilla, cada vez cuenta con menos personas en las que pudiera confiar ya que los amigos de antes, son ahora colaboradores de la justicia y muchos empiezan a tomar conciencia de la gravedad de ser parte de un gobierno que se enreda en su propia maraña.
Lo cierto es que estamos viviendo al filo de una hecatombe que sufriremos todos y que afectará, de manera especial, a los más vulnerables, los más pobres, aquellos que son obligados o motivados a aplaudir cualquier declaración por incoherente que sea y son usados para aparentar un respaldo que, en el fondo, no se tiene. La historia demuestra que si hay algo esquivo y frágil es la aceptación popular, la fama y los aplausos obligados, máxime cuando se pretende hacer de la confrontación, el enfrentamiento y la soterrada promoción de la violencia, una forma de gobierno.