Una semana sobre ascuas que queman
Por: Cecilia Bákula – El Montonero
El día 7 de diciembre amaneció con nubarrones en el horizonte de nuestra historia política por la desquiciada decisión de Pedro Castillo que, viéndose acorralado por sus decisiones –muchas de ellas lindando en lo delictivo y casi todas enmarcadas en la improvisación e incapacidad– “declaró”, con un nerviosismo evidente, un quiebre total del Estado de derecho y su pretensión de dar un golpe a toda la estructura institucional de nuestro sistema político. El juego le duró poco, pero las consecuencias no cesan.
Ese hecho, que condenamos radical y frontalmente, ha llevado a Pedro Castillo él a afrontar una justa carcelería preventiva de 18 meses. Y eso está siendo aprovechado por un sector de agitadores y terroristas que azuzan e instigan a la población y conducen a muchos violentistas hacia la destrucción, el enfrentamiento y a actos vandálicos. Lejos de poder ser calificados como acciones de “repudio” a una situación política, estos son actos del más duro terrorismo, tal como algunos recordamos y quisiéramos que hubiera desaparecido del corazón, la mente y la maquinación de los peruanos.
La paz social, frágil por cierto, parecía haber desaparecido y se dio inicio a una inacabable ola de acciones del más puro terrorismo, de ese que creíamos controlado. No obstante el rechazo a esa conducta delincuencial, desquiciada, destructiva y terrorista, la paz que reclamamos no la queremos a cualquier precio, no la queremos sometidos a la tiranía de la locura terrorista ni de la izquierda perturbada. Es decir que la paz que queremos y exigimos, como única posibilidad de aspirar al desarrollo, pasa necesariamente por el cumplimiento de la Constitución, de la ley y del respeto a las instituciones.
Eso obliga a la presidente (con “e” al final) Dina Boluarte a actuar con decisión, radicalidad y firmeza. Desde mi perspectiva, las decisiones de respuesta ante los primeros brotes de violencia fueron muy timoratos, lentos y tibios. Comprendo que a ella la presidencia le llegó casi sin saber cómo ni por qué; comprendo también que se le exige –y así corresponde– que se aleje tangencialmente de la línea de conducta y dependencia de la que fue su origen político y que eso ha de ser difícil, pero eso es lo que le toca, aunque aquellos a quienes llamaba “amigos” la tilden ahora de traidora, su obligación debe orientarse hacia los más de 30 millones de peruanos que la miran con un hilo de esperanza, el único que va quedando.
Le toca ser severa y radical. Le corresponde actuar en el marco de la ley y olvidarse de los amiguismos que tanto daño han hecho en los meses del fallido gobierno de Castillo, del que ella fue parte fundamental; es indispensable que mantenga una actitud de mando, como lo ha demostrado en su último comunicado y se aleje de la actitud de pedir disculpas, es indispensable que se haga respetar y que asuma que la historia le da una oportunidad de rescatar al país de la catástrofe de la que ella es, sin duda, muy responsable.
No puede ser ingenua al elegir a su gente pues si es de traidores el que dos ministros abandonen el cargo so pretexto de hacerla responsable de los fallecidos. Señores! Las Fuerzas Armadas están en la obligación de imponer el orden aún y a pesar de las vidas humanas que, desgraciada y lamentablemente, ello pueda significar. Estamos en una situación de guerra; de guerra contra la Nación, de guerra contra el Estado de derecho, de guerra contra la democracia y guerra de unos pocos contra millones de peruanos. ¡Qué lástima que vayan asomando los delicados y susceptibles, incapaces de ser trejos en los momentos difíciles! A ellos, no se les necesita. Nadie con pureza de corazón y amor a la Patria quiere muertos, pero en una guerra, la muerte es una realidad.
Y una vez más, en el Congreso empiezan a aparecer los opositores a lo que podríamos llamar la voluntad de un buen gobierno. Contra ellos y a pesar de que son “de los suyos” deberá luchar la señora presidente porque de lo contrario, el país se le desmorona en las manos y ella caerá como el títere al que le cortan los hilos en plena función. No tiene muchas más opciones pues opta por los que traicionan a la patria y ladinamente se atreven a poner florcitas blancas en el hemiciclo o se arma del valor de la verdad y la fuerza de la historia, para hacer de este crítico momento, la catapulta a un futuro de esperanza. La respaldan, como nunca imaginó, las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional y la apoya la mayoría ciudadana. Quizá debe recordar que este apoyo es frágil y pasajero pues no tiene bancada y sus aliados somos, por ahora, los que queremos el bien del país, porque los que eso queremos, no la vamos a seguir si ella abandona esa ruta.
No es posible vivir más días sobre ascuas encendidas ni seguir en una zozobra e inestabilidad como la que viene soportando el Perú, cuando la crisis política va acompañada de irreparables pérdidas humanas, inmensos daños materiales, deterioro de la imagen internacional y desesperanza entre los más pobres.
Deseamos que esta Navidad pueda vivirse con los valores de paz y esperanza que le son propios y que el Perú reconoce como necesarios.