EL PERDÓN Y LA COMPRENSIÓN: DOS PILARES DE LA VIDA FAMILIAR
Por: Juan Manuel Zevallos Rodríguez – Magíster en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia
.
Podemos darles a nuestros hijos regalos maravillosos, unas hermosas vacaciones, una formación escolar de excelencia o la oportunidad de estudiar en la mejor universidad del país; pero si no les regalamos perdón y comprensión dichos regalos serán como cajas de cartón sin un regalo en su interior.
HOY CONOCI EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA
¡Háblele a su hijo de su vida! Cuéntele los errores que ha cometido. Hágale saber cuántas veces ha defraudado la confianza de sus padres, amigos, compañeros. Su hijo debe conocer que usted es imperfecto, que no es Dios.
En cada nueva narración de sus fracasos vuelva a sentir el dolor propio y trate de sentir el sufrimiento de las personas a quienes defraudó. De seguro no será una tarea fácil, deberá romper los barrotes de su prisión interna, deberá de hacer fluir aquellas lágrimas de pena que un día se quedaron apresadas en su mente y que le significaron una carga pesada que ha limitado su marcha por el mundo.
Tiene que enseñarle padre/madre de familia a su hijo que usted es imperfecto. Que usted es un ser humano que ha cometido errores ya sea por ignorancia, por ser joven o por falta de cuidado. Enseñé a su hijo que detrás de cada error personal hay una incomprensible muestra de nuestro deseo de no vivir a plenitud, hay una razón para sufrir; y que cometemos errores no sólo por nuestra imperfección sino también por nuestro deseo consciente o inconsciente de no ser mejores.
Cuando un ser humano toma una decisión la mayoría de veces lo hace emotivamente. “Diríamos que se deja llevar por el corazón”. Yo vengo y les digo: “tomar una decisión con el corazón significa decidir con amor o decidir con temor. La mayoría de veces lo hacemos por temor”.
Decidimos con temor o con miedo porqué tenemos pánico a ganar, le tenemos miedo a no ser nosotros mismos, tenemos miedo al modo que la gente piensa de cada uno de nosotros o tenemos miedo a perder y en la base misma de todos los miedos está el miedo a hacer algo distinto de lo que venimos haciendo hasta el día de hoy. Le tenemos miedo al cambio.
Preferimos muchas veces en nuestra vida tomar decisiones equivocadas que nos van a generar un gran daño personal, incluso hasta podemos perder la vida por esa decisión a elegir otras opciones y arriesgar. Lo peor de todo es que enseñamos a nuestros hijos a actuar así. Y es que aún no hemos comprendido que “se necesita tanto valor para intentar y fallar, como para intentar y triunfar”.
La verdad es que le tenemos miedo a lo desconocido, pero yo vengo y les digo: “queridos padres, acaso no es cierto que el día que cada uno de ustedes nació, el mundo, el universo, el exterior era algo desconocido. Acaso no es cierto que asumimos con naturalidad y confianza el conocimiento de ese mundo, de las cosas y eventos que nos rodeaban en ese tiempo. Aprendimos poco a poco a ver televisión, hablar por teléfono, a comunicarnos virtualmente con otra persona distante a nosotros por el chat. En algún texto una vez leí: “si un hijo ingresará a la cocina de su casa y viera a su padre volar se alegraría por ello. Si la madre del niño entrase después de él, de seguro se mandaría el susto de su vida”. Hemos olvidado que tenemos esa maravillosa capacidad para descubrir una y otra vez el mundo. Hemos ido encasillando nuestra existencia a la rutina, a la costumbre de hacer siempre lo mismo y vivir siempre lo mismo. Cuando aparece algo fuera de lo común nos mueve el suelo, nos intranquiliza. Buscamos por ende que se guarde el estatus quo de las cosas, pero olvidamos que el mundo gira y que la creatividad del ser humano florece día a día. Sabemos que el mundo cambia y nosotros con él, pero no aceptamos la idea y sufrimos.
Tratamos de definir la vida con un proceso a desarrollarse a través de un único camino con una única posibilidad para decidir. Es parte de nuestro aprendizaje destructivo. No valoramos otras opciones. Por eso sufren los padres y los hijos con ellos. Cuando un niño quiere hacer algo distinto a lo que el padre considera como adecuado vienen los conflictos. El niño dice: “quiero asistir al taller de teatro”, el padre responde “es una pérdida de tiempo. El niño dice: “quiero practicar deporte”, el padre necio replica “estudia y deja de pensar en tonterías”. Han equivocado el camino. Si un niño no se aplica en la escuela, si no estudia, si no llega a la universidad y/o a tener un título universitario y a trabajar en lo que estudio, se le señala y se le dice “eres un fracasado”.
El desarrollo de la inteligencia asociada a los conceptos lógico matemáticos no es la única inteligencia que tenemos los seres humanos, tenemos otras inteligencias para trabajar: la musical, la ecológica, la interpersonal, la intrapersonal, etc. Pero las ignoramos, no sabemos su componente práctico. Hoy en día se le da más valor al coeficiente emocional que al intelectual. Los genios sin manejo intra e interpersonal fracasan en el mundo. Los genios de la emotividad con capacidades intelectuales promedio son los triunfadores del siglo XXI. Padre de familia que está formando en casa ¿un triunfador o a un prototipo de fracasado?
Dar valor a lo que nuestro hijo hace es importante. No sólo hay que darle valor a nuestras ideas y nuestros logros.
Los padres tenemos muchos miedos. Somos inseguros y proyectamos esa inseguridad en nuestros hijos. No les permitimos ser ellos mismos. Los limitamos con nuestros temores, les decimos “no hagas eso”, no confiamos en nosotros mismos y en consecuencia desconfiamos de lo que van a hacer ellos.
Tenemos que sacar esos miedos y frustraciones de nuestro interior. Debemos aprender a decidir con amor.
Cuando un ser humano decide con amor, decide a la vez con la razón. Busca tomar la mejor decisión de todas, aquella que le dé el mejor beneficio y que le cause el menor perjuicio. Una vez que elige esa opción debe de entregarse por completo a ella, no hay duda.
Cuando seguimos el proceso descrito en el párrafo anterior “tomamos la mejor decisión”. Cuando no seguimos ese procedimiento, solemos tomar las decisiones menos correctas y en consecuencia sufrimos, lloramos, nos sentimos incapaces de comprometernos con ella. Nos enfrentamos a la decisión que hemos elegido por emotividad. Luego cambiamos de decisión. Finalmente naufragamos en el mar de la desesperación.
¿Estamos enseñándoles a nuestros hijos a ser brillantes y exitosos o les estamos dando lecciones maestras de como poder fracasar en la vida y sufrir? Si tomamos las decisiones más incorrectas tenemos un alto riesgo de sufrir, de ser infelices.