Violencia en el sur peruano ¿Qué harían los seguidores de Jesús?
Por: Aldo Llanos – El Montonero
En definitiva, las cosas en el sur peruano se están saliendo de control. Tal y como lo advertí desde mis primeras columnas en este portal, este es el precio a pagar cuando se insiste en establecer una política polarizadora y polarizante. Y no importa si se polariza desde la derecha o desde la izquierda, la cuenta siempre será la misma, y lastimosamente la pagaremos todos.
Uno de los principales problemas de la polarización es que reduce la realidad a antagonismos y simplifica temerariamente fenómenos complejos buscando que la realidad se ajuste al relato y no al revés (como debería ser).
En efecto, en las protestas hay remanentes senderistas, qué duda cabe, sin embargo, no todos los que protestan lo son. Hay activistas quienes ven una oportunidad para dividir y colectivizar, capitalizando políticamente el descontento (p.ej. por medio de fábulas como la de los “pueblos originarios” y el Runasur). Y también hay quienes buscan aprovecharse de la coyuntura para continuar impunemente con sus actividades ilícitas (mineros informales, narcotraficantes, depredadores forestales, tratantes de personas, contrabandistas), y, sin embargo, no todos lo son. Y frente a ellos, autoridades deslegitimadas por corrupción, incompetencia y/o demagogia, y que, sin embargo, no todos lo son. Y en medio, el pueblo. El pueblo que depende indirecta o directamente de dichas actividades ilícitas. El pueblo que se gana el pan honradamente y sólo quiere seguir trabajando. Y el pueblo desposeído que, con poca capacidad de pensamiento crítico y el estómago vacío, se compra el discurso polarizador de los violentistas que requieren carne de cañón y muertos para utilizarlos políticamente.
¿Qué haría en este escenario un seguidor de Jesús, sea poblador, protestante o autoridad?
“Sed, pues, astutos como serpientes y mansos como palomas” (Mateo 10:16). Astucia, para darle todo el apoyo necesario a los servicios de inteligencia (en una carrera contra el reloj), para identificar y capturar rápidamente a los principales violentistas y exponerlos. Luego, al separar la paja del trigo, establecer mesas de diálogo en medio de una tregua con los líderes de la sociedad civil dispuestos a sacar a su región y al país de este entrampamiento. Finalmente, consolidar y difundir un proyecto nacional en el corto y mediano plazo que integre los pedidos legítimos de la población que no quiere la violencia. El camino es la paz y su nombre es Jesús.
Jesús es manso y pacífico de corazón, porque deposita toda su vida y sus circunstancias en Dios, quien “hace salir el sol sobre buenos y malos” (Mateo 5:45). De allí que los seguidores de Jesús buscan “ser perfectos (es decir, misericordiosos), como el Padre celestial lo es” (Mateo 5:48). El seguimiento de Jesús, implica la llegada del Reino de Dios actuando ya en nuestra historia, por encima de toda ideología o de toda acción gubernamental. Sin embargo, en nombre de Dios, también los seguidores de Jesús pueden caer en la tentación de querer destruir a los violentistas (de cualquier lado en tensión), con la fuerza bruta, sea con un arma hechiza, una honda o una pistola. Por lo tanto, un seguidor de Jesús comprende que no se puede vencer a los violentistas con la misma violencia que estos emplean santificando dicha violencia como “buena”, por más legítima (dentro de un marco legal) y “necesaria” que parezca. Aquí se devela el objeto de deseo de quienes pretenden justificar dicha violencia: la apropiación y detentación del poder terreno.
Para un seguidor de Jesús dicha consecución no es lo primero ya que el Reino de Dios se hace presente cuando imitamos al “príncipe de paz” (Isaías 9:6) y no al “príncipe de este mundo” (Juan 12:31). De este modo, ya no esperamos que las fuerza del orden o las turbas organizadas sean las que nos conduzcan a la paz porque esta llega cuando actúan los seguidores de Jesús: quiénes renuncian a la violencia aunque tengan que lidiar con un juez injusto (Lucas 18, 1:5), quienes renuncian a la violencia aunque tengan que entregar hasta el manto a su acreedor (Lucas 6:29), quienes renuncian a la violencia aunque reciban una bofetada en una mejilla (Mateo 5, 39:40), quienes renuncian a la violencia caminando una milla más de lo que nos exigen (Mateo 5:41).
¿Y cómo se logra tal cosa? Amando no sólo a los que nos aman sino amando hasta a nuestros “enemigos” quienes nos violentan (Mateo 5:44) Solo este tipo de actitud asume la violencia sin devolverla, desestabilizando dicho sistema violentista, por resistencia a esta al no prolongarla superponiéndola con un nuevo tipo de violencia más poderosa. Cuando un seguidor de Jesús renuncia a la violencia frente a un juez injusto, cuando ofrece la otra mejilla luego de ser abofeteado, cuando le entrega a su acreedor hasta la ropa que tiene puesta o cuando camina una milla más de lo que se le exige, hace más nítido el mal y el error de los violentistas. De este modo, el mal queda develado y ya no pasa desapercibido en el entramado del sistema. Poco a poco, el hedor del mal que nos asfixia ya ubica su procedencia.
Pero, a su vez, el bien resplandece con toda su magnificencia, de tal modo, que se convierte en ocasión de ser deseada por todos, incluyendo a los violentistas, quienes verán en ello una oportunidad de redimirse frente a tal resplandor (Veritatis splendor). Por ello, no se trata de un pacifismo estilo zen, sino de una apuesta decidida por ahogar el mal en abundancia del bien (San Josemaría. Surco, Punto 864) y de operar concretamente el amor por nuestros “enemigos”. Si recaigo en la lucha violenta, no solo dejo a un violentista sobre esta tierra, sino que habré ganado a uno más (yo mismo) y habré endurecido al primero. El Reino de Dios no llega cuando un polo en disputa doblega al otro, sino en la disolución de ambos y su hermandad.
De allí que los seguidores de Jesús en Espíritu y Verdad, no solamente construyen comunión, sino también, verdadera peruanidad.