Paradojas universitarias
Por: Rubén Quiroz Ávila – Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, profesor universitario

La Ley Universitaria, además de impulsos favorables al reordenamiento universitario, originó una cadena de formalidades que a la vez no tuvieron el contrapeso en contenido para ser óptimas. Una de esas exigencias se dio en las condiciones para el ejercicio de la docencia universitaria.

Todo interesado en formar parte del cuerpo docente debía tener, cuando menos, el grado de magíster. A pesar de que esto se fue implementando gradualmente, hay un porcentaje importante, fundamentalmente en las universidades públicas, que aún no han podido completar esta exigencia. Esto hizo que se extendieran los plazos para evitar el colapso ante una carestía de recursos humanos que procedían de otro modelo de ingreso a la enseñanza universitaria. Este plazo extendido vence este año.

Las universidades privadas apelaron a una táctica para resolverlo. Comenzaron solo a admitir a quienes tenían el grado exigido y usaron el porcentaje que les permitía la ley, no más del 10 % del total, para tener especialistas o profesores expertos que carecían del grado académico. Sin embargo, el requerimiento, que buscaba incorporar aparentemente mejores talentos, se cumplió en el papel, pero sin cuestionar la procedencia de los grados obtenidos. De ese modo, las universidades cumplieron con incorporar a profesores con los grados respectivos con una profusa heterogeneidad. Hubo instituciones que crearon ad hoc, maestrías y doctorados, con el único fin de masificar la graduación. Por supuesto, dieron todas las facilidades para que se gradúen lo más rápido posible y no sean sobrepasados por la coacción de la normativa que tenía una fecha máxima para su cumplimiento. Eso significó incluso producciones fabriles de tesis sin rigor, más bien como plantillas compartidas que se encuentran entre ellas sospechosas similitudes.

Era una masiva incorporación de docentes que apenas cumplían la forma sin importar la procedencia de la universidad en la cual obtenían el grado. Así, hay grupos que tienen los cartones de universidades que posteriormente no fueron licenciadas, y muchos de ellos ocupan cátedras o puestos de poder, tanto en organizaciones públicas como privadas. Incluso, una gran parte procede de instituciones que están en los cuartiles inferiores de cualquier ranking. Paradójicamente, algunos de ellos tienen brillantes performances como docentes. Lo cual indica que incluso, más allá del origen del cartón académico, es posible que se tenga notables profesores, pero los antecedentes siempre orientan el comportamiento futuro. Los que han pasado por filtros rigurosos de formación y producción académica son quienes tienen mayores resultados de calidad.

Esa es, de nuevo, la contradicción en la que hay una preferencia por la forma y la cantidad antes que el contenido. Es momento de revisar los parámetros con los cuales estamos midiendo los resultados de educación superior peruana.

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