Días aciagos para la República
Por: Cecilia Bákula – El Montonero

Y lo son para todo el país pues lo que vivimos, vemos y sufrimos no es privativo de Lima ni de un par de ciudades. Es una especie de capa infestada de odio que solo y nada mas busca crear justificación desquiciada para hacerse del poder. ¿Para qué? ¿Qué hacer luego con él? Quizá pretenden instaurar más y más pobreza en medio de la anarquía para que un grupo, cada vez más minúsculo, que ahora no aparece y se escuda en muchos, a los que usa como carne de cañón, se enriquezca y establezca un nuevo narco Estado en América.

Como lo hemos dicho muchas veces, la historia demuestra que el Perú tiene secretas y siempre desconocidas capacidades de reacción y recuperación. Hoy, debemos reconocer que los días de la mal llamada “toma de Lima” no fueron ni una revolución ni, gracias a Dios, una guerra civil. Pero no se debe cantar victoria, pues lo que hay detrás de la violencia enloquecida de unos pocos que causó zozobra, miedo, destrozos puede ser la punta del iceberg. Es decir, que no podemos cerrar los ojos a que es necesario, indispensable que el Estado y no solo desde Lima, sino a través de las autoridades regionales y locales, elegidas en su mayoría por quienes han estado protestando, asuman la responsabilidad de hacer su trabajo bien.

En el Perú, la pobreza, la falta de inversión, la carencia de servicios públicos, la ausencia de postas médicas, hospitales, escuelas primarias, secundarias y centros de educación superior de calidad y otros bienes a los que la ciudadanía aspira, no existen no por falta de dinero, no por falta de recursos, sino principalmente porque hay exceso de ladrones y carencia de capacidad de gestión. Eso queda demostrado por la cantidad de autoridades que se encuentran con procesos judiciales y denuncias, así como por el bajísimo porcentaje de inversión que se logra ejecutar en cada período. Las regiones con mayores ingresos por los cánones mineros, son las que están más empobrecidas y, por lo tanto, sus pobladores los más engañados, azuzados y orientados a creer que es en Lima en donde está el origen de sus no resueltos problemas.

No podemos dejar destacar la conducta correcta de la Policía Nacional que con gran entrega, heroísmo y valentía ha podido repeler, contener y enfrentar a unas turbas que, en su mayoría, podríamos decir que utilizaron el momento como instante de explosión colectiva, sin saber exactamente por qué y para qué eran parte de esa locura colectiva.

Del mismo modo y quizá contra todo pronóstico, Dina Boluarte mostró un temple y una actitud cuajada cuando en medio de esa desasosegada conducta, no perdió la calma, no respondió con la violencia que hubiera generado una reacción aún peor y mostró, ante la ira de los desquiciados, un Poder Ejecutivo dispuesto a dar la talla y cumplir con el mandato constitucional asumido transitoriamente en diciembre último. Curiosamente, muchos de los que votaron mayoritariamente por su elección, aparecieron en estos días como furibundos opositores y es que en nuestro bajo nivel político de una izquierda acomodaticia, la coherencia es una virtud bastante poco frecuente.

También es necesario y justo destacar la labor importantísima llevada a cabo por el premier Otárola y la voluntad extraordinaria de las Fuerzas Armadas y Policiales de trabajar de manera conjunta y coordinada, cuyos resultados hemos visto todos. Y así lo han señalado, aunque parezca increíble, los observadores de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) cuyas opiniones son y han sido, por lo general, poco proclives a juzgar con objetividad la participación del Estado. Sin embargo, en esta oportunidad, han tenido que arriar sus banderas para reconocer la transparencia, pulcritud y legalidad del actuar de la autoridad nacional.

Otra cosa es que haya ciegos y miopes y ante esas voluntarias limitaciones de vista y percepción, nada podemos hacer. Las autoridades están resistiendo en un momento de crisis, de violencia y con trágicas consecuencias, cuyos orígenes están lejos de ser responsabilidad directa de la actual administración y más bien, son clara herencia de la incompetencia maliciosa y culposa de Castillo y los incapaces de lo rodearon con poco santas intenciones.

Hay un elemento que no se ha explotado ni desarrollado adecuadamente y es el relativo al diálogo. Como bien señalan los expertos, dialogar no es solo conversar, es llevar a cabo un acercamiento que hoy en día se debe realizarse como un mecanismo de entendimiento y para ello es necesario una estrategia, interlocutores, preparación, una agenda y una voluntad mínima que no es solo una expresión verbal, sino realidades que puedan ser llevadas a la práctica. El diálogo exitoso es un arte que exige voluntad y pericia y en nuestra historia de solución de conflictos, se ha entendido que dialogar, es simplemente conceder y al final, la insatisfacción por la primacía de uno sobre el otro, no satisface aspectos más profundos como los deseos postergados ni la atención a las realidades de las identidades ni de las personalidades en conflicto.

Y señalo esto porque sin justificar un ápice la violencia ni los mecanismos de abuso de los ciudadanos que han sido utilizados como carne de cañón, es necesario reconocer la urgencia de un diálogo serio y cundo escucho que no hay lugar para el diálogo, me parece escuchar que no hay cabida para la solución pues si es así, estaríamos asumiendo que detrás de estos días, de estas horas de zozobra, queja, transformadas en mucho en terrorismo, aprovechadas abusivamente por maleantes subversivos, no vemos que hay razones -transformadas en malas formas de reclamo- que no pueden dejar de ser atendidas.

Con los días venideros, Dios quiera que vuelva la calma y que pasado el horror del amanecer después del infierno vivido cual fatal pesadilla, sea posible entender que hay, en el fondo, algunas voces de angustia, algunas voces de desesperación, de exigencia, no contra Lima sino contra una situación que no se alcanza a verbalizar y que es, desgraciada y malévolamente, utilizada por quienes saben manipular a los más necesitados. Y, en aras de esos reclamos, se ha llevado a esa población a excesos intolerables que tendrán que ser castigados porque la impunidad no es posible ni permisible y la autoridad tiene que actuar, ahora si, con mano firme y dentro del marco de la ley frente a las denuncias que se formulen. La población manipulada tendrá que ver que estos pseudo dirigentes que les mintieron y los utilizaron y expusieron son desenmascarados al mismo tiempo que empiecen a ver que el futuro de mejoras y con esperanza también es para ellos.

Dina Boluarte ha superado un nuevo escollo y uno muy grave pero los ciudadanos no le van a tolerar que la República se ponga nuevamente en jaque y que ella se muestre una vez más un tanto timorata pues lo vivido es un recrudecimiento y una escalada terrorista que hoy no alcanzamos aún a medir pero que tendrá gravísimas consecuencias en la economía, en la caida del trabajo, el turismo, la producción y la imagen del país.

Es imposible dejar de reconocer que nuestro país está siendo víctima de libretos negros internacionales que buscan capturarlo para completar en el Continente, los planes macabros de su agenda de muerte y pobreza. Lo que vivimos no es solo una crisis social, es un guerra político cultural que busca socavar las bases del Estado y con ello, el empobrecimiento cada vez más severo de los pobres, para que el sometimiento y el uso de cada uno de los más pobres, sea mayor y más fácil.

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