¿Cuánto nos están mintiendo?
Por: Ricardo Montero
La mentira, la desinformación, pueden circular en los espacios informativos creados en internet, porque responden a estrategias hábilmente estructuradas y planificadas por profesionales especializados en influenciar la psiquis de los componentes de una sociedad, con el fin de instalar en ellos muy concretas ideas políticas, económicas, comerciales, sociales, culturales o de otra índole.
Estos planificadores, creadores y difusores de mentiras y de desinformación alcanzan el éxito si instalan en el pensamiento de la colectividad una idea que trastoca y perturba lo que realmente está ocurriendo.
Los especialistas consideran que la manipulación mediática se produce cuando el emisor adapta el mensaje, alterando la “verdad”, con el fin de lograr que la audiencia tome acciones basadas en información incorrecta.
Parafraseando a Aristóteles, diría que los difusores de mensajes alterados mienten o desinforman cuando dan a conocer lo que no es, aun sabiendo que es, o cuando dan a conocer algo que es, aun sabiendo que no es. Siguiendo la línea de pensamiento del filósofo griego, es claro que solo se alcanza la verdad cuando se dice de lo que es que es, y de lo que no es que no es.
De esta forma, dirá la verdad aquella persona que declare que algo es porque constató que es, y expondrá una mentira la persona que afirme que es habiendo constado (o quizá sin haber podido constar) que no es.
En este tiempo de violencia y confusión son muchas las voces que afirman y difunden hechos que no sucedieron, o si sucedieron entregan una versión deformada. Intuyo que esto sucede por tres poderosas razones: para dañar a un colectivo o a un individuo, para granjearse importantes ganancias económicas (al final de cuenta, la mentira y la desinformación generan ingresos monetarios), o simple y llanamente por ignorancia.
Noam Chomsky, el lingüista, filósofo, politólogo estadounidense, un erudito y un disidente intelectual, explica que los difusores de mentiras y desinformación recurren a estrategias de la mala comunicación para moldear a la opinión pública y así fomentar movimientos sociales o destrozarlos, justificar o censurar guerras, matizar crisis financieras o proponer soluciones, muchas veces contrarias al interés colectivo, incentivar determinadas corrientes ideológicas o denunciarlas cuando le son perjudiciales. En conclusión, son capaces de construir e instalar en la psique colectiva acontecimientos que no han ocurrido en la realidad. Estas prácticas, afirma Chomsky, son denigrantes porque incentivan la estupidez, promueven el sentimiento de culpa y fomentan la distracción.
A largo o corto plazo, la colectividad da como cierto un problema que solo existe en la mente de sus autores, cualquiera sea su color político y su ideología, y toma las soluciones que estos proponen. La consecuencia es automática: el colectivo termina más dañado.