Por sus frutos se conoce el árbol
Por: Oswaldo Chanove
Estudié tres carreras y no terminé ninguna. Si pudiera regresar en el tiempo lo corregiría todo: haría un acto de contrición perfecta y no pisaría jamás una universidad. No es que me parezca que esas instituciones crean la ilusión de que el sagrado trozo de papel, el título universitario, es el verdadero objetivo por encima del simple conocimiento. No, no soy anarquista ni antisistema, simplemente no es lo mío. Además tengo unos cuantos queridos amigos que acumulan doctorados en su mochila. Eso está bien, los saludo, pero en los últimos años noto con alarma un institucional desprecio por los autodidactas.
Tengo que decir que entre mis amigos se cuenta también un robot. Le pregunté qué pensaba de este tema y me respondió: “Como una IA, no tengo la capacidad de tener opiniones personales. Sin embargo, puedo decir que los autodidactas tienen un gran potencial para aprender y adquirir conocimientos de forma independiente, ya que poseen la capacidad de buscar y seleccionar la información que necesitan para aprender. Además, pueden ser muy creativos y perseverantes, ya que no dependen de un sistema educativo establecido”. Luego, por el inevitable afán de fastidiar le pregunté si se consideraba autodidacta. Meditó unos segundos: “No tengo la capacidad de autodeterminarme, en consecuencia no soy un autodidacta”.
Y creo que esa es la palabra clave: autodeterminarse. Crearse a sí mismo. La ventaja fundamental del autodidacta es que estudia lo que le da la gana porque le da la gana. Eso es hermoso. El impulso nace de la curiosidad y el premio es el simple placer de conocer, de aprender, de responder preguntas. Estudiar entonces es un acto de amor y no una simple rutina para adquirir poder, prestigio y todas esas cosas. Es cierto que el problema del aprendizaje autodirigido puede ser la falta de una granítica estructura en el proceso de aprendizaje, pero con un criterio amplio y un buen nivel de autoexigencia se puede hacer milagros.
No me toca aquí plantear competencias. Los buenos académicos hacen un trabajo muy confiable y los autodidactas en ocasiones nos sorprenden. Lo que sí quisiera llamar la atención es que son los segundos los que tienen que soportar obstáculos a veces insalvables a lo largo de su carrera. A pesar de que algunos demuestran con obras concretas y muy visibles una excelencia superior a otros cargados de títulos, siempre encuentran irritantes dificultades para ganarse la vida.
Por extraña coincidencia entre mis viejos amigos se encuentra alguien que jamás terminó la secundaria, lo cual no le impidió ser un novelista de culto y el lector más voraz y perspicaz con el que cualquiera pueda cruzarse. Fue, además, un prestigioso editor periodístico que ha sacado adelante muchos importantes proyectos. Otro caso llamativo es el de un excelente poeta peruano que, a pesar de su indudable inteligencia, jamás se hizo un tiempo para optar por un título universitario. Eso no le impidió ser poseedor de una cultura enciclopédica y, entre otras cosas, ser el gestor y fundador de un par de importantes centros culturales, editor de libros de tapa dura y organizador de eventos de alcance internacional. Como si esto fuera poco este país le debe a sus afanes que la UNESCO le haya otorgado a la segunda ciudad del Perú el título de patrimonio cultural de la humanidad, y que la gastronomía regional ocupe el espacio que le corresponde en la cultura peruana.
Menciono a estos porque son mis patas, pero hay muchos otros autodidactas que no necesitaron un título universitario para hacer grandes cosas. Se sabe por ejemplo que Einstein afirmó haber aprendido más por su cuenta que en la escuela. Durante su juventud estudió libremente matemáticas y física, y desarrolló sus propias teorías en una oficina de aduanas antes de presentarlas a la comunidad científica. La lista contemporánea de los no académicos memorables es bastante memorable: Steve Jobs, Bill Gates, Mark Zuckeberg, Elon Musk. Pero no todos los autodidactas son geniales y obscenamente ricos. En Perú hay gente interesante y ascética como José Carlos Mariátegui, Emilio Choy, María Rostworowski y María Reiche. En literatura, la lista está encabezada por Cesar Vallejo que, a pesar de que tenía un título universitario, se puede afirmar que su genialidad fue producto de la autoformación. Entre los que prefirieron no integrarse al mundo académico están también José María Eguren, Martín Adán, Carlos Oquendo de Amat, Blanca Varela, Eielson, José Watanabe y etcétera y etcétera.
Por alguna razón en estos tiempos mucha gente piensa que para ser algo es imprescindible sacar un cartón que así lo acredite. Pero permítanme decir algo no muy sensato: me encanta ser un autodidacta porque es una actitud ante la vida y uno solo termina la carrera cuando se desliza a la fosa común. Y me gusta la carrera.