Las multitudes golpistas
Por: Juan Valle Riestra – El Montero

I

Los acontecimientos del presente son un reflejo de nuestra historia porque no la hemos superado. En “La Multitud, la Ciudad y el Campo en la Historia del Perú”, Basadre nos relata que las guerras civiles son una constante en nuestra vida Republicana, pero viene de atrás. Las primeras guerras intestinas fueron de Pizarro contra Almagro (por la posesión del Cuzco), Almagro el mozo contra Pizarro, Vaca de Castro contra Almagro. Fue la multitud de aventureros recién llegados en tierras conquistadas con afán por el botín y del impulso exacerbado de quienes se veían postergados en el enriquecimiento obtenido por los caudillos y sus adeptos. En la primera etapa no participan las ciudades. En la segunda, es la reacción contra el centralismo de la Corona sobre el Perú ante la intervención económica y política que designa autoridades y dicta nuevas leyes contra los encomenderos, protagonizada por Blasco Núñez de Vela contra Gonzalo Pizarro y la rebelión de Hernández Girón. La multitud de la Colonia fue, más bien, callejera, religiosa, áulica, con procesiones y celebraciones fastuosas en Lima, como centro del poder virreinal.

II

Apareció después –dice Basadre– un tipo de multitud desconocida: la multitud política. Multitud de apoteosis del 28 de julio de 1821; multitud combativa contra las tropas de Canterac (setiembre de 1821); multitud la de odio contra el despotismo de Monteagudo, por el propósito de los liberales o republicanos de deshacerse de la monarquía, por la ambición de Riva-Agüero; la multitud es de pavor ante el peligro renovado de los españoles al ver que la Independencia no trajo felicidad, sino amarguras; multitud de apoteosis, nuevamente, después de Ayacucho (1824) cuando en las iglesias se cantaba, junto con el Evangelio, vivas a Bolívar. Nuestro más ilustre historiador, con acierto, dice:

“la revolución peruana no fue dirigida ni conducida por la multitud: [solo] fue un sismógrafo de las horas ilusas o de las horas tremendas o de horas victoriosas. No hubo masacres, saqueos, incendios, robos (…) la sensación del poder ilimitado que tuvieron allí como ejerciendo un derecho sagrado el odio, la envidia, la avidez. No imperó una mentalidad jacobina. La emancipación fue una empresa de ejércitos más que de pueblos, de caudillos más que de ciudadanos”.

III

Durante siglos tuvimos guerras civiles. Otro ejemplo es la guerra civil de 1895 entre Piérola y caceristas con la que comenzó la denominada República Aristocrática. El siglo XX, en cambio, no tuvo ese fenómeno, salvo el derrocamiento de Billinghurst (1914), esa aparente paz duraría hasta el oncenio de Leguía (1919-1930). Después vino un permanente conflicto bélico y civil que culminó con el asesinato del general Luis Miguel Sánchez Cerro, un individuo siniestro. Se instaló inmediatamente el general Benavides (1933 a 1939). La paz, también, fue ficticia con Prado (1939-45; 1956-62) porque esos años fueron conflictivos y las masas se combatían con las masas, como lo recordara Víctor Andrés Belaunde en diciembre de 1945 durante un mitin pro-aprista. Todo eso se quebró en 1948 al terciar en el debate la lucha de aprismo y antiaprismo. De aquella fecha data la sublevación de la Marina que derrocó a José Luis Bustamante y Rivero a quien le sucedió el militarista y dictadorzuelo Manuel A. Odría. La democracia se restauró, mejor dicho, se instauró en 1963 con Fernando Belaunde, luego de anularse las elecciones de 1962. La democracia quedó paralítica, nuevamente, desde octubre de 1968 a 1980, con los gobiernos militares sucesivos de Juan Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez, octubrismo hipócrita. Nuevos vientos de democracia llegan al instalarse la Asamblea Constituyente de 1978-1979, presidida por Haya de la Torre, tras medio siglo de lucha. Desgraciadamente, no vimos los frutos de esa Constitución porque vino el autogolpe de Alberto Fujimori, el 5 de abril de 1992, siniestro nipón irrespetuoso de las libertades y los Derechos Humanos. De esa fecha a hoy se ha desgobernado en el Perú, destruyendo a los partidos políticos y construyendo una falsa democracia con la Carta apócrifa de 1993 ¿Qué hacer con esa teatral y falsa democracia? La respuesta es simple: restaurar la Carta de 1979.

Las multitudes pueden ser golpistas cuando no respetan las libertades y los derechos fundamentales.

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