Por un modelo mucho más humano
Por: Ricardo Montero
En 1989, el politólogo estadounidense Francis Fukuyama publicó en la revista The National Interest el artículo ‘¿El fin de la historia?’. Entonces, el mundo era recorrido por pensamientos conservadores que sentenciaban que las ideologías ya no eran necesarias porque habían sido sustituidas por la economía.
Fukuyama se basó en el fracaso del comunismo, en la prosperidad que prometía el crecimiento económico y en el auge de la ciencia y la tecnología. Tres años después, en 1992, cayó el Muro de Berlín, dejaron de existir los regímenes comunistas y avanzaba un liberalismo vigoroso por el mundo. En ese contexto, Fukuyama reemplazó la interrogante en el título de su artículo por una contundente afirmación en el título del libro que lanzó aquel año: “El fin de la historia y el último hombre”.
El estadounidense aclamaba la victoria de la democracia liberal y de la economía de mercado. Y el tiempo comenzó a darle razón. Las poblaciones en todo el mundo se mostraban más prósperas. En el Perú la pobreza bajó de un 50% a un 25%. Los defensores peruanos del liberalismo sostenían que ese y otros logros fueron posible porque la Constitución promulgada en 1993 limitó el papel del Estado en la conducción económica del país, en línea con el pensamiento Fukuyama. Al final de cuentas, sonaba tremendamente lógico que así fuera, pues nada mejor que la inversión privada para generar empleo y, de esta manera, crear riqueza.
Los problemas comenzaron a surgir, sin embargo, cuando unos pocos acumulaban más y más riqueza, y muchos eran más y más pobres.
El modelo se ha constituido en tan perjudicial que el papa Francisco lo ha calificado de “salvaje” y ha propuesto poner en marcha una economía de mercado social, un capitalismo sano. Pero desde otro ángulo de pensamiento también han surgido críticas. Por ejemplo, Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial, que agrupa a entidades privadas de todo el mundo, afirma que “el fundamentalismo de libre mercado ha erosionado los derechos de los trabajadores y la seguridad económica, ha desatado una carrera desregulatoria hacia el fondo y una ruinosa competencia impositiva, y ha permitido el surgimiento de nuevos monopolios globales gigantescos”.
Estos llamados, así como las proclamas de la calle, nos advierten de la necesidad de introducir un modelo mucho más humano, objetivo y justo, capaz de interponerse entre el neoliberalismo global, el populismo caudillista y el proteccionismo estatal. El mecanismo podría ser una nueva Constitución o la reforma de la actual. Lo importante es actuar porque los extremistas, de uno y otro lado, están apelando al malestar de los ciudadanos para intentar desarmar las conquistas que se han alcanzado. Como bien sentencia el Foro Económico Mundial, el mundo se encuentra en un punto de inflexión crítico. El gran número de crisis en curso exige una acción colectiva audaz.