No se escucha. No se soluciona, queda la renuncia.
Por: Pedro Rodríguez Chirinos – Asociación Rerum novarum.

Para responder, primero hay que escuchar, entender y comprender, luego contestar. Acá no se escucha y se impone una respuesta. Ser autoritario no es bueno, por ello, es lógico que surja la no deseada violencia.

Nadie quiere ceder algo de su bienestar, su comodidad para que el otro mejore. Esa es la postura que atenta al bien común. El problema de hoy es que no hay confianza. No se cree en el presidente, el congreso y los políticos. Falta una actitud sincera de apertura y la búsqueda de algo en general que se llama “bien común”. Hablar es de urgente necesidad, y muy necesario para promover una cultura de paz allí donde hay conflicto; para abrir caminos que permitan el diálogo y la reconciliación allí donde el odio y la enemistad causan desgracias.

La violencia extingue la esperanza de encontrar una solución justa a los problemas. En el trágico contexto del conflicto que estamos viviendo, es urgente afirmar una comunicación no hostil. Es necesario vencer la costumbre de desacreditar rápidamente al adversario aplicándole epítetos humillantes, en lugar de enfrentar un diálogo abierto y respetuoso.

Es muy fácil y tentador llamar a todos “terroristas”. De tener gente con esa ideología, la hay en las protestas. Pero por unos pocos no se puede a todos encasillar, eso demuestra la falta de criterio y de excesivo miedo y temor. Es una táctica perversa la de tipificar por algunos a todos, quitando legitimidad a reclamos justos, con la excusa de ser una protesta violenta. Por lo tanto, ya no se escucha y se reprime con más violencia. Al final nadie gana y se genera a futuro un engendro llamado venganza.

Nos parece, y no somos pocos, que en el fondo de las marchas está un clamor y reclamo que es la injustica social que se tiene con una inmensa cantidad de compatriotas que no ven los resultados de mas de 30 años del mentado crecimiento y bienestar. Se sienten defraudados por la clase política.

Podemos citar cifras últimas sobre esa injusticia social, sea de donde venga el origen del problema. De cada 10 trabajadores en el país, 8 son informales y solo 2 de ellos se puede decir que son formales, en pocas palabras venció la informalidad en el país. En los exámenes internacionales sobre la calidad de la educación, no salimos de ser los últimos a nivel mundial, de ello es lógico el resultado de unas malas elecciones de autoridades. En salud tenemos el tristemente celebre récord de ser uno de los países con una alta tasa de muertes debida a la pandemia, podríamos mencionar además la anemia y la tuberculosis que campean en el país.

Algunos datos adicionales del 2022 para reflexionar. El Sur es conflictivo, se afirma, pero no se dice que es una muestra del país. Tiene el Sur aproximadamente el 44% de la inversión minera del país, pero la región encabeza la pobreza, siendo Puno con la mayor pobreza seguida de Apurímac, Huancayo, Huancavelica, por citar algunas regiones.

Cifras de $ 21,000 millones de dólares en inversión, de los cuales pasan a la región por canon y regalías, cerca de $ 651 millones de dólares que reciben los gobiernos regionales (y solo llega a ejecutar el 83%), los gobiernos locales reciben $ 2,280 millones dólares (solo ejecutan el 72%). A esa falta de ejecución al 100% que reciben de fondos, le sumamos la corrupción, que, según el contralor general de la República, el Sr. Shack, son las regiones que experimentan las mayores pérdidas en el país debido a ese flagelo.

En Salud, los centros de atención de primer nivel en la región solo el 2% de los 1,714 están en buen estado. Tenemos la peor cifra de anemia del país, casi la mitad de los niños entre 6 a 35 meses de la macrorregión tienen anemia. En centros educativos tenemos que el 27,6% del total, no cuentan con condiciones para seguir funcionando. Al punto de ser considerados para demolerlos. Podríamos seguir con datos y ejemplos, pero esas carencias de infraestructura y la penuria de servicios son algunos determinantes para el descontento social. A ello le sumamos la impunidad de algunos políticos, que con desvergüenza quieren ser presidentes y congresistas, como si la memoria fuese borrada cada elección. Ya hablamos de causas mayores.

Durante años fue así la injustica y hoy desborda. Solo faltaba un detonante y se dio. Se debería ser muy ingenuo para creer que por una vacancia dada surge el problema y otra esperada se resolverá todo. Aunque buena parte de la solución sea la renuncia del presidente.

De ahí surge la confrontación, el reclamo, dado un fuerte cultivo de pobreza, de injustica y de no escuchar. Después de las palabras altisonantes de ambas partes, viene la acción violenta. Uno se queda pasmado al escuchar con qué facilidad se pronuncian palabras que claman por la destrucción de propiedades y negocios. Palabras que, desgraciadamente, se convierten a menudo en acciones de cruel violencia. He aquí por qué se ha de rechazar toda argumentación de confrontación, así como cualquier forma de propaganda que manipule la verdad, desfigurándola por razones ideológicas. En esa espiral de violencia, de ambos lados. Los Gobiernos y el Estado durante años ejercieron una especial forma de violencia silenciosa y sostenida, de no dar lo servicios básicos y urgentes para un amplio sector de la población que sigue sumida en la precariedad y en el límite de la subsistencia.

Debe atenderse urgentemente. Para ello, se debe propiciar una ética de fraternidad y de coexistencia pacífica entre las personas, no puede basarse sobre la lógica del miedo, de la violencia y de la oscuridad, sino sobre la responsabilidad, el respeto y el diálogo sincero. Se debe promover, en todos los niveles, una comunicación que ayude a crear las condiciones para resolver las controversias entre nuestros conciudadanos.

Se debe estirar la mano, no como señal de debilidad, sino como gesto de que podemos trabajar juntos. El enemigo no es el otro, tenemos que ver claramente a los adversarios comunes los cuales son la pobreza, la corrupción, la impunidad, la enfermedad, por citar algunos de combatir con urgencia y luego con dedicación constante.

Quizás demoremos en ello cinco años o más, o el resto de nuestras vidas, pero comencemos.

Trabajemos y que Dios nos ayude.

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