¿Qué debemos hacer bien?
Por: Ricardo Montero
“Desde la puerta de La Crónica, Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a andar, despacio, hacia la Colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también, hacia la Plaza San Martín. Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál? Frente al Hotel Crillón un perro viene a lamerle los pies: no vayas a estar rabioso, fuera de aquí. El Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos. Piensa: no hay solución”.
Este es el primer párrafo de Conversación en La Catedral, novela que el Premio Nobel Mario Vargas Llosa publicó en 1969, y que según confesó en el prólogo de la edición que presentó en 1998, “si tuviera que salvar del fuego una sola de las (novelas) que he escrito, salvaría esta”, porque “ninguna otra (…) me ha dado tanto trabajo”.
Al ser investido como miembro de la Academia Francesa de la Lengua, los académicos y los periodistas especializados en literatura se refirieron a La ciudad y los perros como una de las obras más importantes de Vargas Llosa. Para los peruanos, sin embargo, Conversación en La Catedral nos resulta más cercana, pues su contenido nos ha interpelado siempre, más aún en este tiempo de protestas, movilizaciones, violencia y confusión.
En estos 200 años de vida republicana no hemos encontrado respuesta a tan compleja y melancólica pregunta del mítico Santiago Zavala porque durante todo ese tiempo nos hemos empeñado por transitar el camino incorrecto y hemos sido incapaces de consolidar una propuesta de acercamiento, inclusión y prosperidad. Al contrario, hemos consolidado una propuesta de dominio, alejamiento y enfrentamiento, que nos ha conducido a comportarnos como una nación ideológicamente inmadura.
Jorge Basadre explica que la independencia no le impidió al Perú –y también a los otros países de la región– mantenerse sometido a los principios políticos-religiosos de la monarquía española, lo que derivó en la dispersión, sembrándose hondos intereses y poderosas fuerzas colectivas. De ahí que el historiador encontrara que en 1824 tenían muy poco en común un campesino de Piura con un labriego del Cusco.
Hoy, también son muy pocos los lugares comunes entre un campesino piurano y un campesino cusqueño, porque hemos profundizado el distanciamiento y recusado las ideas de cercanía y de igualdad.
Estamos viviendo los efectos de una crisis que desnuda las endebles estructuras de la nación, y cuya principal manifestación es la desigualdad y la corrupción. Y porfiadamente hemos mantenido ese comportamiento, desaprovechando las oportunidades y las propuestas para reformar política y económicamente a un Estado que ha fallado desde su nacimiento, como sentenciaba Basadre.
Es urgente responderle a Zavalita, porque solo al reconocer qué estamos haciendo mal podremos plantearnos qué debemos comenzar a hacer bien.