LOS ERRORES QUE COMETEN LOS PADRES (PRIMERA PARTE)
Por: Juan Manuel Zevallos Rodríguez – Magister en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.

La vida de los seres humanos está llena de muchos momentos de tristeza, pero a la vez está llena de tantos momentos de alegría y de esperanza.

HOY CONOCI EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA

El problema de la gente es que suele darle mayor importancia a los malos momentos y escaso valor a lo que realmente vale en la vida, los buenos momentos.

Los padres nos la pasamos enseñando a nuestros hijos que la vida está llena de tristezas, de fracasos, frustraciones, problemas y contratiempos. Solemos decirles: “Ay hijo mío, vas a sufrir, la vida es un vía crucis y ya debes de empezar a cargar tu cruz”.

¿Por qué la vida debe ser un vía crucis? ¿Por qué decir que la vida es un mar de sufrimientos y pena? ¿Por qué etiquetar el regalo más grande de Dios con frases de dolor y resignación? ¿Es justo regalar a nuestros hijos un mundo de problemas sin solución sólo porque nosotros como padres no hemos podido hallarla?

La vida es algo maravilloso. Es un regalo invalorable. La vida es la máxima oportunidad para lograr nuestro desarrollo. Es una oportunidad para reír, para llorar, para pensar, para hacer silencio, para jugar. La vida es el sol que nace detrás de las montañas en la mañana, es el mismo sol que se hunde en el mar pintando el cielo de colores al atardecer. La vida es el fluir de las aguas en un río, las gotas de lluvia que mojan nuestro rostro en verano, es el arco iris de la promesa divina al final de la época de lluvia; la vida es infinitamente mucho más de lo que alguna vez hayamos podido soñar.

¿Pero cómo valoramos la vida? Negativamente. Olvidamos todo aquello que nos alegró como niños y nos concentramos en todo aquello que nos hace sufrir como adultos. Tomamos decisiones equivocadas porque así las hemos decidido tomar. Hacemos responsables a otros de nuestras determinaciones y nos frustramos. El mundo nos hace sufrir y no sabes qué hacer, y es que la verdad es que nuestros padres nunca nos enseñaron a tener fortalezas para enfrentar el estrés del mundo post capitalista y de la tercera era industrial.

Los adolescentes cometen errores por ser adolescentes impetuosos y precipitados en la toma de sus decisiones y por tener poca experiencia. Es bueno que aprendan de las decisiones equivocadas que puedan tomar. Los padres debemos estar pendientes de ellos y aconsejar. Pero recuerda, los consejos no caerán en un saco roto si cultivaste la confianza, el tiempo y el compromiso con tu hijo desde siempre.

Tu hijo podrá recoger como flores en el camino tus consejos siempre y cuando les hayas dado tanto amor, tanto tiempo y tanta entrega a lo largo de su niñez y de su infancia. Podrá entender de sus errores si tuvo la paciencia de entender tus historias. Podrá volver por el camino correcto una y otra vez si se ha salido de éste, si tuviste la fortaleza de superar tus imperfecciones y trataste infinitamente cada día de ser mejor.

Pero si no te esforzaste a plenitud, si tus discursos eran escuchados por las paredes de casa ya que nunca tuviste la costumbre de dialogar con tu hijo, y él al crecer desarrolló un tapón mental en sus oídos con el fin de no oírte, hagas lo que hagas más adelante en tu vida no obtendrás el resultado que tanto anhelas. Tus consejos y solicitudes de apoyo nunca serán oídas o tomadas en cuenta. Tú, como padre sufrirás y él, como tu hijo, sufrirá más.

Muchas veces los padres nos sentimos mal por qué “no dimos todo lo que pudimos darle (como padres) a nuestros hijos”. Nos sentimos mal por qué se vuelven rebeldes, se enfrentan con nuestras ideas y propuestas, rechazan aquellas oportunidades que hemos creado con esfuerzo para ellos y consecuentemente se niegan a recibir nuestro apoyo. Si esa respuesta es fruto de nuestra indiferencia, nuestra falta de entrega emocional hacia ellos, el futuro realmente será negativo para esos adolescentes, que ya de jóvenes o antes, caerán en la desgracia de las drogas, la violencia y la autodestrucción. Pero si te entregaste a plenitud y tu hijo de pronto cae en el mal camino, influenciado por un mundo que vende grandezas, que te absorbe y luego de haberte destruido te echa al bote de la miseria; tu hijo siempre volverá a ti, a tus enseñanzas, a tus palabras y hasta tu casa.

Si tuvimos el tiempo, la esperanza, el cariño y la alegría para enseñarle a nuestros hijos las cosas de la vida; al paso de los años nuestros hijos siempre dirán: “Qué razón tenías, papá”. Si le dimos fe en el camino de la vida, si valoramos su esfuerzo a cada paso, si lo miramos críticamente para que razonen sobre una conducta indebida; al paso de los años siempre dirán: “Qué razón tenías, papá”. Si nos detuvimos junto a su cuna para contarle una historia, si lo abrazamos por haber ganado y si compartimos sus lágrimas cuando le tocó perder; al paso de los años siempre dirán: “Qué razón tenías, papá”.

Cosecharemos, invariablemente, lo que sembramos con el paso de los años. A veces la siembra da cosecha más temprano. A veces la siembra da cosecha cuando ya caemos en desesperanza y creemos que nada bueno crecerá a pesar de los esfuerzos realizados.

Winston Churchill nos decía: “Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad; un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad”. Un padre que forjó en los años primeros de la vida de su hijo las mayores fortalezas, puso los mejores cimientos y dio la mayor entrega tanto en compartir historias como en regalarse en cada acto hacia su hijo, habrá hecho que la semilla del mensaje de Churchill germine en la mente de su hijo, y sabrá que si su hijo pasa por momentos de gran tensión o sufrimiento es por qué debe superar esos obstáculos para ser mejor en la vida y para estar mejor preparado para obstáculos mayores que se presentarán en su existencia. Sabrá que ese será un importante momento de gran aprendizaje para su hijo y lo mirará complacido como lo supera y estará ahí, atento, para darle una mano, si él así lo pidiera.

Si un padre duda de lo que hizo en aquellos lejanos primeros años de la vida de su hijo, esbozará una actitud de temor y de inseguridad, su corazón latirá fuerte en el pecho y el rostro se agrietará. En ese momento todo estará dicho. El padre no enseñó lo que tenía que enseñar, el hijo probablemente no aprendió lo que tenía que aprender: seguridad. El hijo, pobre en aprendizaje no tendrá confianza y será temeroso, y ante las adversidades del sendero de la vida ambos caerán y no tendrán la oportunidad de aprender sino reconocen los errores de su pasado, sus miedos y temores.

DATO

Cuando actuamos viendo calamidades en vez de oportunidades, sumaremos experiencias negativas y nos sentiremos frustrados. Nuestra existencia se llenará de tempestades y aguas turbulentas. Diremos que los demás tienen buena suerte y que la vida nos trata de manera dura y que hemos nacido bajo el signo de la fatalidad, de la mala fortuna.

¡Qué mentira más grande! Nadie ha nacido para sufrir. Todos hemos nacido para vivir una vida llena de plenitud, el problema es el valor que le damos a las experiencias que vamos viviendo.

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