El Día del Libro

Por: Rubén Quiroz Ávila -Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, profesor universitario.

Leer es una de las actividades más maravillosas que existen. Desde la lectura solitaria, meditabunda, a veces en silencio, con esa complicidad interior del descubrimiento y el encuentro con algunas almas afines que, en algún momento, escribieron como si fuera únicamente para nosotros; hasta las lecturas comunitarias, con voz alta y solidaria, como una hermosa ceremonia ecuménica en la que el libro es el centro del pequeño universo que nos convoca. El pretexto puede ser un poema, con su ritmo, su música, su revelación del mundo que nos brinda; tal vez sea un cuento, con su intriga calculada, su inquieta ironía, sus personajes verosímiles, su desenlace inesperado.

También acometemos la aventura de leer un ensayo, con sus aproximaciones teóricas, con su hermenéutica deslumbrante, con sus múltiples hipótesis de interpretación; o si no, puede ser una novela, abundante en dramas y amores, en despliegues de historias que cada vez nos atrapan con su generoso modelamiento del mundo, una ficción apasionante que nos seduce a cada lectura. Y toda esa amorosa explosión de formas de procesar la realidad se hace a través de los libros, esa luminosa e imprescindible invención de la humanidad. Algunos vamos formando templos donde se resguardan los catálogos que vamos eligiendo. Los llamamos bibliotecas, pero no solo son lugares donde se conservan libros, sino zonas prodigiosas de reencuentro con uno mismo. Espacios donde suceden portentos gracias a los libros. Así, hay quienes van acumulando año tras año, con la fe excesivamente optimista de que alcanzará la vida para leerlos todos o, más iluso aún, que un día no muy lejano se tendrá el tiempo suficiente para revisar los libros con la unción sacra que merecen.

Los libros se van apiñando, con un tipo de orden emocional, con su propia biografía sentimental desde que se incorporaron a nuestra vidas y sus páginas son mapas de nuestras travesías personales, como si fueran bitácoras ocultas y que retienen secretos, subrayados de tintas y colores que son batallas conceptuales, diálogos con los autores a través de nuestros apuntes en los márgenes, diálogos personalísimos e interminables con ellos. Es que los libros, físicos o virtuales, nos protegen a veces de nosotros mismos. De los olvidos probables, de los extravíos. Es la memoria y sus posibilidades que intentan ser retenidas por un inmenso batallón de escritores expectantes. Bajo su amparo y atrevimiento esperanzado, en la que un autor desconocido, como una botella en el mar, lanza su escritura al mundo, con el supuesto de que encontrará su lector perfecto. Y milagrosamente lo halla. Entonces, sucede: una palabra sanadora, una frase consoladora, un párrafo iluminador, una página resplandeciente, un libro, al fin y al cabo. Dime qué lees y te diré quién eres. Porque los libros son la más brillante forma de encontrarnos.

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