Del Perú Republicano

Por Pamela Cáceres

Una virtud, entre tantas que presentan los libros del historiador Antonio Zapata, es que revela como pocos la existencia de discursos en la Historia nacional (En las Ciencias Sociales, “discurso”, como dice Jorge Ruiz, es “cualquier práctica mediante la cual los individuos infunden significado a la realidad”); discursos que, como tales, representan posiciones políticas. El autor usualmente logra su propósito mediante dos estrategias que hallamos de nuevo al leer su último trabajo: “Lucha política y crisis social en el Perú republicano” (PUC, 2022).

Su primera estrategia consiste en hacer evidente la existencia de visiones históricas diferentes sobre un mismo hecho. Zapata es cuidadoso en mostrarle al lector de forma explícita la existencia de diferentes formas de interpretar los hechos históricos. Al hacerlo, además, provee a los lectores especializados, a los profesionales en Ciencias Sociales, de datos sobre otros autores que como él estudian eventos específicos de la historia política. Así, por ejemplo, Zapata cita dos posiciones que interpretan la Independencia que dio origen a la República: una centrada en el comportamiento de Lima, según la cual la República habría nacido de una independencia concedida al Perú por los ejércitos libertadores, ya que ni la élite criolla ni el pueblo habrían participado significativamente en dicha gesta, ni habrían aparecido liderazgos en ninguno de los dos grupos; y la otra visión, que se centra en el sur andino, según la cual, como afirma Zapata: “Si se tomaba como unidad la región indígena de tradición quechua y aimara la lucha contra el dominio colonial habría sido intensa y constante”.

La otra estrategia que aplica Zapata consiste en revelar al enunciador de la investigación; así, la mayoría de veces y ya desde sus primeras páginas el autor declara su posición ideológica y académica, y con ello permite a los lectores captar la dimensión discursiva de su propia investigación, estrategia que demanda a su vez que realicemos un ejercicio parecido y nos cuestionemos sobre el lugar desde el que leemos “Lucha política y crisis social en el Perú republicano”.

En coherencia con esta demanda debo decir que las siguientes observaciones las haré como una lectora desde una provincia del sur andino del Perú.

Observaré primero la periodificación que propone el autor y que según nos dice está sustentada en una caracterización del manejo del Estado. Sobre todo, me centraré en las dos primeras etapas.

En la primera etapa, en los inicios de la República Antonio Zapata ve un país en el cual ya se observan algunos síntomas cuyo examen bien serviría para entender los tiempos actuales. He seleccionado algunos de esos síntomas sobre los que fijaré mi atención:

Primero. Llama la atención la supresión de la institución colonial de los cacicazgos indígenas. Supresión que se hizo en nombre de ciertos principios liberales pero que en la práctica restó a los indígenas derechos económicos y de participación política, pues, como el autor dice: “hacendados criollos y mestizos expandieron sus propiedades a costa de tierras de indios, proceso que con mayor o menor intensidad ocurrió a lo largo del siglo XIX en los Andes”.

Segundo. Surgimiento de la lucha entre el poder ejecutivo y el legislativo, que culminó en la destitución de Riva Agüero, el primer presidente del Perú.

Tercero. Surgimiento de un estereotipo de “político” que personificó Santa Cruz, quien “siendo un mestizo andino fue tratado por sus enemigos como indígena y se benefició de una situación límite”.

Cuarto síntoma. La fundación de “El Comercio”, que “Eludió el fervoroso compromiso político que era frecuente en los periódicos de esa época. Destacó por su apoliticismo en una época de grandes pasiones”. Fundado por una sociedad de extranjeros, “El Comercio” se dedicó a noticias mercantiles y a tratar de influir en pleitos judiciales.

Quinto. La explotación del guano, un recurso que como ningún otro, el Perú poseía, y cuya concesión a inversionistas no resolvió los problemas de la pobreza ni la desigualdad, y por el contrario sirvió para el enriquecimiento de unos cuantos que pasarían a conformar la primera oligarquía del país.

Pasemos a la siguiente etapa, la que Zapata llama “La República Oligárquica”, que se extiende de 1885 hasta 1962, justo hasta antes del gobierno de Belaunde. Nótese que se incluye en ella a las dos primeras décadas del siglo veinte que fueron nominadas por Basadre con el conveniente nombre de “República Aristocrática”. En los textos escolares se fundamenta la nominación basadrina argumentando que esta etapa sería singular en la historia peruana, ya que durante veinte años los presidentes habrían sido elegidos democráticamente y casi sin mayores problemas. Sin embargo, poco se explica en tales textos sobre el sistema “democrático” de esos tiempos, en los cuales los analfabetos, en su mayoría pobres e indígenas ubicados en el sur del país, no tenían derecho al voto.

Zapata, en cambio, considera que no hubo dominio aristocrático sino más bien un dominio de oligarcas que inicialmente se organizaron en el Partido Civil para defender un sistema de pensamiento desarrollista que validaba y aseguraba el imperio político y económico de dicha clase.

El autor sostiene que la hegemonía de dichas políticas se habría mantenido tras desaparecer el Partido Civil, por ello integra en la etapa incluso a gobiernos autoritarios como el de Leguía, que otras miradas consideran como el inicio de un nuevo tiempo, y proponen que Leguía ya no era limeño sino más bien provinciano porque aplicó ciertas prácticas populistas, además porque durante su gobierno la población andina se proletarizo y porque se le devolvió algo del derecho de propiedad perdido un siglo atrás, reconociendo que ciertas tierras pertenecían a comunidades andinas.

Sin embargo, en la práctica continuaron las políticas de gobierno del Partido Civil y de la oligarquía: esto es, la promoción de la llegada de capitales extranjeros, la europeización del Perú, la promoción del mestizaje y la educación como forma de hacer desaparecer lo andino que era considerado pernicioso, y la exclusión del sistema electoral de la mayoría de peruanos y de partidos como el APRA o la izquierda.  Razones suficientes para concordar con Zapata para quien las peculiaridades de la mal llamada República Aristocrática han sido más bien una construcción discursiva.

Considero que sería bueno comenzar a entender la historia peruana desde la perspectiva de esta nueva periodificación propuesta, ya que plantea evidencias contundentes sobre las causas de la debilidad e inmadurez de una democracia nacional en la que no han participado la mayoría de peruanos y en la que el indígena ha llevado y continúa llevando, como dice el autor, siempre la peor parte.

Finalmente, hay que destacar en el libro los apartados concluyentes sobre desigualdad, en los que se ofrecen algunas cifras alarmantes sobre género, pobreza y educación.

Estas páginas serán de provechosa lectura para cualquier estudiante y profesional de Ciencias Sociales.

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