En el corazón de tu pueblo

Por Carlos Rivera – El Montonero

Gracias a la invitación del escritor Orlando Mazeyra Guillén y a la Universidad La Salle tuve la suerte de presentar el libro Anacronas de Manuel Isaac Torres Oliva un 14 de marzo de 2014. A mi derecha, como parte de la mesa estaba el historiador (sociólogo de profesión) Juan Guillermo Carpio Muñoz y a mi lado izquierdo el historiador (abogado de profesión) Mario Rommel Arce Espinoza. Aquella vez preparé un texto para ganarme el cariño del auditorio. Lo leí cómodamente, poniendo énfasis en mis palabras y traté de jugar con la retórica de su contenido. Terminé mi alocución y algunas almas aplaudieron mi escrito. Luego vendría el turno de Juan Guillermo. Este se pone de pie, acomoda su saco y va caminando muy seguro hacia el pódium. Coloca sus manos en el micrófono, lo regula a su talla y empieza. El público lo mira, yo desvío mi atención hacia el historiador esperando sus palabras sobre el libro, pero nos sorprende —a todos— cantando una canción de Violeta Parra, dedicándosela al autor de la obra que presentábamos aquella noche. Y luego su delicado análisis del libro. La gente aplaudía emocionada por la peculiar sorpresa. Así era Juan Guillermo. Hombre de latidos musicales y de impulsos a flor de piel. 

Muchos podemos decir que fuimos amigos de él o que compartimos alguna experiencia donde nos manifestó el calor de su humanidad o la capacidad de su conocimiento. Mi experiencia, tal vez, es un tanto pobre frente al anecdotario de la multitud. Intentaré que mi voz sea lo menos presuntuosa y si la emoción me duele sabrán disculpar los lectores esta sensibilidad de periodista. 

Media Arequipa lo recuerda. Lo saben las picanterías, las de la vieja guardia o las modernas, lo conocen los universitarios de humanidades o los que leían sus libros o lo vieron siendo entrevistado en “La función de la palabra” con Marco Aurelio Denegri en TV Perú o los melómanos que lo oyeron cantar un yaraví o haciendo una grata comparsa con algún músico olvidado como El Torito Muñoz. O nuestros progenitores que oyeron a ese señor bien educado hablando en la radio invocando las buenas formas de esa Arequipa de antaño, sus comidas y su arte. O su paso por el Congreso de la República y su gestión al frente del Instituto Nacional de Cultura (hoy Ministerio de Cultura). Su imagen era robusta e inevitable como el Misti, de temperamento bravo como el legendario toro Menelik, a veces sublime y fiestero como las coplas que le dedicó al carnaval arequipeño. 

Lo recuerdo en mi barrio La Libertad en el distrito de Cerro Colorado donde vivió una parte de su vida. Salía siempre elegante y fugaz, saludando afectuosamente a todos sin excepción. Cuando tenía 15 años lo visité y lo encontré siendo entrevistado por una periodista de un conocido semanario y sus torrenciales anécdotas mantenían a la reportera en un estado de oportuna conmoción. Yo feliz con mi uniforme escolar sentadito en un rincón de su precioso jardín observando al hombre generoso responder a las preguntas. 

Ya mayorcito me convertí en un esporádico contertulio de su nueva casa en el barrio de San Lázaro. Tenía un sinfín de recuerdos, medallas, diplomas y curiosidades. Me inventaba pretextos para conversar con él: el centenario del Club FBC Melgar, el carnaval, la poesía de Melgar, los discursos de Mostajo o tentarlo a que me revele su último trabajo. Todo en él era Arequipa. Esta ciudad era el continente de su amor y sus tradiciones el cosmos de su fuerza para tributarle su férrea voluntad intelectual y creadora a la bendita tierra que lo vio nacer. Un Quijote peleando contra la fatalidad del tiempo. Tanto amor al terruño desplegado en unas perfectas líneas suyas: 

«Yo soy guijarro de tu seno, guijarro de sillar, permíteme el honor. Como una de las células que por millones te componen: vibro en ti y me comunico con todo lo que en ti existe. Porque esta sangre que corre por mis venas es agua de tu río, que con serenidad irriga las vegas de mi alma, o cae alborotada en pacchas de alegría, o se estanca también en pozos de tristeza.» 

Lo asediaban muchas personas para mostrarle su admiración. A veces nos encontrábamos en algún evento cultural y yo lo esperaba hasta que acabara. Lo abordaba en la puerta y luego caminábamos hasta llegar a su casa conversando de varias cosas. Podía mirar el cielo y soltar algún grato recuerdo o las palabras de algún buen libro y otras se quedaba mirando alguna calle o escudriñaba las paredes de sillar buscando los mejores alegatos para que las autoridades cumplan con su deber de protección del patrimonio. Luego volvíamos a la charla. 

Una vez me quedé en su casa hasta las 9 de la noche viendo un libro de adivinanzas(Tesoro del hablar peruano) que pensaba sacar a la luz. Era poco lo que yo podía aportar ante su despliegue de rigor y conocimiento de las de mil hojas de avance que me compartía. Pero, Juan Guillermo no era un académico que confundía la exposición temática con la soporífera manía de algunos exhibiendo la pobre vanidad de asumirse inteligentes (y en realidad son aburridos). Juan Guillermo era ameno, locuaz, siempre vivaracho y mirándote a los ojos. 

Los hombres nobles como él no van al cielo, inmortalizan su estampa en el corazón de su gente. Entonces nos queda la revolucionaria poesía de su humanidad: 

«¡Oh, paloma de incienso! Panal en el que destilamos la miel y la hiel de nuestras vidas. Radiador que morigera el sol. Algodón que acaricia mis heridas. Blancura de jazmín. Primer destello del alba. Lunático espejo del anochecer. Leche de volcanes. Pañal de la inmortalidad. Nácar de la alegría. Resplandor de mil luceros. Raspadilla de sillar. Escarcha matutina de la alfalfa: recibe este sencillo elogio que, como un ramito de texaos, con amor y respeto, te pongo en pleno pecho.» 

Te adelantaste y dejaste llorando a un pueblo. Mantuviste a este periodista un jueves 1 de marzo desconsolado caminando bajo la lluvia y llorándote mientras evocaba los recuerdos de tu amistad al saber que partiste y nunca más sentiré tu voz de juglar. No te diré que te acompañen los ángeles o que Dios te guarde en su gloria. Los azares del destino y la tragedia tienen sus propias vertientes. Es momento de la gratitud y lanzar al cielo tus proclamas por las cuales luchaste siempre para que nuestras autoridades no sigan mirándose el puputi y trabajen de verdad. Intentaremos seguir el ejemplo de tu quijotesca vida. Hasta pronto hijo predilecto, Juan Guillermo Carpio Muñoz, amigo, maestro y artista. Hago mío estos versos que te tributara Luis Pareja Rivero «Estate tranquilo, pues cumpliste con creces tu tarea» .

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