EUSEBIO QUIROZ PAZ SOLDÁN: EL HISTORIADOR QUE YO RECUERDO

Por: Hélard Fuentes Pastor

Una mañana de septiembre del 2007, no recuerdo exactamente el día, un caballero de avanzada edad –como decían nuestros abuelos– se aproximó a la casa de mis padres, sosteniéndose de la pared de sillar, en el Barrio Obrero N° 2 o el conocido “BO2”. Aquellos días, aún guardábamos el luto por la pérdida de un tío muy querido, hermano de mi papá. Yo, acercándome en dirección contraria, al observarlo fatigado intentando tocar la puerta, no dudé un segundo en hacerlo pasar a la pequeña sala que teníamos en dicho “piso”. Eusebio agradeció el gesto con un cumplido que lanzó apenas vio a mi mamá y luego a mi padre, con quienes trabajó una investigación histórica relacionada con una antigua casona de la calle Cruz Verde. Lo pienso nítidamente, pues en aquella oportunidad, apoyé en la diagramación del informe donde se registraron interesantes fotografías de la arquitectura y algunos planos del predio.

Eusebio me debió conocer apenas nacido. Mi mamá puede corroborarlo, precisamente cuando ella culminaba sus estudios en el nuevo pabellón de la Escuela Profesional de Historia, en 1990. Entonces, mi padre, también historiador, trabajaba en el Archivo Regional de Arequipa, por lo que ambos, papá y mamá, fueron sus estudiantes, aunque en diferente época. Yo no lo tuve como profesor, para ese tiempo ya se había jubilado, sin embargo, siempre estuvo cerca, incluso más que algunos catedráticos que me enseñaron en la universidad. Por eso, podría decir que Eusebio fue un hombre muy expresivo. Él, no dudó en mostrar su carácter, en ratificar sus ideas, del mismo modo que aquella notable alegría, su caballerosidad, sinceridad, humildad y desprendimiento, aun cuando no estaba en la posibilidad de apoyar ciertas iniciativas. 

A los 18 años, cuando abrí paso a mi vida universitaria, asistí a la presentación de su libro: “Para enseñar historia del Perú”, donde por primera vez, luego de un trato íntimo, fui testigo de esa tremenda cualidad para desenvolverse en público. Por momentos, jocoso, arrancaba las carcajadas de la concurrencia, y en otros, sereno, llamaba a la reflexión sobre los numerosos temas sociopolíticos e históricos que escribió con la erudición de antaño, principalmente vinculado al periodo republicano del país. Eusebio también era cauteloso, sabía cuándo y cómo opinar, por lo que otra de las grandes lecciones humanas que nos dejó fue el sentido de la prudencia.

Eusebio Quiroz un hombre caballeroso sincero y humilde.

Una tarde de diciembre del 2010, después de clases, lo visité por primera vez en su casa, en Cooperativa Universitaria, para invitarlo en calidad de ponente para el primer y único Congreso Regional de Historia del Arte Popular, que organizamos con varios compañeros a nombre del Centro de Estudios Históricos para el Desarrollo Social (CEHDES) – espacio de renovación cultural “Guillermo Galdos Rodríguez”, en la Alianza Francesa de Arequipa. El doctor Eusebio rechazó la invitación porque no había desarrollado una investigación similar y fiel a su estilo, me dijo: “¡Hijo! Zapatero a tu zapato”, animándome a trabajar temas de otra naturaleza. Ahora comprendo que no era su línea temática, que su asunto era la cultura, pero desde el postulado de la identidad mestiza de Arequipa, y a veces el sentido de lo “popular” comprende muchas lecturas y ambivalencias.

Al año siguiente, en diciembre, volví a su casa para invitarlo a participar en el III Coloquio de Historia Regional de Arequipa que presidía el entrañable historiador, Enrique Ramírez Angulo. “¿Y de qué voy a hablar, hijo?”, preguntó el doctor. Yo tampoco tenía idea. “Es una conferencia magistral, doctor” —agregué—. Podría Usted ofrecer una lección de Historia, cómo aquella que me dio alguna vez cuando me entregó unas fotocopias de “Introducción a la Historia” de Marc Bloch, libro que motivó una carta dirigida a su nieto Diego, dónde explica la profesión del “historiador”, y que me autorizó para reproducir en una revista institucional de la Escuela cuando integré el Centro Federado de Historia (2011). Entonces, juntos, preparamos un diálogo íntimo, a modo de entrevista, siguiendo los contenidos de dicho texto: “¿Qué es la historia y para qué sirve?”. Esa noche, luego de nuestra participación, fui testigo de un inolvidable reencuentro con dos entrañables amigos: el arqueólogo Federico Kauffmann Doig y el archivero Lorenzo Huertas Vallejos, que también dictaron conferencias magistrales.

Eusebio fue más que un maestro, un amigo que siempre insistía: “más aprendiendo, que enseñando”. ¡Recuerdan la frase! La repetía a menudo, así como “la historia se hace con documentos”. Otra tarde, sin anunciarme, volví con la idea de un proyecto de investigación sobre los monumentos-busto en Arequipa y como buen metodólogo, lo cuestionó en función a la dimensión del tema. ¿Acaso un artista plástico debía ocuparse de ello? ¿Un arquitecto? ¿Urbanista? Me cuestioné, mientras Eusebio comentó con la confianza que nos teníamos: “Habrá unos pocos”, e inmediatamente, la señora Lucy, su esposa, interrumpió señalando que había muchos más bustos de “los cuatro” que se pensaba. Curiosamente, ante sus comentarios, en lugar de desistir, me mostré obstinado y sus palabras me motivaron a continuar trabajando. Poco tiempo después, regresé con el libro publicado y un amplio registro de cerca de doscientas fotografías.

Algunas tardes, no tantas como las que compartió Percy Eguíluz, lo apoyé con ciertas diligencias, sobre todo, leyendo los libros que comentaría. El que más recuerdo fue en razón a la historia de la Universidad Católica de Santa María. Por ratos, mientras anotaba sus ideas con esa letra gigantesca, interrumpía mi lectura para cuestionar algún argumento o realizar críticas que guardo para mí. Del mismo modo, trabajamos en varias sesiones, el prólogo para mi obra: “Historia de las fiestas del carnaval” (Texao Editores, 2016 y 2017), que se estructuró en dos partes, la primera sobre el aspecto descriptivo, y la segunda, cuando añadí un capítulo de interpretación histórica. Confesión de parte: fue Eusebio quien me sugirió que lo sustente para mi titulación. Así sucedió en el 2014.

El doctor Eusebio, me regaló momentos de inolvidable recuerdo. A veces desayunando en su casa o tomando un tecito por la tarde mientras hablábamos de la universidad, de sí tenía enamorada o sí me gustaba alguna chica, y otras, me quejaba de algunos profesores que fueron alumnos suyos o le confiaba mis problemas familiares. Él, pausado, me decía: “¡Hijo! Tú a lo tuyo”. Esa expresión significó mucho, pues en la vida hay cosas que podemos resolver; pero hay otras que no solo escapan de nuestras posibilidades, sino de nuestra responsabilidad. También llegó a decirme: “Tú eres de mi panaca”, en tanto se aproximaba a la reja para despedirme.

Quizás yo he sido de los amigos más tercos que tuvo. Probablemente el ímpetu de mi juventud o la rebeldía que me caracteriza, hicieron de aquellas mañanas que lo visitaba sin anunciarme, momentos de inolvidable compartir. Precisamente, en su sala, conocí a mi querida amiga Paola Donaire, periodista, que en aquella oportunidad fue a entrevistarlo. Yo, a menudo, caí de sorpresa. Otro día desayunamos juntos, porque me presenté de la misma manera. Volví tantas veces y otras tantas salí con la expectativa de quién comparte sus proyectos y termina atesorando varias anécdotas, como su gesto de reconocimiento hacia mis padres: “tu papá y tu mamá son personas correctas, los conozco, fueron mis estudiantes (…)”.

La vida cruzó nuestros caminos de un modo singular. No pensé estudiar historia, por lo que no pensé conocer a Eusebio, menos aún dibujarlo en un retrato que examinó a detalle con su gigantesca lupa, valorando mis trazos infantiles. Jamás pensé ser testigo de un memorable abrazo, creo que “de reconciliación”, con el conocido crítico y literato Xavier Bacacorzo, luego de unas palabras muy sentidas que Ebo dirigió en el homenaje a Carlos Meneses Cornejo como parte de un comentario a un libro que le dediqué al periodista arequipeño. Ese día dijo: “[la amistad] en Arequipa es un símbolo de solidaridad, de apoyo, de cariño, de afecto auténtico y que revela que, los arequipeños, nunca hablamos mal de nadie a sus espaldas y que cuando los honramos, como hoy honramos a Carlos Meneses, nos estamos honrando a nosotros mismos (…)”. No imaginé que recomendaría la lectura de algunos de mis trabajos en conferencias o entrevistas, tampoco visitarlo junto a mi padre para solicitar su valioso comentario en un libro que publicó con el auspicio de la Universidad Católica de Santa María, en el año 2018. No pensé acompañarlo cuando lo declararon “Hijo Predilecto de Arequipa” en la intimidad de su hogar, en octubre del 2019. Nunca pensé que, en esa tremenda confianza, me contaría por teléfono, aún en pandemia, lo difícil que es afrontar la pérdida de un hijo.

Eusebio abrazó la vida de muchas formas, alguna vez con la poesía y el teatro.

DATO

Eusebio abrazó la vida de muchas formas, alguna vez con la poesía y el teatro, luego con la interpretación histórica y la docencia universitaria, con el periodismo –publicando simpáticas reflexiones o compartiendo sus anécdotas– y, finalmente, en la gestión académica. No cabe duda, abrazó la vida en la soledad del historiador y en la plenitud de la amistad y de la unión familiar.

comentario en

Dejanos un comentario

Your email address will not be published. Required fields are marked with *.