REFUNDAR NUESTRO PATRIOTISMO

Por Juan Carlos Rodríguez Farfán

PATRIOTISMO

En la efeméride nacional el 7 de junio es una fecha importante. Sin embargo, esta conmemoración ha sido y es motivo de interpretaciones antojadizas, de simbolismos dudosos. La gesta heroica de Francisco Bolognesi ha merecido rimbombantes títulos que no han hecho otra cosa que ocultar un conjunto de verdades históricas que quisiéramos hoy poner en evidencia.

La primera, es que la Guerra del Pacífico la perdimos por indolencia de nuestros gobernantes. Por obra de la corrupción imperante de entonces. No olvidemos que el presidente del Perú en ese momento, Mariano Ignacio Prado, se fugó a Europa para no volver, con los baúles repletos de dinero destinado a comprar buques de guerra. Precedente de traición que años después Alberto Fujimori replicaría simétricamente, sólo que esta vez las maletas irían rumbo al Japón. Si comparásemos la situación de los ejércitos del Perú y Chile en el momento del conflicto, la suerte estaba echada de antemano: Armamento, logística y pertrechos mostraban una abismal diferencia a favor de las tropas chilenas. Mientras los peruanos atravesaban los desiertos del Sur en ojotas de pellejo, los chilenos contaban con botas de factura francesa. Mientras los peruanos seguían utilizando arcabuces anacrónicos, los enemigos contaban con cañones de última generación fabricados en Inglaterra. La guerra no se gana con frases altisonantes, que son en general invenciones a posteriori de historiadores lacayos. La guerra se gana con armas y organización apropiadas, con responsabilidad de mando, con patriotismo consecuente.
En el Perú tenemos un inquietante culto a la derrota. Todos, o casi todos nuestros héroes son perdedores. Las plazas de los pueblos del Perú rinden homenaje a mártires. Pero ¿para qué nos sirven los mártires? Para construir una Nación sólida, representativa de nuestra diversidad, articulada con nuestra grandeza antigua, necesitamos de modelos positivos, de héroes que ganen batallas. Debemos salir del paradigma del “triunfo moral”, debemos salir del síndrome de la “inmolación”. Las elegías por el sacrificio de Grau, o el “honor suicida” de Alfonso Ugarte, son maneras de velarnos los ojos frente a algo esencial: necesitamos un país articulado en principios de democracia y justicia social; necesitamos una nación que erradique de raíz a los Prado, a los Fujimori a los corruptos de mayor y menor cuantía. Es nuestra obligación inculcar a la niñez y a la juventud el gusto por el esfuerzo, la valoración del trabajo honrado, el respeto del semejante, así como del diferente. Es nuestra obligación de organizar el futuro del país y del planeta. No podemos continuar en esta loca carrera a la satisfacción de pulsiones de consumismo enfermo. Tenemos que reconectarnos con nuestra esencia peruana, andina, amazónica, africana, aquella que respeta la naturaleza, la que busca armonía y no depredación inmisericorde. Nuestros antiguos continúan pidiendo permiso a las divinidades tutelares antes de horadar la tierra o de cortar un árbol. Nuestros antiguos no piensan el planeta como obstáculo si no como un ser viviente que hay que amar y respetar. Nuestros antiguos planificaban metódicamente. La magnífica andenería del Valle del Colca es una prueba de nuestra capacidad previsora, de nuestra sabiduría en la utilización armoniosa de los pisos ecológicos, de nuestra respetuosa gestión del agua.
El modelo triunfador está allí: en la indoblegable dignidad del trabajador que venciera inflación, recesión y terrorismo a punta de ingenio, a punta de humor para sobrellevar la pesadilla, a punta de desvelo para asegurar un mañana para sus hijos. Este modelo sí merece homenaje y emulación, modelo que, sin tanta bulla, construye país, construye futuro. Tenemos el deber de replantear el concepto de patriotismo basándolo en verdades históricas, aunque duelan, asentándolo en el reconocimiento certero de lo que somos, de lo que hemos devenido. El patriotismo no puede ser el monopolio de cuarteles y uniformados. El patriotismo debe ser una actitud ciudadana. Una forma natural de ejercer la peruanidad. Desde la familia, pasando por las organizaciones vecinales, campesinas, escuela, municipio, hasta llegar a las instancias gubernamentales superiores. El patriotismo debe conjugarse con el quererse bien, valorarse uno mismo y valorar al vecino, valorar al colega, al hermano.
Ojalá que pronto podamos sacar pecho por los logros sustantivos de una comunidad nacional basada en la igualdad de oportunidades, en la práctica de la solidaridad, en la democratización de la cultura, en la justicia social. Si asumir con consecuencia un nuevo patriotismo significa rehacer el edificio de nuestros valores aprendidos, hagámoslo. Nuestro zócalo es antiguo, pétreo. Apostemos a lo nuestro, apostemos a ser vencedores, apostemos a ser dignos herederos de nuestra grandeza milenaria.

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