La bicameralidad, por un voto

Por Cecilia Bákula – El Montonero

En la última sesión del pleno del Congreso, no se pudo aprobar, por un voto, la propuesta que se había presentado para poder regresar a la bicameralidad. Cierto es que la propuesta había sido una iniciativa de Fuerza Popular sustentada en una legislatura anterior, con mucho rigor y solvencia por Patricia Juárez, cuando ella presidía la Comisión de Constitución, pero, ni siquiera la animadversión a un grupo político, puede explicar la voluntad de impedir la evaluación de una reforma que, a todas luces, podría significar una mejor conducción de las labores parlamentarias. Máxime, cuando en el Congreso actual, ha dado muestras de una incapacidad supina y ha superado todas las expectativas de baja aprobación y producción que pudiéramos haber tenido.

A lo largo de nuestra historia parlamentaria, la tradición ha sido que el nuestro sea un Congreso bicameral; así lo han señalado nuestras Constituciones de los años 1828, 1834, 1837, 1839, 1856, 1860, 1920, 1933 y 1979, lo que significa que la mayoría de nuestras constituciones y nuestra experiencia parlamentaria es de tipo bicameral y que las objeciones para no retornar a ella, están muy lejos de ser sólidas; son más de tipo subjetivo; de oposición a quien lo propone, de desconocimiento a lo que esa propuesta significa y de desinterés a lo que un cambio puede aportar al futuro político del país. 

La propuesta que fue rechazada por un voto, buscaba regresar a una fórmula parlamentaria bicameral y tener una Cámara de Diputados o Cámara Baja de 130 miembros y un Senado o también llamada Cámara Alta, conformada por 60 senadores. Lo grave es que, al no ser aprobada por la mayoría requerida, esa propuesta tendrá que ser sustentada y refrendada por un referéndum popular y vaya si sabemos del costo y de la manipulación que en tiempos recientes han significado los referéndums. Los legisladores que se opusieron a que esta idea fuera aceptada, tiene una carga más en sus conciencias o quizá, ni siquiera se dieron cuenta que sus votos pueden torcer el destino y el futuro del país, como en este caso, como sucede en muchas ocasiones en las que intereses personalistas y subalternos, los llevan a optar por decisiones mezquinas. Están tan acostumbrados a la desaprobación que no se percatan que el futuro de cada uno, importa poco frente al gran interés nacional.

Erróneamente se cree que la existencia de dos Cámaras implicaría duplicidad de funciones o que necesariamente sería más oneroso. Lo cierto es que, sin duda, habría que ajustar el presupuesto porque hemos visto gastos sin decoro en este Congreso que tendrían que ser, por lo menos innecesarios, pero de esta representación nacional, hay poco que decir en cuanto a algunos abusos y a poca eficiencia. Es verdad que más miembros significaría mayores haberes y gastos, pero puede pensarse con sensatez y prudencia en un presupuesto equilibrado. Lo importante es que en un sistema bicameral, la representatividad de los ciudadanos sería muchísimo mayor y el orden y la diligencia, la celeridad y el control en los temas legislativos sería sustantivamente más eficiente, lo que redundaría en beneficio de la población.

No me cabe duda que todo cambio tiene que ser explicado a la población en sus bondades, riesgos y novedades y en los tiempos actuales, los medios de comunicación ofrecen diversidad de posibilidades cuando se usan bien para difundir con honradez el mensaje que debe trasmitirse porque ya que ha sido tan tendenciosamente discutido, no cabe duda que será del mismo modo utilizado, si es que se tratara de obtener réditos políticos.

Lamentablemente, aún quedan personas que prefieren un voto a su favor, antes que un ciudadano informado, ilustrado, capaz de decidir en libertad y luego se quejan del coloniaje que dicen otros imponen. La tarea de los políticos debería ser siempre, promover la libertad de elección, el despertar de las conciencias de los electores para que comprenda la importancia y el valor de su voto pensado, libre, voluntario y ciudadano.

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