No más clasismo ni racismo Diversidad y crisis política
Por José Dextre Chacón – El Montonero
Nuestra sociedad está hoy sumida en graves conflictos sociales. El racismo y el clasismo persisten de forma desubicada, huachafa y patanesca, y se han convertido en vectores movilizadores de la crisis. Ello pese a la multiculturalidad presente entre nosotros, desde el intercambio milenario de quechuas, chimús, chinchas o waris. El imperio Inca tuvo en la base la reciprocidad, ante una geografía que hacía inútiles las armas y compleja la logística guerrera. Esta multiculturalidad se amplía y se transforma en los 250 años de convivencia y mestizaje entre la nobleza quechua y la corte virreinal española. Y luego se inició la interculturalidad integradora, ya no sólo tolerante, que sumó africanos, asiáticos y otros europeos a la peruanidad. Nuestra sociedad, sin embargo, no logra valorar esto último como un catalizador para superar la crisis, y ciertos líderes persisten interesadamente en estimular dichas taras culturales.
El racismo y el clasismo persistente en todos los sectores sociales genera resentimiento devuelto en agresión. El resentimiento y la agresión buscan una justificación ideológica. A comienzos del siglo pasado los problemas sociales eran asignados por Clemente Palma y otros, a la idiosincrasia y minusvalía genética indígena. Hoy, desde otra orilla ideológica, algunos lo asignan a nacer en determinado distrito o región, como Aníbal Torres y Modesto Montoya sostuvieron respectivamente.
El desprecio de esas perspectivas genera adjetivos como DBA, GCU, caviar, terruco, y otros más. Pero lo más grave, nos hace receptivos a usar el conflicto como medio para resolver nuestros problemas. Este es el caso del concepto marxista de “la lucha de clases” actualizado por el socialismo del siglo XXI, en un extremo, o de las voces que reclaman un régimen de autoritarismo militar en el otro. Ambas posibilidades felizmente son cada vez menos probables por la educación democrática que hemos venido cultivando, y que condena la violación de derechos humanos en cualquiera de sus versiones.
Requerimos partidos que reivindiquen la búsqueda de la mejora social por el amor al ser humano, a su entorno y a nuestra diversidad: y no en el enfrentamiento de clases y razas —paradójico en nuestro país de todas las sangres—, en el caudillismo autoritario sin ánimos de consensos, o, en el puro mercantilismo. Requerimos partidos que sustenten su ideología en valores personales y en valores democráticos, cuya visión de futuro sea un país integrado y rico con una adecuada redistribución de los tributos que pagan empresas y ciudadanos. Que propugnen un país orgulloso de su diversidad, que nos permita disfrutar de bailar una chicha en un exclusivo club o música internacional en una fiesta popular. Organizaciones que promuevan un país consciente de la dependencia mutua entre regiones, y de tener a la diversidad cultural y natural como la mayor fortaleza de la Marca Perú, capaz de dar empleo a millones de peruanos con el turismo, y de facilitar el empleo en el agro, en la pesca y la minería sostenibles.
El amor al otro nos hace iguales en nuestras diferencias. Nos lleva a darle definiciones concretas al contrato social que es la Constitución, que debiera enseñarse en ese concepto y no necesariamente en el aprendizaje memorístico de cada artículo. Y nos lleva también a defender la democracia como el marco político que garantiza dicha igualdad liberándonos de las imposiciones dictatoriales. En ese marco, la peruanidad será definida como un compromiso de integración de lo diverso para lograr el bienestar de todos y el cultivo de la paz social.
Hoy que nos preocupamos del futuro de la humanidad por el desarrollo de la inteligencia artificial, preocupémonos también y más por el futuro de nuestra sociedad. Preocupémonos por los procesos de gestión educativa, pero más por contar con docentes que puedan ser capaces de educar con y desde la ética y ser referentes de valores. Preocupémonos por la libertad y la capacidad fiscalizadora de los medios de comunicación, pero igual de su contribución en la educación en valores de nuestra sociedad.