OMAR ARAMAYO: LA BIBLIA DE LOS ANDES
¿Qué hay detrás de 18 años de escritura? Una obra que es la síntesis de la identidad peruana. Un autor que redefine el pensamiento actual. Una voluminosa novela que ha encontrado en Túpac Amaru II, el auténtico sentido de patriotismo. Omar Aramayo —escritor nacido en Puno— ha escrito medio millar de páginas que constituyen una verdadera Biblia de los Túpac Amaru, más específicamente, una Biblia de los Andes.
Por: Hélard Fuentes Pastor
— ¿Cuál es el concepto de justicia social que nos ofrece tú novela?
—La pregunta es muy importante. Mario Vargas Llosa, dijo en el siglo pasado, que el gran debate de la filosofía contemporánea es si es más importante la justicia o la libertad. Él decía que más importante que la justicia es la libertad, porque sin libertad no hay justicia, o, es probable que no la haya; entonces, el gran aporte de José Gabriel es la libertad. Antes, ese concepto no existía en el mundo con dicha precisión, sino nueve años más tarde, con la Revolución Francesa, pero esa “libertad” al poco tiempo se acabó. Llegó la guillotina y lo primero que hizo en París, fue guillotinar el principio de igualdad, libertad y fraternidad. De modo que, el concepto de José Gabriel, quedó incólume por muchos años hasta el fin de la colonia, José Gabriel y su primo hermano (que continuó la lucha en el Sur del Perú), declararon —para comenzar— la libertad del “negro”, décadas antes que los Estados Unidos, incluso que Ramón Castilla —un personaje que yo admiro— del que se dice que no dio la libertad a los negros, sino que la compró de los hacendados —sea como fuere, cortó las cadenas—. Pero, antes, José Gabriel trajo la libertad de los esclavos, o sea es un personaje mundial (…). Lamentablemente, Túpac Amaru sigue considerado un personaje amedrentador, que da miedo, que da terror; sigue siendo el indio que iba a asaltar la ciudad y matar a los blancos. Ese terror continúa en la actualidad.
Omar Aramayo, nos dice que, en otrora, el ser humano nacía bajo dos condiciones: subyugado o subyugador, amo o lacayo, por lo que —insiste— el prócer de la Independencia cambió aquella realidad, lo cual desnuda el aporte principal no sólo de su obra, sino del personaje que es un símbolo como el “sol”, el “pasamontañas”, la “quena”, los peruanismos, etcétera, para los ciudadanos y ciudadanas peruanos.
— Nos has dicho que el concepto de libertad es un aporte nacional de José Gabriel. Pero, qué tanto se vincula la imagen de Micaela Bastidas y que —según algunos autores— llegó a dirigir el movimiento. Creo que, en los anales, la figura de Micaela aparece a la sombra de su esposo. ¿Has explorado ese aspecto en tu libro?
— Túpac Amaru jamás hubiera hecho esa gran rebelión, sin la participación de su familia, de su panaca, es decir, los ahijados, los padrinos, los tíos, las tías, por eso es que los persiguen o los mandan presos a España, y dentro de la familia, sin lugar a dudas, nosotros somos un país matriarcal; no obstante, el machismo de algunas personas. El papel de Micaela fue fundamental. Era una mujer inteligente y estratega. Tuvo coraje para participar con este hombre que tuvo la osadía de levantarse contra el poder más grande de la tierra, que era el rey de España. Lo incentivó y le exigió que tomara el Cusco. Si él lo hubiera hecho en el mes de noviembre, probablemente el resultado sería distinto; pero José Gabriel prefirió venir a Azángaro porque pensó en una guerra de larga intensidad y compromiso, cosa que también es cierta; de no hacer esa tarea, la de bajar a las bases, con su muerte la cosa hubiera acabado, y no fue así, se mantuvo en los siguientes años. Ella combatió a caballo, vio morir a sus hijos, es excepcional.
El reconocido escritor —radicado algunos años de su juventud en la Ciudad Blanca— cuenta que, lamentablemente, en la época de Velasco Alvarado, no se exaltó adecuadamente la imagen de Micaela Bastidas, una mujer que tenía todas las virtudes, tanto por su carácter combatiente y de ideóloga, como por condición de madre, amante y esposa. Asimismo, sobre ese tiempo considera que no existía el machismo ni el feminismo, hombres y mujeres combatían en igualdad de condiciones, mencionando a señoras como Bartolina Sisa (a quien considera más valiente que Túpac Katari), Andrea Apaza (hermana de Katari que luchaba con lanza y en caballo). Así reflexiona sobre la diferencia de la sociedad andina con la occidental frente a los estudios de género.
— Tus reflexiones son interesantes, Omar. No se debe forzar la manera de interpretar a la sociedad andina, menos desde una mentalidad europeizada. Lo cierto es que, en tu novela, hay múltiples escenarios históricos: ¿cómo los has recreado? ¿Qué te ha permitido definirlos?
— Para comenzar hay que conocer el país. Yo he recorrido el Perú en todos los medios habidos y por haber —en avión, a caballo, a pie, en bicicleta—. Conocí la mayor parte del territorio de manera instintiva, sin saber por qué y para qué, y cuando llegó el momento, pude imaginarme, por ejemplo, Sorata, que es una mesetita a los pies de la cordillera, a 2400 metros aprox., exactamente como Arequipa, sólo que, al estar al borde de un abismo, con neblina (…). He visto los paisajes en sueños, los he caminado, también a través de las lecturas y los libros hay que pasarlos a la mente.
— ¿Has necesitado de algún registro de carácter geográfico?
— Un poquito sí. El resto lo he imaginado, lo he recreado. Conozco casi todos los escenarios, por ejemplo, la toma de la Paz, la toma de Puno, el Cañón del Colca, el Cañón del Apurímac. Cuando me tocó, lo que hice fue recordar.
— ¡Esta novela es una verdadera Biblia de los Túpac Amaru en el Perú! ¿Qué anécdota recuerdas durante su elaboración?
— Como por milagro, también me sucedió con Humareda [el pintor], a medida que escribía, mis amigos me traían más libros de Túpac Amaru —son como 250 libros—, por ende, tuve que reescribir muchas veces. La magia de la novela está en la reescritura. Cuando me dicen: “oiga Ud., pero qué bien que escribe”, no sabe qué mal escribo, porque tengo el hábito de corregir (…). La otra es que soñé con los Túpac Amaru. He tenido revelaciones. He escuchado voces. Una vez le conté eso a un amigo psicólogo y me dijo: “aprovecha”.
— De todos los libros que has revisado, ¿a qué autores recomiendas y cuál recoge con mayor nitidez la imagen de Túpac Amaru?
— (…) Existe un historiador arequipeño, Jorge Cornejo Bouroncle, que se afincó en el Cusco y que escribió un libro que recoge documentación y me inspiró. Después, está Juan José Vega, que tiene una prosa ligera, galana, ese es el verdadero corresponsal de guerra. Tuvo amistad con Scorza. Cuando lo hacían renegar en algún Consejo Universitario en La Cantuta, agarraba su boleto y su maleta, y se iba a París. Quince días para visitar a Manuel Scorza. Se le pasaba la cólera y regresaba. Entonces, en ese ínterin escribió sus textos sobre Túpac Amaru (…).
Omar no se cansa de mencionar autores, acontecimientos y anécdotas de cada uno de ellos, para recordarnos que Túpac Amaru no tenía estrategias de guerra, tal cual sucedió con una suerte de ingeniería que caracterizó a los españoles. Eso sí, tuvo corazón, el planteamiento de una noción de país.
— ¿Qué significó Túpac Amaru II para ti, antes y después de tu novela?
— Ahora es parte de mi vida, no puedo desligarme, y antes de escribir la novela, si hubiera sabido que me iba a demorar 18 años, o si me dijeran en este momento, escríbela, diría: “no, muchas gracias, tengo que tomar un café en La Bóveda”. No lo haría. En 1980, yo era profesor de la Universidad del Altiplano, y había un rector muy inteligente, Julio Bustinza, veterinario de primerísima calidad, que decidió que viviera en Arequipa. Él tuvo la visión de celebrar el bicentenario de Túpac Amaru e invitó a Azángaro, a varios tupacamaristas, en ese momento pensé cómo me gustaría escribir una novela sobre este personaje. Desde 1980, pensé en escribirla, pero no tenía ni la información, ni el lenguaje (…). En el 2003 o 2004, una mañana desperté, imaginando una conversación entre Túpac Amaru y Micaela Bastidas, en ese momento, la novela ya era mía y ya tenía el lenguaje.
Omar Aramayo cierra esta entrevista lamentando que muchos valores del personaje ya no estén vigentes. Tiene razón. Él, observando con avidez la historia, afirma compungido, lo siguiente:
— Si conociéramos a Túpac Amaru, el Perú sería distinto. Él dibujó al país y no combatió por el Tahuantinsuyo, lo hizo por todos. Por primera vez aparece la imagen del Perú y la de un político profesional, porque era un hombre muy preparado, que estudió con los jesuitas y concertaba. No era arribista ni improvisado como muchos políticos. No creo que exista, mi querido Hélard, una conciencia tupacamarista. Él era culto y nuestro país no es culto.