HACIA EL ENCUENTRO PERSONAL: “LA MAGIA DEL DAR AMOR” (SEGUNDA PARTE)
Por: Juan Manuel Zevallos Rodríguez. – Psiquiatra y Magister en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.
La alegría de aquellos que te rodean, recuérdalo bien, debiera ser siempre la base de nuestra alegría, pero hay algo más… Solo puede nutrirse de alegría aquel que descubrió que un día tuvo alegría en su interior.
HOY CONOCÍ EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA
Es nuestra obligación contemplar a plenitud nuestro mundo interior, alimentarlo y soñar. Creer en que podemos ser, día a día, mejores seres humanos que aquellos que fuimos ayer y creer en aquellos que nos rodean por vocación y dedicación.
Somos seres que con cada nuevo amanecer volvemos a nacer en fe, esperanza y amor. Es nuestra obligación evitar el sendero del marasmo y el fracaso existencial. Debemos olvidarnos de aquellas palabras de dolor que pronuncia la gente que se halla confundida. Centrémonos en el poder que tienen las palabras de afecto, cariño, apoyo y solidaridad.
La vida nos ha puesto a prueba y no podemos fallarle. La naturaleza nos ha regalado todos sus bienes y ¿qué hemos hecho con ellos?, los hemos vilipendiado, pisoteado y a ella (la naturaleza) la estamos destruyendo a una velocidad no vista antes en la historia de la humanidad.
Estamos construyendo selvas de cemento y con ellas cementerios de dióxido de carbono. Nos ufanamos de nuestro desarrollo tecnológico y no caemos en la cuenta de que hemos involucionado como especie social y espiritual. ¡Hemos dejado de creer!, la esperanza es una utopía, la felicidad una extraña creencia y las lágrimas en los ojos un recordatorio constante (y falso) de que hemos venido a vivir en un valle de sufrimientos.
Realmente, la gente hoy en día vive triste, ignora la razón de su existencia, desaprovecha cada nueva oportunidad para construir un sueño y se marea con el simple hecho de razonar. La gente del siglo XXI se recuesta en un diván y no encuentra palabras para describir su vida. La gente ahora solo mira las paredes de las habitaciones donde vive, pero no siente el calor del hogar familiar.
Nos hemos vuelto, sin querer, sombras de lo que un día fuimos. Anhelamos los tiempos de la infancia feliz, de los juegos en columpios y del clásico “chócala para la salida”. Pero, sin querer, hasta ese tiempo lo venimos destruyendo porque no lo renovamos con las nuevas generaciones. Ahora los niños solo saben de competitividad agresiva, del movimiento de la bolsa en Wall Street y de horas llenas de obligaciones académicas sin límite y sin final.
No hemos superado el reto que nos pusimos un día en la vida, “vivir a plenitud”. Nuestra mente viaja hacia al pasado, recoge nuestras caídas y nos disgustamos por tantos momentos de fracaso; nos proyectamos al futuro, contemplamos un panorama desolador y caemos rendidos en el sofá de casa implorando no volver a existir.
Nos hemos complicado la existencia, hemos tomado malas decisiones y ahora pagamos con creces las deudas que tenemos con nuestra vida. Pero tenemos suerte, somos seres humanos que fallecemos cada noche al dormir y que volvemos a nacer cada día al despertar. Cada día podemos aprender algo nuevo, pero por sobre todo podemos dar amor.
La primera gran lección que nos puede acercar a nuestro encuentro personal son los actos de entrega hacia aquellos que nos rodean. “Dar amor” es uno de aquellos actos que muchos seres humanos consideran tan vacíos y sin tanta razón de ser. ¡Qué gran vacío hay en el corazón de aquellos que piensan que dar amor es como cultivar rosas en el desierto! Dar amor siempre será un acto de regocijo y realización personal y social (familia y prójimo), pero algo tan simple y tan lleno de magia vivencial, para muchos pobladores del mundo virtual del siglo XXI suele ser tan difíciles de entender. Por eso hoy vengo y te comparto esta historia que un día un ángel (llamado Dan Clark) me contó al oído y que decía así:
“Un tendero estaba clavando sobre la puerta de su tienda un letrero que decía: «Se venden cachorros».
Letreros como ese tiene una atracción especial para los niños pequeños y efectivamente, un niño apareció bajo el letrero del tendero.
– ¿Cuánto cuestan los cachorros? –preguntó.
–Entre 30 y 50 dólares –respondió el tendero.
El niño metió la mano en su bolsillo y sacó un poco de cambio.
–Tengo 2.37 dólares –dijo–. ¿Puedo verlos, por favor?
El tendero sonrió y silbó, y de la caseta de los perros salió «Dama», que corrió por el pasillo de la tienda seguida de cinco pequeñitas y diminutas bolas de pelo. Un cachorro se estaba demorando considerablemente. El niño inmediatamente distinguió al cachorro rezagado. ¡Era cojo!
– ¿Qué le pasa a ese perrito? –preguntó.
El tendero le explicó que el veterinario había examinado al cachorro y había descubierto que le faltaba una cavidad de la cadera y que cojearía por siempre. Estaría lisiado toda su vida. El niño se entusiasmó.
– ¡Ese es el cachorro que quiero comprar! –dijo.
–NO, tú NO quieres comprar ese perrito. Si realmente lo quieres, te lo voy a regalar –dijo el tendero.
El niño se enfadó mucho. Miro al tendero directo a los ojos, y moviendo el dedo replicó:
–No quiero que me lo regale. Ese perrito vale exactamente tanto como los otros perros y voy a pagar su precio completo. De hecho, ahorita le voy a dar 2.37 dólares y luego 50 centavos al mes hasta terminar de pagarlo.
El tendero replicó:
–Realmente no quieres comprar este perrito. Nunca va a poder correr, brincar ni jugar contigo como los otros cachorritos.
Al oír esto, el niño se agachó y se enrolló la pierna del pantalón para mostrar una pierna izquierda gravemente torcida, lisiada, sostenida por un gran aparato ortopédico de metal.
Miró al tendero y, suavemente, le respondió:
–Bueno, pues yo tampoco corro tan bien que digamos, y el cachorrito va a necesitar a alguien que lo entienda.
Es tan fácil dar amor y cariño y, siendo tan fácil, nos rehusamos a hacerlo.
Creemos que el dar amor es una niñería, un acto de seres inferiores y que dar amor es una muestra de las debilidades que la evolución no ha podido erradicar, ¡qué gran mentira!
Hace dos mil años, uno de los mejores seres humanos que habitó este planeta habló y curó con amor, todos hablamos a diario de él, evocamos incontablemente sus enseñanzas, lo hacemos modelo de nuestra familia, le rezamos a diario, lo llamamos maestro del amor y, sin embargo, aún no entendemos su mensaje ni practicamos sus enseñanzas, aún nos rebelamos a seguir sus pasos y a enarbolar el estándar del amor y de la entrega a favor de aquellos que nos necesitan; en fin, a favor de nosotros mismos ya que, aquel que da de su cosecha, aquel que se entrega en cuerpo y alma, solo puede recibir a lo largo de su vida un solo bien, alegría y felicidad.