EL BELLO CAMINO A LA INFANCIA (SEGUNDA PARTE)
Por Juan Manuel Zevallos Rodríguez. – Psiquiatra y Magister en Salud Mental del Niño Adolescente y  Familia.

HOY CONOCÍ EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA

La ventana de mi casa sigue en el mismo lugar donde ha estado tantos años y sentado en una silla, contemplando las nubes haciendo figuras en el cielo recuerdo una vieja historia.

“Un pequeño gusanito caminaba un día en dirección al sol. Muy cerca del camino se encontraba un grillito. «¿Hacia dónde te diriges?», le preguntó.

Sin dejar de caminar, la oruga contestó: «Tuve un sueño anoche, soñé que, desde la punta de la gran montaña, yo miraba todo el valle. Me gustó lo que vi en mi sueño y he decidido realizarlo».

Sorprendido, el grillito dijo mientras su amigo se alejaba: «¡Debes estar loco! ¿Cómo podrás llegar hasta aquel lugar? ¡Tú: una simple oruga! Una piedra será una montaña, un pequeño charco un mar, y cualquier tronco una barrera infranqueable».

Pero el gusanito ya estaba lejos y no lo escuchó. Sus diminutos pies no dejaron de moverse.

De pronto se oyó la voz de un escarabajo: «¿Hacia dónde te diriges con tanto empeño?».

Sudando ya el gusanito, le dijo jadeante: «Tuve un sueño y deseo realizarlo, subir a esa montaña y, desde ahí, contemplar todo nuestro mundo».

El escarabajo no pudo soportar la risa, soltó la carcajada y luego dijo: «Ni yo, con patas tan grandes, intentaría una empresa tan ambiciosa». Él se quedó en el suelo tumbado de la risa, mientras la oruga continuó su camino, habiendo avanzado ya unos cuantos centímetros.

Del mismo modo, la araña, el topo, la rana y la flor aconsejaron a nuestro amigo a desistir. «¡No lo lograrás jamás!», le decían, pero en su interior había un impulso que lo obligaba a seguir.

Ya agotado, sin fuerzas y a punto de morir, decidió pararse para descansar y construir con su último esfuerzo un lugar donde pernoctar. «Estar mejor», fue lo último que dijo y murió.

Todos los animales del valle, por días, fueron a mirar sus restos. Ahí estaba el animal más loco del pueblo. Había construido como su tumba un monumento a la insensatez. Ahí estaba un duro refugio, digno de uno que murió por querer realizar un sueño irrealizable.

Una mañana en la que el sol brillaba de una manera especial, todos los animales se congregaron en torno a aquello que se había convertido en una advertencia para los atrevidos; de pronto quedaron atónitos, aquella caparazón dura comenzó a quebrarse y, con asombro, vieron unos ojos y una antena que no podía ser la de la oruga que creían muerta.

Poco a poco, como para darles tiempo de reponerse del impacto, fueron saliendo las hermosas alas arco iris de aquel impresionante ser que tenían frente a ellos: una mariposa.

No hubo nada que decir, todos sabían lo que haría: se iría volando hasta la gran montaña y realizaría un sueño; el sueño por el que había vivido, por el que había muerto y por el que había vuelto a vivir. Todos se habían equivocado”.

Todos podemos volver a nacer, de una u otra forma, pero si no tenemos sueños, ¿de qué nos sirve dicho milagro? Probablemente de nada.

Cuando, caminando por los senderos de la vida, nos lleguemos a sentir mal debemos de parar nuestro andar, seguir deambulando probablemente pueda herir más nuestro alicaído cuerpo. Hay que detener los pasos. La vida no ha sido hecha siempre para avanzar. La vida no es una carrera interminable de potencia, es un viaje placentero y de recreación en el cual tan importante es el destino al cual llegaremos como el recorrido que transitemos. Cuando nos sintamos mal, paremos un momento nuestro caminar y pongámonos a contemplar lo bello del paisaje. Deleitémonos con la sonrisa de una niña, con las ocurrencias de un niño, con los juegos de las aves en los árboles, con los colores del cielo al atardecer, con la brisa del viento y con el palpitar del tiempo en nuestro corazón. La vida es bella, cuando éramos niños y no corríamos detrás de ella podíamos contemplar su bello rostro y éramos felices, cuando crecimos y empezamos a correr detrás de ella perdimos el sentido de la realidad y empezamos a sufrir. Nos hemos perdido de un espectáculo maravilloso a lo largo de tantos años y nos hemos alimentado de frustraciones y experiencias negativas sin sentido alguno que nos han hecho llorar.

Hace algunos años atrás, un ángel vestido de mujer, la Madre Teresa de Calcuta dijo, “los niños deben aprender a rezar y los padres deben rezar con ellos. Si es así, se logra mucho más fácilmente fortalecer nuestra fe. Hay que enseñar a los hijos que es una forma de evitar el sufrimiento”.

¿Cuándo fue la última vez que rezaste con tus hijos?

¿Cuándo fue la última vez que rezaste por el solo hecho de rezar y comunicarte con Dios?

¿Cuándo fue la última vez que te pusiste a llorar como un niño y pedir algo a Dios?

Quizá fue hace mucho tiempo, quizá fue solo ayer. Eso no es importante, lo fundamental de todos esos actos, es que aún tienes la capacidad de creer.

Esa es la esencia de un niño, creer, tener esperanza y fe. Si esas esencias de pronto alimentarán nuestras palabras y en base a ellas construyéramos obras de vida, ¡créelo, estarías volviendo a nacer!

Hermano del alma, de seguro que al leer estas páginas te estás volviendo a enamorar de la vida y de seguro estas pequeñas frases de fortaleza y amor por la existencia te animarán más:

“Felices los que saben reírse de sí mismos, porque nunca terminarán de divertirse. Felices los que saben distinguir una montaña de una piedrita, porque evitarán muchos inconvenientes. Felices los que saben descansar y dormir sin buscar excusas porque llegarán a ser sabios. Felices los que saben escuchar y callar, porque aprenderán cosas nuevas. Felices los que son suficientemente inteligentes, como para no tomarse en serio, porque serán apreciados por quienes los rodean. Felices los que están atentos a las necesidades de los demás, sin sentirse indispensables, porque serán distribuidores de alegría. Felices los que saben mirar con seriedad las pequeñas cosas y con tranquilidad las cosas grandes, porque irán lejos en la vida. Felices los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desprecio, porque su camino será pleno de sol. Felices los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar, porque no se turbarán por lo imprevisible. Felices ustedes si saben callar y ojalá sonreír cuando se les quita la palabra, se los contradice o cuando les pisan los pies, porque el Evangelio comienza a penetrar en su corazón.

Felices ustedes si son capaces de interpretar siempre con benevolencia las actitudes de los demás aún cuando las apariencias sean contrarias.  Pasarán por ingenuos: es el precio de la caridad. Felices, sobre todo, ustedes, si saben reconocer al Señor en todo lo que encuentran, entonces habrán hallado la paz y la verdadera sabiduría».

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