UN MILLÓN Y MEDIO DE JÓVENES
Por: Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa

Del 1 al 6 de agosto más de un millón y medio de jóvenes de los cinco continentes, incluidos unos 300 arequipeños, acompañados por varios cientos de obispos y miles de sacerdotes, religiosos y religiosas, se han reunido en Lisboa para celebrar la 38ª Jornada Mundial de la Juventud. Como durante varias décadas lo hizo San Juan Pablo II, que las instituyó, y después Benedicto XVI, ahora estas jornadas son presididas por el Papa Francisco. Son días de fiesta, oración, reflexión e intercambio de experiencias entre los jóvenes, celebrando nuestra fe católica y la comunión que Dios nos da en su Iglesia que es universal. A lo largo de esos días en Lisboa, el Papa Francisco ha ido guiando a los jóvenes hacia un renovado encuentro con Jesucristo y, a partir de ahí, los ha enviado a realizar la misión que les corresponde en la evangelización del mundo. Repasaré en forma sintética lo que les ha dicho el Papa, con el deseo de que pueda ayudar a aquellos jóvenes que no pudieron asistir, pero también a nosotros los adultos.

Empezando en la ceremonia de acogida, Francisco los ha llevado a contemplar el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús «que tanto abrió sus brazos para ser crucificado y morir por nosotros». Les ha recordado que ninguno es cristiano por casualidad sino porque ha sido llamado por el mismo Jesús que nos ama como somos, con nuestras virtudes y pecados, alegrías y problemas. Por eso, les dijo: «En la Iglesia hay lugar para todos…Jesús nunca cierra la puerta…Jesús recibe, Jesús acoge…Dios es Padre que nos quiere y nos ama». Del mismo modo, al día siguiente, durante la celebración del Via Crucis el mismo Papa continuó diciéndoles: «La cruz es el sentido más grande del amor más grande, ese amor con que Jesús quiere abrazar nuestra vida…cuando miramos al Crucificado, que es tan doloroso, una cosa tan dura, vemos la belleza del amor que da su vida por cada uno de nosotros».

Los dos últimos días, siempre a partir del amor de Dios, Francisco animó a los jóvenes a llevar la buena noticia del Evangelio a tanta gente que no conoce ese amor. En el Santuario de Fátima les dijo: «Jesús nos ama hasta tal punto de identificarse con nosotros, y nos pide que colaboremos con Él». Pocas horas después, en la tarde de ese sábado 5, los exhortó a que, así como otras personas les llevaron a ellos la alegría del Evangelio, «esa alegría que vino por esas raíces es la que nosotros tenemos que dar…también nosotros podemos ser, para los demás, raíces de alegría». Y si en algún momento sienten cansancio, tienen un fracaso o cometen algún error, incluso, grave: «¿Qué es lo que hay que hacer? Levantarse…Y cuando vemos a alguno – amigos nuestros que están caídos – ¿qué tenemos que hacer? Levantarlo». Así, antes de despedirse de ellos, en la Misa de clausura celebrada el domingo 6, el Papa invitó a los jóvenes a ser luz que ilumine a los demás, lo que es posible «cuando acogiendo a Jesús aprendemos a amar como Él…a hacer obras de amor», para lo cual los animó a escuchar a Jesús a través de su Palabra e ir adelante confiados en Él. «No tengan miedo», les dijo y, dándoles la bendición, los envió de regreso a sus casas y comunidades.

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