“Chinkanas del Cuzco”, de Enrique Zavala
Por: César Belan
Eran los finales de los 90’ yo viajaba sólo por primera vez a Cuzco. Siempre me había fascinado el pasear por esa maravillosa ciudad desde que al conocí, de niño, buenos años atrás. Sin embargo, en esa ocasión, mi admiración por su pasado y hermosa arquitectura se conjugaban con las ganas de diversión nocturna, de la que la ciudad también era famosa. La primera noche de nuestra estadía nos dirigimos a una conocida discoteca en el centro de la ciudad, de la que recuerdo, sobre todo, un hermoso muro inca que le servía de escenario. Si bien, nuestra intención era pasar un buen y relajado rato en esos primeros años de juventud, el peso de la historia y la cultura de aquella gran ciudad nunca pudo –ni puede– sustraerse del todo.
Así pues, luego de conocer y departir con algunos jóvenes y chicas oriundos de aquel lugar, entre copa y copa, conocí por primera vez la historia de la Chinkana. Recuerdo que era de madrugada y, atravesando las calles, vimos una oquedad en una pared de piedra bien pulimentada. Una muchacha, a fin de satisfacer nuestra curiosidad, contó la historia del laberinto subterráneo del Cuzco; de los muchachos perdidos y enloquecidos en su interior; del choclo de oro con el que salió el único afortunado de las incursiones a los túneles prehispánicos; y como ese camino bajo tierra –clausurado en esas fechas por razones de seguridad– partía de Sacsayhuaman hasta el Koricancha, atravesando subterráneamente los puntos neurálgicos y más emblemáticos de la urbe, y en cuyos pasadizos y grutas se encontraba el tesoro de los Incas.
Francamente, sin dejar de gozar con esas historias que tenían mucho de leyenda urbana –como las que se cuentas en Arequipa de Mónica la Condenada y de los tapados en enterrados en las crestas del Pichu Pichu– que siempre caen bien en una incursión nocturna, las concebí como meros cuentos que la tradición oral atesora por motivos de recreación o hasta por fines truculentos.
En las numerosas veces que he ido a Cuzco –a Dios, gracias– nunca he dejado de escuchar, por alguna u otra razón, ciertos relatos más sobre la Chinkana. Sin embargo, y como todo en esta vida, fue perdiendo paulatinamente el interés para mí, a la vez que los giros y versiones sobre su existencia se hacían cada vez más inverosímiles como “redituables” en boca de guías sin formación académica especializados en el “turismo esotérico” (guías que, por otra parte, deben ser causantes de gran parte del descalabro patrimonial de la ciudad, luego que fomentasen manosear compulsivamente a las magníficas rocas en busca de unos cuantos voltios de “energía mística”). Afortunadamente, hace unos días, llegó a mis manos un libro que desbarató mis creencias –o, mejor dicho, incredulidades– sobre el tema. Se trata de “Chinkanas del Cuzco”, texto escrito por el destacado periodista local Enrique Zavala, quien ya dedicara interesantes líneas sobre Juanita, la doncella del Ampato, en un libro aparecido hace unos años.
Con un estilo ágil y ameno, Zavala se interna en el laberinto de recuerdos, opiniones y rumores que existen sobre las Chinkanas del Cuzco. A manera de un reportaje periodístico, el comunicador arequipeño reconstruye la imagen del mito para acercarse a la realidad de la mano de antropólogos e historiadores; de cronistas y arqueólogos que han intentado descubrir los secretos de unos túneles que, supuestamente, recorren las profundidades del Cuzco. Es aquí donde vale la pena rescatar la conocida habilidad de Zavala como entrevistador, ya que el libro está estructurado, más que como una narración, como una amplia y plural entrevista; un poliedro de emociones, vivencias y opiniones desde donde emerge –a duras penas– la verdad detrás de la leyenda. Zavala se enfoca, más que en lo científico y técnico, en lo que verdaderamente importa: en las personas. No sólo su testimonio es el que acoge y proyecta de una manera empática y respetuosa (en las antípodas de los periodistas/entrevistadores nacionales, quienes se han educado en la academia de la vejación y maltrato sistemático a sus contertulios, haciendo fiel reflejo de la vil clase política a la que pretenden censurar con moralina vergonzosa). Zavala, en su texto, “sacrifica” y paradójicamente a la vez potencia el tema central del libro –la Chinkana– para poner el reflector sobre sus interlocutores, iluminando también parte de su historia para hacer más visible la de la ciudad imperial.
“Chinkanas del Cuzco”, luego, no sólo trata de ruinas y patrimonio que espera ser descubierto. Es un libro que, fundamentalmente, retrata una búsqueda como sinfonía a muchas voces, en la que los interlocutores son importantes. En su obra se muestran valiosas tanto las galerías ancestrales subterráneas de los Incas, como los recuerdos de los amigos, el esfuerzo de los académicos y el sentir y decir popular sobre algo que, si aún no existiese, ya tendría suficiente entidad para ser admirado sólo por el hecho de tener un lugar en la memoria.
Finalmente, “Chinkanas del Cuzco” es un libro muy recomendable, por lo provechoso, informativo y divertido que resulta. En el cruce de caminos de la crónica, el informe científico y la novela policial, su ágil lectura hace la lectura del público especializado o lego. Constituye, luego, un ejercicio de escritura digno de emular y de difundirse al estar a caballo entre los trabajos netamente académicos –y, por lo tanto, sólo aptos para iniciados– y los de “divulgación”, que en su mayoría repiten sólo tópicos consabidos y mentirosos de nuestra historia, y que a la vez parecen apéndices mediocres de un manual escolar. El libro de Enrique Zavala se presentó en la Feria Internacional del Libro de Arequipa (FIL) el lunes 25 de setiembre a las 18:00 hs. Agradecemos, pues, su publicación y a Zavala por emprender esta aventura en los entresijos de una historia sin resolver. Esperamos leer más títulos similares, ya que, al parecer, si queremos que alguien cuente una historia sobre la Historia, es mejor que sea Zavala el que lo haga.