La mejor biblioteca municipal del mundo
Por Fátima Carrasco Cateriano

El contenido

En agosto de este año la biblioteca municipal barcelonesa Gabriel García Márquez del distrito de Sant Martí recibió el premio a la mejor biblioteca pública del mundo de 2023 otorgado por la IFLA (Federación Internacional de Asociaciones e Instituciones Bibliotecarias).

El (¿magno?) evento tuvo lugar en Rotterdam y quedaron finalistas (¿Lo importante es participar, no ganar?) bibliotecas australianas, chinas y eslovenas.

Como lógica y previsible consecuencia de tan distinguido galardón las fuerzas vivas

(¿o fuerzas leídas?) locales se hallan aquejadas de una intempestiva e imperiosa necesidad de acudir a ese templo del saber (¿receptáculo de conocimientos?).

A diario, alrededor de mil visitantes recorren los cuatro mil metros cuadrados del edificio con forma de libros apilados, situado acasito nomás, como dirían nuestros connacionales.

Llego un poco antes del horario de apertura y veo a unas cuarenta personas de toda edad y condición esperando.

Recorro el interior del edificio —luminoso, con cierto aire a sala de estar escandinava— que huele a madera. Todas las hamacas, puffs, sillones y/o butacas están ya ocupados por individuos que se toman al pie de la letra eso de «ponte cómodo».

Me asaltan las dudas:

  • ¿Será tanta madera inmune a las termitas?
  • ¿Habrá lista de espera para usar las hamacas?
  • ¿Se tumbarán los lectores en las alfombras, puestos a ponerse cómodos?
  • ¿Son las escaleras de vidrio obra de un voyeur?
  • ¿Se habrá quejado ya alguna usuaria feminista?
  • ¿Soy la única que deplora llevar falda en esta ocasión?
  • ¿Seré yo el último mamífero?
  • Y la más acuciante de todas:
  • ¡¿Dónde diablos estarán los mingitorios?!

Veo a los bibliotecarios atendiendo a la marabunta lectora con su proverbial gentileza y dedicación (Me consta incluso que tienen la santa paciencia de contestar correos electrónicos y mensajes de toda clase de ilustres desconocidos solícita y rápidamente, en plena apoteosis. ¿Hay galardones para ellos? ¿Bonificación salarial extraordinaria? ¿Placa conmemorativa? ¿Mención honrosa?)

Localizo in extremis —camuflado tras una puerta blanca con aire de “2001: Odisea del espacio”— el mingitorio, y solventado el trance por exceso hídrico, me abro paso entre tanto repentino lector (¿moscas?) para inspeccionar los libros (¿miel?).

 Las estanterías son demasiado bajas. Arrodillada (sólo me falta besar tan sagrado suelo, como el Sumo Pontífice) y tras una hora curioseando, llego a las siguientes conclusiones:

a) Las estanterías son para enanitos.

b) Los bibliotecarios necesitarán rodilleras acolchadas y linimento para las articulaciones.

c) Hay sobredosis de autores plastas argentinos y mexicanos.

Aunque el fondo bibliográfico especializado en literatura castellanoamericana —por así decirlo— está repartido en la Red de bibliotecas municipales de toda la ciudad.

Vi todas las obras de Vargas Llosa, “Silvio en el rosedal”, “Antonio, vuelve a casa” (¿título? ¿rogativa? de Iván Thays). El vallejiano “Ser poeta” hasta el punto de dejar de serlo: pensamientos, apuntes, esbozos.

Algo de Bryce Echenique, más de Santiago Roncagliolo, todo de Jorge Eduardo Benavides. Apenas dos obras de Manuel Scorza.

Brillan por su ausencia Edgardo Rivera Martínez, Antonio Gálvez Ronceros, Luis Loayza —no habidos en todo el Catálogo Aladí.

El continente

El ensalzado y excesivo Gabriel García Márquez vivió en Barcelona entre mil novecientos sesenta y siete y mil novecientos setenta y cinco —vecino ruidoso y jaranista de la calle Caponata.

La biblioteca se ha edificado en tres mil metros de terreno cedido por el cuartel de la Policía Nacional, de infausto recuerdo para los librepensadores locales. Aún permanecen unas reducidas dependencias policiales a espaldas de la biblioteca (Es la cruz de la cara cultural de la zona).

Allí mismo, durante el franquismo, fueron muchos los recluidos en los siniestros sótanos.

Entre 1985 y 2006 el edificio fue convertido en Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE).

Todos los foráneos temíamos ser recluidos allí.

En enero de 2004 Gabriela Rodríguez comisionada de Derechos Humanos de la ONU, denunció el CIE, calificándolo de antigua prisión. En abril de ese año, veintidós reclusos colombianos, ecuatorianos y chilenos hicieron huelga de hambre en protesta por las pésimas condiciones del mismo.

En 2006 el Centro de Internamiento de Extranjeros se trasladó a otra zona de la ciudad.

En marzo de 2009 parte del cuartel policial fue derribado. Se anunció la construcción de una biblioteca presupuestada en 9,3 millones de euros. (9,6 millones de euros en enero de 2019).

El precio final de la Opus Magna ha sido de 11,4 millones de euros.

¿Habrá venido o vendrá alguna vez una amiga colombiana detenida en el CIE de entonces?

Un lugar para no volver, para unos.

Un lugar al que siempre acudir, para otros.

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