Crecer para que todo siga igual
Por: Christian Capuñay Reátegui

En momentos específicos de su agitada historia, el Perú tuvo oportunidades formidables para progresar. Una de ellas fue la época del apogeo del guano, aquel fertilizante natural muy estimado por las potencias del siglo XIX porque incrementaba la productividad del campo. En la práctica, el país concentraba el monopolio mundial de dicho abono y su exportación nos proveyó de abundantes recursos. El guano fue la principal fuente de ingresos fiscales y bien pudimos emplear esa riqueza en sentar las bases de un progreso independiente de la explotación de recursos naturales. Pudimos crear industria, fundar universidades, progresar. Pero no lo hicimos. La clase dirigente de la época invirtió mal en ferrocarriles, desperdició la bonanza en gastos injustificados y a la postre terminamos en bancarrota.

Algunos economistas e historiadores consideran que el boom de los metales es un momento similar al del auge del guano. Entre el 2001 y el 2011 el Perú fue favorecido por el alto precio internacional de commodities, como el cobre, que países desarrollados requerían para sus boyantes industrias. Nuestras exportaciones de metales crecieron y generaron un superávit fiscal inédito en las décadas anteriores, así como una expansión del producto bruto interno de 8% durante varios años.

¿Qué cambió tras el boom de los metales? Los representantes de los gobiernos que administraron el país durante ese periodo citan algunas obras de infraestructura como ejemplos de que dicha bonanza se tradujo en avances. Sin embargo, hemos sido nuevamente incapaces de emplear la riqueza como base para un desarrollo sostenido. Concluyó el super ciclo de las materias primas y nuestro crecimiento retornó a tasas insuficientes para generar progreso ni solucionar problemas como el de la baja calidad de la educación y la salud pública. Si hubiéramos aprovechado esta prosperidad la pandemia del covid-19 no nos habría hecho tanto daño y, tal vez, Hernando Guerra García y tantos otros peruanos anónimos no hubieran muerto por falta de atención médica.

¿Por qué no hemos sido capaces de aprovechar momentos como los reseñados? Puede haber varias respuestas, pero un punto para considerar es que carecemos de una clase dirigente capaz de llevar a cabo reformas que contribuyan a independizar nuestro desarrollo de factores exógenos. En la actualidad, el consenso es que no es posible el desarrollo si es que no se invierte en investigación, innovación y en tecnología. Pero quienes tienen la responsabilidad de emprender cambios en esos ámbito son los políticos. Si eso es cierto, estaríamos condenados porque tenemos una clase dirigente abocada a obtener irrelevantes cuotas de poder, así como a desmontar cada una de las reformas diseñadas para incentivar nuestro desarrollo.

Así, carecen de sentido las versiones respecto a que el Perú es uno de los países que más crece en la región. ¿De qué nos sirve tal crecimiento si nada va a cambiar?

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