El Antiguo Testamento y la vida en sociedad
P. Luis Andrés Carpio Sardón

“He visto la humillación de mi pueblo en Egipto, y he oído sus quejas cuando lo maltrataban sus mayordomos. Me he fijado en sus sufrimientos, y he bajado, para librarlo del poder de los egipcios” (Ex 3, 7-8).

Es interesante leer estas palabras de la Biblia, que nos cuentan en qué se fija Dios cuando nos ve y, principalmente, cómo es Él.

Según la cita, Dios se fija en cómo estamos: si estamos contentos o, como es el caso de la cita, si estamos tristes porque estemos siendo humillados; si reímos de alegría o si nos quejamos de algún dolor o malestar: Dios nos escucha siempre, también. Y, lo que es más asombroso, Dios reacciona y actúa según lo que ve y oye de nosotros.

En ese sentido, Dios se nos muestra como “Alguien”, no como “algo”. Él es una Persona (mejor dicho, Tres Personas), uno como nosotros, que siente, se da cuenta, se alegra, se ilusiona o se preocupa y se entristece.

Dios, además, nos quiere y, por eso mismo, se interesa y se afecta por cómo estamos y por cómo nos está yendo.

Siendo así Dios, según su propia revelación, recogida en la Biblia, podemos dar un paso y fijarnos en qué ha enseñado Dios sobre nuestra convivencia en sociedad.

Los Diez Mandamientos son especialmente iluminadores sobre los deberes fundamentales que tenemos como personas y, especialmente, en relación a los demás. Como contraparte, podemos deducir de ellos también cuáles son los derechos fundamentales de la persona humana.

El Antiguo Testamento es una constante llamada a que profundicemos en los Mandamientos para que se vayan difundiendo las actitudes que contienen, de modo que surjan la justicia y la solidaridad entre todas las personas.

Así se sientan las bases de la Doctrina Social de la Iglesia: que, como hemos dicho, se funda sobre las virtudes de la caridad (amar a Dios y al prójimo) y de la justicia (dar a cada uno lo que le pertenece).

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