MES DE LOS MILAGROS
Por: Javier Del Río AlbaArzobispo de Arequipa

En el mes de octubre, millones de peruanos por todo el mundo volvemos nuestros ojos a la imagen del Señor de los Milagros, que nos recuerda que «tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna; porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él» (Jn 3,16-17). El amor de Dios hacia los hombres es tan grande que, en lugar de abandonarnos en nuestros pecados, Él mismo se hizo hombre no sólo para liberarnos del poder del pecado que engendra la muerte, sino también para reconciliarnos con Él y, por obra del Espíritu Santo, hacernos partícipes de su propia vida divina. Contemplar este amor, como la Virgen María y el joven apóstol san Juan bajo la Cruz, nos lleva a creer en todo aquello que Dios nos reveló a través de Jesucristo y, por tanto, nos lleva a la conversión que consiste en acogernos a la obra que Dios quiere realizar en nosotros y, a través nuestro, a favor de los demás.

Como el mismo Jesús dijo: «nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Ese es el amor que Dios nos tiene y por el cual no se ha quedado indiferente ante la desgracia del hombre expulsado del Paraíso, sino que ha querido salir a nuestro encuentro. Como profesamos en el Credo, Jesús bajó del Cielo «por nosotros los hombres y por nuestra salvación». Es decir, Dios no se ha quedado encerrado en la perfección y gozo sin fin de su vida divina, una vida plena, sin problemas ni sufrimientos, sino que se ha hecho hombre, con todas las limitaciones que esto conlleva, para cargar con las consecuencias de nuestros pecados y darnos a cambio la vida eterna. Derramando su sangre por nosotros, Jesús nos revela que Dios no se ha quedado y no se quedará nunca indiferente ante el sufrimiento humano. Dios ama a todos los hombres, nos ama a cada uno de nosotros, independientemente de la situación en la que nos encontremos, independientemente de que nosotros le amemos o le rechacemos. Aun si nosotros nos olvidamos de Dios, Él nunca se olvida de nosotros.

En tiempos como el nuestro, en el que tanta gente vive como si Dios no existiera, es importante que los cristianos les recordemos que ellos sí existen para Dios y que, en Jesucristo, Él se inclina cada día hacia nosotros porque quiere caminar con nosotros en la historia de este mundo, con todas sus vicisitudes, con las alegrías pero también con los sufrimientos y desilusiones por los que a todos nos toca pasar en algún momento de nuestra vida. Es fundamental que, a través de nuestras palabras y acciones, los cristianos hagamos presente a Dios en medio de la sociedad. Como varias veces lo pidió el Papa Benedicto XVI y ahora lo hace el Papa Francisco, no es bueno para el hombre expulsar a Dios de la sociedad o encarcelarlo en la esfera de lo privado. Dios existe y desea ayudarnos a todos, ayudar a la sociedad. En un país cada vez más dividido por conflictos de diverso tipo, resulta urgente devolverle a Dios el lugar que le corresponde entre nosotros, para que reconstruya esos puentes que nos permitan vivir en comunión unos con otros. Pidámosle este milagro al Cristo Moreno.

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