En el “Arequipazo” soldados y civiles se unieron por la paz
Por Carlos Meneses Cornejo.

Esta nota es escrita como testimonio de lo que pasó en el año 2002 cuando el Frente Amplio Cívico de Arequipa rechazó las pretensiones del entonces presidente Alejandro Toledo, quien faltó a la verdad al ofrecer que no convertiría en empresas privadas aquellas que servían bien a Arequipa como proveedoras de servicios esenciales de abastecimiento de energía y luz eléctrica y de agua potable.

Arequipa protestó contra la mentira de Alejandro Toledo y un militar aquí nacido defendió el no disparar contra el pueblo.

La labor del Frente Amplio se inició el 26 de abril con una demanda de acción amparo que fue admitida por el Poder Judicial. Arequipa, hasta entonces, había logrado obtener de labios de Toledo, como candidato y después como presidente, promesa de que no privatizaría EGASA, tampoco la SEAL y que defendería a la Corporación de Saneamiento que remplazó al municipio en la dotación de agua potable a los hogares y que con un préstamo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el primero concedido por esa organización internacional garantizó la creación de la empresa llamada Corporación de Saneamiento que presidía la Junta de Rehabilitación y era integrada por la junta de obras públicas y la municipalidad para dar agua potable que escaseaba en Arequipa.

La primera reacción del gobierno de Toledo fue intentar dividir a la comunidad arequipeña, en un lado estaban quienes creían que EGASA, la última empresa importante del país que estaba en manos estatales no fuera vendida a una empresa belga de nombre Tractebel, contrariando el decir de Toledo.

En el diario Arequipa al Día que dirigía el autor de esta nota se tomó una decisión única en la historia del periodismo nacional, cuando su director convenció al presidente de la empresa editora de realizar una consulta entre su personal de periodistas, empleados y obreros para decidir si se apoyaba o no el afán del gobierno. La propuesta fue respaldada por el presidente de la editorial, ingeniero Enrique Mendoza Núñez y sus principales accionistas.

La votación favoreció el mantener a EGASA como empresa ligada a Arequipa y dependiente en su manejo de quienes habían demostrado eficiencia creando las centrales I, II, III, IV, V y VI de Charcani.

Mientras los alcaldes se alinearon a lado del titular provincial, Juan Manuel Guillén Benavides y anunciaron que harían una huelga de hambre para respaldar sus pretensiones y en contra de Toledo. El texto del contrato de venta fue destruido por un parlamentario y senador por Arequipa, en el local donde se realizaba la ceremonia.  Entretanto en la calle ya habían muerto 2 ciudadanos que cruzaban la Plaza de Armas y eran ajenos a las protestas.

Las campanas de la Catedral llamaron al pueblo y los gritos de “Arequipa revolución” y “Arequipa dignidad” se escuchaban por todas partes. Los burgomaestres conversaban con los civiles protestantes y las barricadas comenzaron a ser levantadas para detener una posible intervención de la Fuerza Armada.

Quien era el comandante general de la Tercera División de Arequipa era un arequipeño de nacimiento, el apellido Gómez de la Torre señalaba que su casa de origen estaba en la calle Santo Domingo, al costado del entonces cine Real.

El gobierno bloqueado por las manifestaciones mediante el Decreto Supremo 052-2002-PCM, publicado en el diario oficial El Peruano de la ciudad de Lima, establecía el estado de emergencia por 30 días, el 16 de junio. Entregando la jefatura político militar al citado militar Óscar Gómez de la Torre Ovalle para restablecer el orden, la seguridad y la tranquilidad pública. Es que se habían producido ya algunos excesos de violencia en las calles, como la intervención popular en el casino militar que quedaba en la calle Mercaderes.

Todos los días que siguieron al 16, los cacerolazos se tocaban a las horas coincidiendo con El Ángelus, es decir al mediodía y a las 6 de la tarde.

Los huelguistas no se detenían en su accionar y en la base aérea de La Joya se reunieron con el general Gómez de la Torre, los entonces titulares de ministerios de Defensa, Aurelio Loret de Mola y el ministro del Interior, que acaba de ser reconocido como sucesor del fallecido Hernando Guerra García, Fernando Rospigliosi.

En tal ocasión, los ministros citados conminaron al jefe de la Tercera División de Arequipa restablecer el orden, la tranquilidad y la seguridad colectiva utilizando las armas si era necesario.

Gómez de la Torre, respondió con energía la demanda, dijo que de acuerdo con las facultades del estado de emergencia él tenía que decidir lo más conveniente para cumplir su función y ordenó a los soldados que nadie hiciera uso de las armas excepto en el caso que el soldado fuera atacado con armamento similar al pie de la tanqueta con la que se resguarda el orden.

Nadie incumplió el mandato y no hubo un muerto más en Arequipa por culpa del mentiroso de Toledo, hasta que el gobierno encuentra una solución y designa una comisión de alto nivel cuya presidencia fue confiada a monseñor Fernando Vargas Ruiz de Somocurcio, arzobispo que había sido hasta los 78 años prelado máximo y muy querido en Arequipa.

El vicepresidente designado fue Raúl Diez Canseco, hombre de confianza de Toledo, quien, al poner los pies en Arequipa, luego de llegar en avión desde Lima, me confió que la única solución que él veía en el horizonte era no tocar EGASA.

En la mañana de aquel día 18 me entrevisté a las 07:00 horas con el alcalde provincial, amigo de antes, para pedirle que se animara a comer rompiendo la huelga de hambre para que estuviera en condiciones de igualdad con quienes venían de Lima a dialogar con alcaldes que estaban sin alimentarse por días consecutivos.

Guillen rechazó mi propuesta y me dijo que tenía miedo de que incluso su hija, entonces menor de edad, le echara en cara que le había mentido. Salí de la municipalidad a los 5 minutos de haber entrado. Pero lo que yo temía ocurrió poco antes de las 10 de la mañana, Guillén izaba la bandera de Arequipa en la Plaza de Armas y cayó desmayado.

No hubo acuerdo en el primer día de reuniones que se realizaron en el colegio de San José, camino a Tingo, donde los sacerdotes jesuitas albergaron a los grupos dialogantes.

Aparte de monseñor Vargas y de Diez Canseco estaban los ministros de Defensa, Aurelio Loret de Mola, el de Educación, Nicolás Lynch, el de Salud, Fernando Carbone, el de Relaciones Exteriores, Diego García Sayán, el padre Gastón Garatea, miembro de la Comisión de la Verdad y el exdefensor del Pueblo y arequipeño, Jorge Santistevan.

Las conversaciones duraron 19 horas en total y al final el gobierno de Toledo pidió disculpas por las agresiones verbales de sus ministros. Arequipa se había hecho respetar, el festejo era general y en la Plaza de Armas se bailaba el carnaval y se entonaba el himno de Arequipa.

Allí estaba este escriba, de pronto una mujer salió de un grupo llegado del distrito de Hunter, vestía una pollera multicolor, se me acercó abriéndome los brazos y besándome en una mejilla me llamó “hermano” y, categóricamente, me dijo “hemos ganado”. Yo no pude menos que besarle la frente y a partir de ahí sentí que los arequipeños no sólo son los nacidos aquí, como yo; sino también los venidos a compartir nuestro cielo azul, nuestra historia y nuestro espíritu volcánico y libertario.

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