Darwinismo universitario
Por: Rubén Quiroz Ávila

Las universidades peruanas y su complicada carrera por tener posiciones expectantes tienen varios riesgos para el propio sistema educativo.

Una de esas situaciones es que la última ley universitaria –a la que casi cien universidades sobrevivieron, siendo eliminadas del mercado un tercio, como un darwinismo premeditado y fallido– hizo que la oferta se concentre en las universidades privadas, que aprovecharon la existencia de una población desatendida, pues las públicas están envueltas permanentemente en sus luchas de poder interno y no aumentan sus vacantes de ingreso.

Es decir, a pesar del incremento del segmento en la edad de jóvenes para alcanzar estudios universitarios y que la pobreza se ha extendido, el circuito de universidades públicas no ha respondido a la velocidad de la exigencia. Por lo tanto, estos segmentos o están siendo absorbidos por las instituciones privadas o, lo más terrible, se quedan sin acceder a estudios superiores.

A la par, la estrategia para ubicarse en el primer pelotón de las universidades que están en el décimo superior de la mayoría de los rankings es muy parecida. Apuestan por enfocar sus tácticas en aquellos criterios que les dan mayores resultados en el tiempo más corto posible. Esto es muy racional, pero supone una convicción de sus altas direcciones y un equipo sumamente capacitado para llevar a cabo ello, se entiende, además, con los recursos suficientes para que suceda lo planificado. Sin embargo, este modelo trae una paradoja inherente: el 90 por ciento restante y, es más notorio en los quintiles inferiores, están muy lejos de ciertos vectores básicos de medición validada a nivel global. Entonces, coexisten en nuestro sistema de educación universitaria un grupo importante de instituciones que están lejos de criterios acreditados o reconocibles como factores de educación de calidad. A pesar de estar licenciadas por el organismo gubernamental respectivo, el seguimiento de que hayan avanzado más allá de las condiciones mínimas de existencia como universidades se va interesadamente diluyendo y, ante una normativa laxa, los sistemas de control se han relajado hasta la complicidad.

Mientras en el nivel superior de la lista hay una lucha incansable por los primeros puestos, incluso, en algunos, con una lógica comercial y de propaganda, en lo que resta del grupo de universidades, una mayoría, hay una preocupante situación en la que la educación que se brinda está en una zona incierta y sin validaciones rigurosas y, ello, nos debe llamar profundamente la atención. Al estar fuera del foco de los reflectores mediáticos y los rankings, poco se sabe de lo que están haciendo en educación. Y si no hay mediciones, o, simplemente, a nadie le importa, entonces, tenemos un problema.

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