ENCUENTRO DE DOS MUNDOS: Perú, país mestizo
Por Cecilia Bákula – El Montonero

El 12 de octubre, como cada año, hemos recordado un hecho histórico, de innegable importancia, el descubrimiento de América y el encuentro de dos mundos. Hace ya varios años que esta fecha enciende, innecesariamente, discursos disonantes respecto a lo innegable. Nuestro continente recibió y dio, y ello generó lo que ellos y nosotros somos: sociedades mestizas que hemos aprendido en el intercambio. No dudo que en el proceso pudo y de hecho hubo excesos de parte y parte, pero intentar negar la historia o convertir la narración de la misma en una versión distorsionada en nada ayuda a que nuestros pueblos encuentren en sus raíces y en su futuro la simiente de su propio destino.

Es en estas circunstancias cuando conviene recordar la equilibrada opinión de un sabio, como lo fue el doctor José Antonio del Busto. Pocos como él supieron conocer, entender y explicar el proceso de la conquista española haciendo hincapié siempre, en la distinción superior del Perú, de este gran territorio y virreinato español en América del Sur. Del Busto señalaba, refiriéndose, sin duda a quienes rechazaban o no comprendían la importancia de este proceso de mestizaje iniciado en 1492:

Les cuesta asimilar la idea de la conquista porque no han resuelto su problema personal, siguen en crisis. Se trata de entender que no somos vencidos ni vencedores sino descendientes de los vencedores y de los vencidos. Somos peruanos antes que blancos o indígenas, somos mestizos… La corriente peruanista une; las otras corrientes desunen. Y lo que queremos es la grandeza de todo el Perú, no el predominio de un sector de sus habitantes.

Hoy en día es del todo anacrónico insistir en desconocer la importancia de ese encuentro y dejar de valorar, desde el punto de vista nuestro, de América, los aportes que nuestro suelo, nuestra historia y cultura brindó al entonces lejano mundo europeo. Ellos quedaron deslumbrados por nuestra riqueza, naturaleza, habilidad, geografía, agricultura, capacidad para dominar el severo entorno, la riquísima producción agrícola, la calidad de los tubérculos, la lana, el algodón, el exquisito y eficiente diseño del Qapaq Ñan, el trabajo de la piedra megalítica, las construcciones en perfecta armonía y el respeto con el medio ambiente, el avanzado conocimiento del sistema solar, el profundo culto religioso, el sistema de andenería, la capacidad de manejo del agua, la habilidad en la orfebrería, la belleza sonora y simbólica del runasimi, así como el ordenamiento administrativo y militar. Son solo algunos elementos que, sin duda, cautivaron y sorprendieron a quienes entraron en contacto con nuestros antepasados, allá por 1532, sabiendo que aquello era tan solo la consecuencia de siglos de preciosa y sabia tradición que los Incas incorporaron a su corto gobierno en los Andes centrales.

Pienso, entonces, que las leyendas negras que se han construido y difundido como verdad absoluta sobre la conquista, han destacado tan solo lo relativo a la explotación, la violencia y la destrucción cultural, que sin duda hubo, sin poner el énfasis necesario en aspectos que podrían y de hecho pueden hacer ver ese impacto, ese choque, ese enfrentamiento, como un momento en donde los nuestros, mostraron mucho de dignidad, de altura, de estirpe, así como de traición, vileza y debilidad. Hoy, descubrimos aspectos relativamente nuevos en las personalidades de figuras como Atahualpa y Pizarro y ello serviría para comprender mejor esa historia que a muchos atormenta.

Narrar el pasado tan equivocadamente no ha significado elevar en nada la autoestima del peruano; muy por el contrario se ha incrementado una desazón y no poco desasosiego porque se va contando una historia en donde pareciera que sus antepasados no hicieron gran cosa, no habían tenido logro alguno y fueron fácilmente sometidos por el susto de la pólvora, el relucir de las armaduras y el brío de los caballo. Qué lejos está esa empequeñecedora narración de la verdad; el imperio incaico estaba ya en un momento de grave crisis por la división entre los herederos y la presencia de un pequeño grupo de soldados, mucho menos ilustrados, solo fue el golpe de gracia.

No podemos seguir añorando lo que no fue; es necesario, por ejemplo, recalcar que una vez que España toma conciencia de la realidad que se encuentra en estos territorios, ordena la custodia de los naturales, el respeto incondicional a ellos; que el papa Alejandro VI, en 1493, es decir, al año siguiente del descubrimiento, suscribe la Bula “Inter caetera” mediante la cual, más allá de los elementos jurídicos respecto a las posesiones que se otorga al rey de España, señala claramente la obligación de respetar a toda persona “de cualquier dignidad, incluso imperial o real”, asumiendo que en los nuevos territorios, habría jerarquías. Del mismo modo en 1542, las denominadas Leyes Nuevas, establecieron los derechos y las pautas a seguir.

No puedo negar los excesos, la barbarie que pudo haber existido; quiero resaltar el hecho de que la historia es la realidad vivida y no la interpretación de lo que fue y la narración de lo que quisiéramos que hubiera sucedido o el entendimiento de lo que queremos que se entienda.

Que hubo (y las hay) autoridades despiadadas, incongruentes y déspotas, no lo dudo pero que hubo también el reconocimiento de la corona de España por la dignidad de los naturales, de las normas de su protección; del aporte de los misioneros a ese respecto y, si hay algo que no se nos cuenta, es que el propio rey de España reconoció la jerarquía local y las crónicas y la iconografía dan muestra extraordinaria de esos detalles.

Dejar de reconocer nuestra valía, el aporte inmenso de América al mundo no ayuda en nada a que el hombre del Perú y de América eleve su autoestima y se vea con orgullo en una historia en donde él es parte no solo del dolor, sino del éxito de ser hacedor de una cultura milenaria que, en tanto no se reconozca y valore hoy, seguirá siendo tan maltratada y destruida, como se critica que se hizo hace 500 años.

Negar el mestizaje es como negar la luz del sol y es mejor sabernos ricos en esa unión y ricos en cultura milenaria en vez de repetir una leyenda negra que nos conduce a un callejón sin salida que al final, no nos permite encontrarnos en nuestra historia con la dignidad que nos pertenece, con el derecho a sentirnos propietarios y hacedores de éxitos y a veces de fracasos porque los éxitos se pueden celebrar y de los fracasos se debe aprender, pero nunca se construye identidad ocultando o tergiversando la realidad.

La historia es una y es hermosa cuando se lee con claridad. El nuestro es un país de grandes logros y de un futuro extraordinario; es un país mestizo y ese mestizaje, rico en variedad y diversidad, debe implicar confluencia y unidad y jamás dispersión y en ese sentido, todos somos peruanistas.

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