LA MISIÓN DE LA IGLESIA
Por: Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa

En su mensaje para la 97ª Jornada Mundial de las Misiones, que celebramos este domingo, el Papa Francisco nos dice que «hoy más que nunca, la humanidad herida por tantas injusticias, divisiones y guerras, necesita la Buena Nueva de la paz y la salvación en Cristo»; y nos recuerda que todos tienen el derecho de recibir el Evangelio y los cristianos el deber de anunciarlo. «No podemos guardar para nosotros el amor…Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él», escribió hace unos años el Papa Benedicto XVI (SC 84), y san Pablo VI escribió también que la Iglesia «existe para evangelizar» (EN 14). En efecto, Jesucristo no ha fundado la Iglesia como un fin en sí misma, sino como un medio para continuar la obra de salvación instaurada por el mismo Dios a favor del mundo. La misión de la Iglesia es llevar al Señor al encuentro de la humanidad y llevar a la humanidad al encuentro del Señor, y esto es fundamental porque «quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento» (Francisco, EG 1).

Hay mucho sufrimiento en el mundo. Mucha gente, aun sin darse cuenta, ha perdido el verdadero sentido de la vida y se encuentra atrapada en las redes de un mundo que va cada vez más aprisa pero sin saber a dónde. No pocos creen que la felicidad está en los bienes materiales, en hacer su propia voluntad, darse al placer sin límites, buscar la fama o el éxito a cualquier costo; y en esa carrera causan mucha destrucción. Se destruye amistades, hogares, sociedades y naciones…y se destruye el planeta, nuestra “casa común”. Dios no es indiferente ante esta situación. Por el contrario, como Él mismo nos lo dice a través del profeta: «no me complazco en la muerte del pecador sino en que el pecador se convierta y viva» (Ez 33,11). Aun más, como dijo el obispo san Ireneo, «la gloria de Dios es que el hombre viva y la vida del hombre consiste en la visión de Dios». Por eso, desde el inicio de la historia Dios ha ido al encuentro del hombre. Lo hizo con nuestros primeros padres en el Paraíso y lo siguió haciendo después de que pecaron: buscó a Caín pese a que había matado a su hermano Abel, buscó a Abraham, a Moisés y al pueblo de Israel. Llegada la plenitud de los tiempos vino a buscarnos a todos a través de su hijo Jesús de Nazaret y, al ascender este al Cielo, quiere seguir buscando a todos a través de su Cuerpo que es la Iglesia (LG 8).

Mucha gente no conoce el amor de Dios y necesita que nosotros, los cristianos, se lo anunciemos con nuestras palabras y lo hagamos creíble con nuestra vida. Para ello, nos dice el Papa en el mensaje que estamos comentando, es menester que, en primer lugar nosotros mismos, «dejemos que Él encienda nuestro corazón, nos ilumine y nos transforme» a través de la escucha de su Palabra y de la oración, «de modo que podamos anunciar al mundo su misterio de salvación con la fuerza y la sabiduría que vienen de su Espíritu»; y necesitamos también, nos sigue diciendo Francisco, alimentarnos de la Eucaristía para ser, como Jesús y en Él, gracias a la acción del Espíritu Santo, «pan partido para el mundo», empezando por el hogar, la familia, y desde ahí el barrio, el centro de estudios o de trabajo y la sociedad entera.

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