El “beso de la discordia” y el deterioro del espacio público
Por: Alejandro Estenos Loayza – Profesor de la UCSP

Hace unos días, me tomaba un refresco con unos colegas en el cafetín de mi universidad. Mientras charlábamos, notaba que una pareja de jóvenes estudiantes, sentados en una mesa contigua y con celular en mano, subían el tono de su conversación hasta hacerla audible a gran parte del salón.

Discutían sobre el llamado “beso de la discordia” propiciado por el presidente de la Federación Española de Fútbol a la jugadora Jenny Hermoso, en el marco de la premiación del mundial femenino. Este hecho, que ha sido un trending topic en las redes, enfrentaba las opiniones de aquellos jóvenes en cuanto a la veracidad, la gravedad y la trascendencia del incidente generado.

Después de dedicarle algunos minutos de atención a la cháchara juvenil, uno de mis colegas, algo fastidiado y contrariado, soltó sarcásticos comentarios aludiendo a la indecorosa conducta del presidente Rubiales, para luego sentenciar: “…pero lo de siempre, ya se montó el circo romano; lo que importa ahora es que haya sangre y diversión”. Me quedé un poco extrañado por el agrio tono del aserto y me disponía a inquirir por ello, pero sabe Dios qué cosa inesperada nos llevó a cambiar de tema.

Sin embargo, en los siguientes días no pude dejar de darle vueltas a la frase de mi colega. Me preguntaba sobre su pertinencia para caracterizar la actual transformación que está experimentado el espacio público de nuestra sociedad, y si la figura del “circo romano” no era tal vez un tanto excesiva para hacerlo.

Después de todo, siempre hemos sabido de escándalos públicos que, a través de los medios de comunicación social, fueron tratados con sorna, cinismo, y hasta grosería en grado superlativo. También lo ha sido el recurso político al entretenimiento de las masas, para desviar la atención sobre situaciones críticas que comprometían el quehacer de algún actor estatal o social.

Pese a ello, me quedaba la impresión de que había algo de la hipérbole circense, específicamente de la dupla “sangre y diversión”, que podía resultar adecuada para describir la configuración actual que está tomando el ámbito público en el presente.

Tal vez, ese “algo” podría ser una suerte de “popularización extrema”, de una irrestricta concurrencia y cooptación del espacio social por parte de una muchedumbre sin rostro que, en la actualidad, potenciada por las posibilidades que ofrecen las tecnologías de información, exacerba sus sesgos irracionales, subjetivos y totalitarios.

Si además de eso, consideramos que el vaciamiento del sentido compartido que daba soporte y estabilidad a la cultura ha decantado en una sociedad cada vez más atomizada y organizada en torno a una dinámica intensiva de consumo de entretenimiento y diversión, se puede entender que la “trivialización social”, con sus peculiares rasgos de hipersensibilidad, polarización y violencia, configure otra de las características que refuerza aún más la analogía del espectáculo circense.

Vale la pena señalar que esta novedosa configuración social, supone una radical discontinuidad con la otrora moderna concepción del espacio público. Aquel, quedaba reservado para el debate moral y racional de una élite ilustrada que, amparada en la “objetividad” de sus instituciones, intentaba garantizar un proceso deliberativo con fines de justica, tratando de mantener cuidadosa distancia del sentir y la opinión popular.

Hilvanando esta línea de reflexión, no tuve más remedio que concluir que mi colega no había estado nada equivocado en la caracterización circense del actual espacio público. Una caracterización que, lamentablemente, nos retrotrae a oscuras épocas en donde la justicia y el bien común pendían de los pulgares de unas masas enardecidas y ávidas de sangre y diversión.

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